jueves, 2 de febrero de 2012

The Ghost of Electricity

La electricidad lanza puñetazos
desde un cielo convulso y multicolor,
anega tus ojos en lágrimas
tal vez de felicidad ante lo que ven
y ante lo que no pueden ver,
imágenes que se inyectan en tu piel
como un frío o un espasmo,
un frío furioso que quema
los huesos de tu cara pálida
y te hunde en un dolor tan elevado
que a tu cuerpo le salen alas
y brillas en el cielo entre un séquito
de estrellas rotas que danzan
y cuya explosión suena como una promesa
de liberarte al fin de ti de lanzarte
tan lejos como el polvo de los caminos
que nunca recorrimos y recordamos
como días felices dorados por el sol.

El infinito nos persigue con sus ojos
como faros parpadeantes de luz
derramada en un cielo de lágrimas,
mientras el universo entero canta,
Bob Dylan canta y el frío siberiano
brilla fantasmal ahí fuera.

Ojalá pudiera fundirme con lo que digo,
abolir la distancia insalvable que somos,
la distancia que tensa el cuerpo y el ser
con sacudidas de electricidad
y te arrastra a lejanías alucinadas
que exhiben sus aullidos y mensajes
que nadie descifrará jamás.

El mundo se sumerge en sí mismo
y, más allá de sí mismo,
sigue sumergiéndose.

Y hay temblores que florecen con el frío,
el viento es el trampolín de mi alma
que hoy dice sí y sonríe por nada,
en medio de toda la confusión evaporada,
aireada y dorada por el sol que también
dora las calles y los tejados y los árboles
y no hay más música que la lluvia que no cae
y que bebemos igual que tocamos
la piel ausente con los dedos del recuerdo.

Y cuando mueras y no quede nada,
el viento soplará.

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