Las palabras caían inútiles, sustraída su vieja fuerza, gota a gota, arrojadas sin más, sobre el desierto, que no para de crecer, como adornos marchitos; manos crispadas, a lo mejor, manos crispadas agitándose como una llamada muda en el desierto, sangre palpitante gritando en el desierto: sin destinatario, insistente, loca. Oteando el horizonte. Siempre igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario