domingo, 19 de febrero de 2012

Partir

Las nubes, deshilachadas, hechas jirones, se desplazaban con una lentitud somnolienta, apenas perceptible, avanzaban dulcemente, recortadas contra la ilusoria profundidad del azul celeste, fractales caprichosos, formas fugaces que se descomponían y recomponían, animadas tenuemente por el viento, el resorte invisible, secreto, del mundo. El vasto universo se reducía al trozo de cielo invernal enmarcado por la ventana, a través de la cual se filtraban los rayos matinales de un sol pálido y amable. Trataba de acompasar mi respiración al ritmo de las nubes y de saborear su humedad remota con mi lengua ebria y sedienta. El latido del mundo bombeaba una dulce lluvia que aún no caía, una lluvia presentida en las palpitaciones de mi piel, en los ojos temblorosos que aguardaban su caída, su advenimiento mágico sobre los vivos y los muertos, su perfume envolvente sobre la tierra mojada y las tejas rojizas. Había llegado el momento de emprender un viaje. Cerré los ojos, dispuesto a atravesar el mundo.

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