martes, 23 de diciembre de 2014

Asaltar los cielos

Todos sabemos que no hay nada más reaccionario que apelar constantemente a la fuerza de los hechos. Siguiendo esta lógica, aún aceptaríamos el esclavismo y el trabajo infantil como hechos irremediables, naturales, hechos gracias a los cuales la economía no se derrumba.

Aquellos que de esta forma tan radical y tan cínica apelan a una realpolitik que despojaría de su potencia transformadora a la razón y al deber, a la acción política misma, no solo no son, aunque lo pretendan y gocen de tal prestigio, realistas y pragmáticos, sino que están totalmente equivocados respecto a lo que las cosas son. Son incapaces de ver, como dirían Tiqqun, el halo de potencia que nimba lo real. Son incapaces de ver que lo real es procesual, que es cambio, metamorfosis continua y que si, en efecto, el poder y la tiranía forman parte de lo real, igualmente forma parte de lo real la resistencia a ese poder y a esa tiranía, la voluntad y la posibilidad de transformarlo.

Y no es cierto que siempre que el hombre ha querido traer el cielo a la tierra esta se haya convertido en un infierno, eso no es más que un eslogan vacuo del poder. Lo que sí es cierto es que la mayoría de la gente ha vivido el infierno en la tierra y que son los privilegiados, la minoría privilegiada, quienes les han dicho que su deber es estar quietecitos y en silencio, en su sitio, sin protestar y aceptando sumisamente su rol de parias y desheredados, no vaya a ser que su intento de cambiar las cosas abra las puertas del infierno y el orden del mundo se venga abajo.

Pero se trata de su orden, de su miserable orden, y no del orden del mundo. Y ojalá se venga abajo.

El discurso del miedo, el discurso profundamente reaccionario que no sabe hacer otra cosa que agitar el fantasma del totalitarismo y que intenta por todos los medios que sigamos agachando la cabeza, ya no funciona. Nadie se cree el cuento del fin de la historia. Nunca nos lo creímos, es verdad, pero sí que actuamos como si fuera cierto; como si la llegada de las democracias liberales fuera el Reino de los Cielos. No asaltéis el cielo, puesto que ya vivimos en él, venía a decirnos Fukuyama. Ese era el mito neoliberal que nos ha tenido hechizados, según el cual la dictadura económica y el terrorismo financiero se llamaban libertad. Una gran mentira.

El Reino de los Cielos no puede llegar, hacerse presente: está siempre, igual que, según Derrida, la democracia, por venir. De ahí que sea no solo un concepto teológico sino también, y quizas sobre todo, político. Quiere esto decir que, lejos de haber un hiato, un abismo inconmensurable, entre la tierra y el cielo, ambos están entrecruzándose constantemente, no se entienden el uno sin el otro, como no se entiende lo actual sin lo potencial. La paradójica fórmula de estar siempre por venir permite que el concepto de democracia tenga la rara capacidad de criticarse a sí mismo y de continuar avanzando en pos de sí mismo. Constituye, además, un buen antídoto contra los peligros del positivismo jurídico más grosero y contra la más necia de las tautologías, la que declara que las cosas son lo que son.

Aunque es verdad que Cristo dijo que al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, y que su Reino no era de este mundo, lo que parece avalar la idea de que hay una estricta separación entre los dos ámbitos -idea netamente religiosa esta de la separación- y de que, por tanto, no se comunican en modo alguno, de que son totalmente independientes. Mi tesis es que esta separación es precisamente lo que posibilita que, de algún modo, los dos planos se comuniquen. Que podemos profanar, en el sentido de Agamben, esta separación.

Es evidente que, en palabras de Marzoa, «la transgresión-de-la-trascendencia es inherente a la trascendencia misma», puesto que si no «simplemente no la hay». Entonces, si esto es así, está claro que la supuesta independencia de ambos ámbitos no es tal.

Donde verdaderamente están arraigados los árboles, decía Simone Weil, es en el cielo y no en la tierra.


PD: No sé si hará falta aclararlo, pero no uso los términos de Dios, ni de Reino de los Cielos, en sentido literal. Si es que, por lo demás, pueden tener algo parecido a un sentido literal.

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