miércoles, 3 de noviembre de 2010

La gran pantalla fantasmática

Mi mirada es ahora fría y feroz como un puñal de plata. Entre los matorrales, solitaria, raja el universo con un destello fugaz y se incursiona en la luz cegadora, insoportable, inhumana. Incapaz de proseguir, se repliega frente al encuentro inminente con el desgarramiento absoluto. Se encoge, se eriza, se apaga. Se acurruca en tus brazos ausentes. Ausentes y fríos. Ahora afuera luce el sol dibujando nítidamente el contorno de los tejados, de los árboles inmovilizados, no hay nadie en la calle, nadie en los tejados. Miro a nadie. Frío en los ojos, sol de invierno frío. Sumergirse en la angustia o retroceder con una mueca de espanto y encender el televisor, qué clase de estúpida cuestión es esa. La mires por donde la mires, no tiene sentido. La culpa es de Hegel: el espíritu encuentra su verdad en el desgarramiento absoluto. Te pareció tan hermoso. Una cosa muy de poeta maldito sin pizca de panlogismo omniabarcante. Una cosa muy de éxtasis místico antiburgués sin pizca de confort consolador. Por eso lo de mi mirada que ahora acecha en la noche poseída por el ansia de encontrar alguna clase de placer desgarrado y brutal, de encontrar su verdad. Pero, al parecer, su verdad es la del agujero sin fondo. La gran pantalla fantasmática. La nada inaprehensible sin la cual el ser no se daría, por decirlo de algún modo.

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