martes, 7 de mayo de 2013

Recuerdos de los noventa

Retrospectivamente considerado, sin duda aquel fue un momento de éxtasis. Una revelación fulgurante. Un instante de plenitud, de conversión, de iluminación catódica. El brillo multicolor, el crepitar fosfénico. La pantalla irradiaba su magia envolvente por todo el salón, atrapaba con su poder hipnótico nuestras atentas y deslumbradas miradas. La fusión entre el sujeto y el objeto, entre el observador y lo observado. Se acabó la escisión entre el yo y el mundo. Se acabó el solipsismo, el dar vueltas alrededor de uno mismo sin parar. Ixión liberado de su castigo. Sísifo al fin libre y feliz. Como sumergirse en un espacio onírico que había estado esperando durante mucho tiempo a ser habitado. Nuestro indigente ser de repente se vio nutrido y saciado con la plenitud infinitamente viva de las imágenes de los dibujos animados. Series y más series de dibujos animados todas las mañanas de los fines de semana. Como descubrir un barril de cerveza en medio del desierto. Horas y horas de inmersión en una felicidad ilimitada se divisaban en un despejado horizonte de consumo televisivo frenético. Ese fue el día en que la oferta televisiva se amplió de dos a cuatro canales.

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