miércoles, 29 de mayo de 2013

He aquí unos cuantos fragmentos

He aquí unos cuantos fragmentos de obras literarias, en los que ciertos detalles contextuales han sido omitidos, lo que tal vez dificulte su comprensión (pedimos perdón por ello), y seleccionados sin ningún criterio.

Desde el principio mismo debí de haberme ejercitado en no desear nada demasiado ardientemente. Desde el principio mismo, fui independiente, pero de forma falsa. No necesitaba a nadie, porque quería ser libre, libre para ser y dar sólo lo que dictaran mis caprichos. En cuanto esperaban algo de mí o me lo pedían, me plantaba. Esa fue la forma que adoptó mi independencia. En otras palabras, estaba corrompido, corrompido desde el principio. Como si mi madre me hubiera amamantado con veneno, y, aunque me destetó pronto, el veneno permaneció en mi organismo. Parece ser que, incluso cuando me destetó, me mostré completamente indiferente; la mayoría de los niños se rebelan, o fingen rebelarse, pero a mí me importaba un comino. Era un filósofo, siendo todavía un niño de mantilla. Estaba contra la vida, por principio. ¿Qué principio? El principio de la futilidad. Todos los que me rodeaban luchaban sin cesar. Por mi parte, nunca hice un esfuerzo. Si parecía que hacía un esfuerzo, era solo para agradar a alguien; en el fondo, me importaba un bledo.

Henry Miller, Trópico de Capricornio

Una noche, Annabel se las compuso para burlar la viciosa vigilancia de su familia. Bajo un macizo de nerviosas y esbeltas mimosas al fondo de la villa, encontramos amparo en las ruinas de un muro bajo, de piedra. A través de la oscuridad y los árboles tiernos, veíamos arabescos de ventanas iluminadas que, retocadas de colores del recuerdo sensible, se me aparecen hoy como naipes -acaso porque una partida de bridge mantenía ocupado al enemigo-. Ella tembló y se crispó cuando la besé el ángulo de los labios abiertos y el lóbulo caliente de la oreja. Un racimo de estrellas brillaba plácidamente sobre nosotros, entre siluetas de largas hojas delgadas; ese cielo vibrante parecía tan desnudo como ella bajo su vestido liviano. Vi su rostro contra el cielo, extrañamente nítido, como si emitiera una tenue irradiación. Sus piernas, sus adorables piernas vivientes, no estaban muy juntas y cuando localicé lo que buscaba, sus rasgos infantiles adquirieron una expresión soñadora y atemorizada.

Vladimir Nabokov, Lolita

Y resulta que David Wallace tiene un conjunto enorme y en absoluto organizable de pensamientos internos, sentimientos, recuerdos e impresiones sobre el tipo de esta pequeña foto que iba un año por encima de él en la escuela rodeado todo el tiempo de lo que parecía ser casi un aura de neón de excelencia escolástica y académica, de popularidad y de éxito con las señoritas, así como sobre cada uno de los comentarios cortantes o incluso pequeños gestos o expresiones de aquel tipo cada vez que David Wallace se quedaba plantado con el bate en vez de darle a la pelota en un partido de béisbol juvenil de la liga de la American Legion o decía alguna chorrada en una fiesta, y sobre lo impresionante y auténticamente cómodo en el mundo que el tipo siempre parecía, como una persona viva en lugar del perfil o fantasma de una persona titubeante y patéticamente tímida que David Wallace se consideraba por aquel tiempo.

David Foster Wallace, El neón de siempre.

Es el pozo de los días, la tranquila e insaciable hendidura de la tierra. Están suspendidos como en un precipicio, en una tranquila paradoja, el alba, la tarde, el crepúsculo, el ayer, el hoy y el mañana, polvo de estrellas, la viva rosa cándida moribunda que poco a poco, invenciblemente, sube y se convierte en la inmóvil guirnalda de la tarde lasciva. Y después el reflujo meridiano -hasta que mañana, mediodía y tarde recaen, desocupan el cielo, y deslizándose de hoja e hoja, de rama en rama, de tronco en tronco, en silencio, bajan recogiéndose, de brizna en brizna, entre la hierba, siempre descendiendo y rastreando entre susurros soñolientos de insectos-, la totalidad de la luz que se concentra sobre aquella boca tierna e inmóvil, en un último y moribundo suspiro. Él se levanta. El valle está rebosante de luciérnagas errantes.

William Faulkner, El Villorrio

Y luego, en susurros, como todo lo que hasta entonces había dicho, preguntó si calma era, en este caso, antónimo de locura. Y la voz le dijo: no, de ninguna manera, si lo que tienes es miedo a volverte loco, despreocúpate, no te estás volviendo loco, sólo estás manteniendo una plática informal. Así que no me estoy volviendo loco, dijo Amalfitano. No, en absoluto, dijo la voz. Así que tú eres mi abuelo, dijo Amalfitano. El tata, dijo la voz. Así que todo nos traiciona, incluida la curiosidad y la honestidad y lo que bien amamos. Sí, dijo la voz, pero consuélate, en el fondo es divertido.

Roberto Bolaño, 2666

El viejo había visto muchos peces grandes. Había visto muchos que pesaban más de mil libras y había cogido dos de aquel tamaño en su vida, pero nunca solo. Ahora, solo, y fuera de la vista de la tierra, estaba sujeto al pez más grande que había visto jamás, más grande que cuantos conocía de oídas, y su mano izquierda estaba todavía tan rígida como las garras convulsas de un águila.

Ernest Hemingway, El viejo y el mar

Aseguremos sin tardanza que con Zooey nos encontramos ante un ser complejo, contradictorio y polifacético, y sería preciso incluir aquí por lo menos dos párrafos documentales. Para empezar, era un hombre menudo y de cuerpo extremadamente esbelto. Visto de espaldas -en especial si su columna vertebral era visible- casi podía haber pasado por uno de esos niños urbanos desnutridos a los que mandan todos los veranos a campamentos subvencionados para que engorden y tomen el sol. De cerca, ya fuese de frente o de perfil, era excepcionalmente, incluso espectacularmente, guapo.

J. D. Salinger, Franny y Zooey

-Somos todos insectos, escurriéndonos hacia algo terrible o divino, ¿no está usted de acuerdo?

Philip K. Dick, El hombre en el Castillo

Pero, ¿qué ocurre con un hombre que sabe? Ve el mundo tal como es y mira miles de años atrás para ver cómo se produce todo. Observa la lenta aglutinación de capital y poder, y cómo ha llegado hoy a su cúspide. Ve America como una casa de locos. Ve cómo los hombres tienen que robar a sus hermanos para poder vivir. Ve cómo los niños se mueren de hambre y las mujeres trabajan sesenta horas por semana para ganarse la comida. Ve a todo este maldito ejército de parados y los miles de millones de dólares y miles de kilómetros de tierra desperdiciada. Contempla cómo se aproxima la guerra. Contempla cómo cuando la gente sufre tanto se vuelve mala y fea y algo muere en ella.

Carson McCullers, El corazón es un cazador solitario

Anochece: afán impaciente de actividad, aparición alada de las palabras, sensación furiosa de felicidad. Se me hinchan las piernas con frecuencia. Me mareo con frecuencia. Me gusta mi destino que tiende a desmoronarse.

Imre Kertész, Yo, otro

Es divertido DeLillo cuando utiliza alguna de sus frases enormemente crípticas: el artista, adicto a la soledad, vive al borde de un mundo de hielo y de meditación invernal. ¿Qué quiso comentar con esto?

Enrique Vila-Matas, Exploradores del abismo

-¿A qué se debe, Alfonse, que las personas decentes, bienintencionadas y responsables se sientan intrigadas ante la catástrofe cuando la contemplan en televisión? -le dije
Le hablé de la reciente velada de lava, lodo y aguas devastadoras que tan distraída habíamos hallado los niños y yo.
-Queríamos más, más.
-Es natural, es normal -dijo él, asintiendo con gesto confortante-. Le sucede a todo el mundo.
-¿Por qué?
-Porque padecemos marchitamiento cerebral. Necesitamos una catástrofe de vez en cuando para interrumpir el incesante bombardeo de información.
-Resulta obvio -apostilló Lasher, un hombre menudo de facciones tensas y cabellos peinados hacia atrás.
-El flujo es constante -dijo Alfonse-. Palabras, imágenes, cifras, hechos, gráficas, estadísticas, motas, ondas, partículas. Tan sólo las catástrofes logran captar nuestra atención. Las deseamos, las necesitamos, dependemos de ellas. Siempre y cuando sucedan en otro lugar.

Don DeliLlo, Ruido de fondo

2 comentarios:

  1. Buena selección (a decir verdad, es que me gustan mucho las selecciones de fragmentos en general, de modo que muy mal tendría que haberlo hecho usted para que no me gustara ésta :P).

    Personalmente me sobra el trozo de Nabokov (pero eso no tienen la más mínima importancia, estamos de acuerdo xD).

    Muy bien por incluir a Salinger: ¿se confirma entonces que escribió más aparte del (excelente) Guardián entre el centeno? (Nótese la ironía xD Xd)

    Como le dije en un post anterior, no he leído nada de DFW, pero el fragmento que incluye aquí, más el post acerca del infinito y más (sí, lo he leído...) hace que me entren ganas de hacerlo, sin duda.

    Con Miller lo intenté un par de veces en mis años mozos y fracasé estrepitosamente (nunca logré pasar más allá de una página -y eso antes, cuando no dejaba nada que llegara a mis manos sin leer, salvo que me resultara insufrible), sin embargo el fragmento que incluye me ha interpelado . Es cierto eso de que no se ve la misma película ni se lee el mismo libro dos veces, puesto que entre medias hemos cambiado... Miller recuperado, volveremos a intentarlo¡

    PD: joder, ¿se ha dado cuenta de que el estilo de este comentario se parece peligrosamente al suyo, Sr. S? xD

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  2. ¡Pero si Nabokov es un dios de la escritura! ¿No nota efervescencia y gozo en cada una de sus letras? jeje

    Me alegra que le entren ganas de leer a DFW. Invito a todo el mundo a que se una a las secta, aunque el fragmento de DFW, a decir verdad, creo que está muy mal seleccionado (culpa mía). Es muy difícil citar a DFW. Es muy sistemático, por decirlo de algún modo. Lo típico hubiera sido coger el fragmento en el que habla de la paradoja de la fraudulencia, en se cuento, aunque luego la paradoja sigue y se complica... total, que habría que citar el cuento completo.

    Salinger es Dios. Eso no admite discusión. DFW y Salinger tiene bastantes puntos que los relacionan. Javier Avilés señalaba el fragmento de La broma Infinita en que Hal habla con su hermano por teléfono mientras Hal se está cortando las uñas y un pasaje de El guardián entre el centeno que ahora mismo no recuerdo bien, supongo que era el compañero de Holden que no le dejaba leer, que se estaba cortando las uñas y a Holden le molestaba (es objetivamente atroz oír a alguien cortarse las uñas) También, creo, podríamos relacionar el fragmento que he puesto de Fanny y Zooey con cómo se define Hal en LBI: tengo una historia intrincada. Experiencias y sentimientos. Soy un ser complejo... no sé si es muy forzado. Javier Avilés señalaba más, la reivindicación de la digresión que hace Holden con, más en general, la escritura de DFW (un inevitable "dicho sea de paso": Deleuze decía que, en cierto modo, la filosofía estaba en un estado de perpetua digresión)

    A Miller lo leí hace una eternidad. Con dieciséis años (si parece inverosímil que me acuerde con tanta exactitud, aquí va una explicación entre paréntesis al más puro estilo nota a pie de página DFW: como sé que lo leí cuando salió la colección de El mundo las 100 joyas del milenio, no he tenido más que mirar la fecha del depósito legal: 1999)

    PD: Lo del estilo debe de ser contagioso, tenga mucho cuidado XDD

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