martes, 25 de febrero de 2014
El hombre que fracasaba una y otra vez
La a todas luces perversa y paradójica idea de que si Terry Gilliam finalmente triunfa y consigue rodar de una vez El hombre que mató a Don Quijote en realidad habrá fracasado. Porque lo que hasta ahora ha sido un relato trágico sobre la voluntad de Terry Gilliam, sobre su empecinamiento feroz y obsesión enfermiza, se transformaría por obra y gracia del final feliz en un cuento con moraleja. Y las tragedias siempre son más potentes estéticamente. No hay color entre un final en el que Edipo se arranca los ojos, por ejemplo, y un final en el que se nos informa de que resulta conveniente perseverar en nuestros esfuerzos porque estos darán sus frutos. Lo primero mola mucho más, aunque puede que lo segundo sea cierto y, desde un punto de vista axiológico y pedagógico, preferible.
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Ni «espíritu de sacrificio», ni «afán de superación», ni «aspiración a la excelencia». Ni ningún respeto o simpatía por tales cosas.
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