miércoles, 23 de marzo de 2011

Y suena bien

Pero la ciudad no importa. Es lo de menos.
La mejor ciudad fue siempre Salamanca.
Más eterna que el puto imperio romano.
Y tampoco importaba, también era lo de menos.
La eternidad nunca fue reflejo de piedras milenarias
sino destello fugaz de ojos nevados
deshechos por quién sabe qué viento amargo.
Esplendor del instante que no muere.
Que sobrevive en su coraza, sonriente,
con humo y música que no suena ya.
Que aún se escucha, sin embargo.
Que aún escucho, algunas veces, y suena bien.
Y suena triste, también.
Como lluvia o llanto contra el cristal
de cualquier autobús.

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