Pero la ciudad no importa. Es lo de menos.
La mejor ciudad fue siempre Salamanca.
Más eterna que el puto imperio romano.
Y tampoco importaba, también era lo de menos.
La eternidad nunca fue reflejo de piedras milenarias
sino destello fugaz de ojos nevados
deshechos por quién sabe qué viento amargo.
Esplendor del instante que no muere.
Que sobrevive en su coraza, sonriente,
con humo y música que no suena ya.
Que aún se escucha, sin embargo.
Que aún escucho, algunas veces, y suena bien.
Y suena triste, también.
Como lluvia o llanto contra el cristal
de cualquier autobús.
miércoles, 23 de marzo de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Why Movies Just Don't Feel "Real" Anymore
Menuda clase maestra de Estética y Filosofía de la Percepción PD: Observen las imágenes de las películas de Terrence Malick, el mayor genio ...
-
¡Esto sí que es empoderamiento! Degustemos las palabras de la gran Danerys en Valyrio, su lengua materna: Dovaogēdys! Naejot memēbāt...
-
Ni «espíritu de sacrificio», ni «afán de superación», ni «aspiración a la excelencia». Ni ningún respeto o simpatía por tales cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario