lunes, 15 de abril de 2013

Escribir rarito

Mi tocayo y querido archienemigo insiste una y otra vez en un razonamiento capcioso según el cual los que escriben rarito no saben de lo que hablan. El problema, por un lado, es que Sergio Parra da por supuesto que el concepto de claridad es unívoco y, por otro lado, no se da cuenta de que hay contenidos cuya exposición requieren una forma que dista de su moral de la claridad a cualquier precio, porque pagar ese precio implicaría la disolución del contenido.

Pero claridad no designa una característica universalmente válida de los textos, ni puede hablarse de ella sin hacer referencia al receptor del texto. La claridad depende de la comprensión. Decimos que algo está claro cuando ya lo comprendemos, y la comprensión, a su vez, depende del grado de familiaridad que tengamos con aquello de que habla un texto y con la forma en que lo hace. Sería tedioso y seguramente inútil discutir sobre quién alcanza un mayor grado de claridad expositiva, si los filósofos continentales o los analíticos. La cuestión, si la planteamos en estos términos, está mal planteada. Ni siquiera está claro que ambos lados usen el mismo concepto de claridad. De todos modos, parece bastante razonable suponer que el concepto de claridad no solo designa una característica objetiva de un texto sino que, además, alude a su recepción. Y también parece bastante razonable suponer que lo que para mí es oscuro no tiene necesariamente que ser oscuro para todo el mundo, que no siempre el problema radica en las deficiencias del texto y que también pudiera ser que las deficiencias sean mías.

Respecto a la formas intrincada, rudas y feas de exponer determinadas cuestiones, hay temas que, sintiéndolo mucho, las precisan. Como dice Heidegger en la introducción de El ser y el tiempo, veáse el Parménides de Platón o el capítulo cuarto del libro séptimo de la Metafísica de Aristóteles, y se verá lo que de inaudito en materia de fórmulas pedían los griegos a sus filósofos. Donde las fuerzas son esencialmente menores, y encima el dominio del ser que se trata de abrir es mucho más difícil ontológicamente que el que tenían ante sí los griegos, ha de ser mayor la complicación de los conceptos y la dureza de la expresión (Heidegger). Lógicamente, si en lugar de un investigación se tratase meramente de exponer ideas ya trilladas en un libro de divulgación las posibilidades de lograr belleza y claridad expositivas aumentarían considerablemente. También Eugenio Trías advierte en el preludio de Los límites del mundo: Que sepa el lector que este texto está vallado, pues lo que en él se dice no puede simplificarse. Si se simplificase, añadimos, entonces ya no se estaría diciendo lo mismo. No se puede, y no por veleidad ni por pedantería, sino por la naturaleza misma de lo expuesto. Además, ante empeños como el de Eugenio Trías, en un panorama cultural como el nuestro, no excesivamente proclive a las meditaciones metafísicas, no cabe más que aplaudir y tratar de aprender lo que buenamente se pueda, en lugar de colocarse con indisimulable soberbia por encima de estos empeños, arguyendo falazmente que la ciencia sí ha emprendido la senda de la claridad y las humanidades debieran seguir su ejemplo, lo que constituye una simplificación tremenda en la que no se tiene en cuenta el objeto propio de cada disciplina ni la complejidad de sus relaciones. La filosofía no es ciencia, y no va a serlo; lo cual, por supuesto, no excluye que deba ser rigurosa y sistemática, como lo es, por mucho que les pese a algunos, la filosofía de Deleuze.

PD: Podrían aducirse casos de claridad patente, sin rastros de ambigüedad o subjetivismo. Está claro que mezclar rayas con cuadros no debe hacerse nunca. Se trata de un imperativo estético básico, fundamental. Si bien aún en este caso hay que tener en cuenta que su claridad deriva de cierta familiaridad con los códigos culturales de la moda y con las leyes compositivas de las percepción. Supongamos, al modo de las introducciones a algunos libros de antropología o de la ciencia ficción, que un ser extraterrestre llegase a nuestro planeta. ¿Estaría igualmente claro para dicho ser que mezclar cuadros con rayas constituye un atentado contra la estética y el buen gusto? Tal vez no.

PD2 (escrita de forma rarita): También habría que tener en cuenta que la voluntad de encerrar el sentido presupone una determinada concepción metafísica acerca del sentido mismo, según la cual éste puede eludir su diseminación y esencial apertura. Tales presupuestos ignoran olímpicamente a Nietzsche y buscan al dios resucitado bajo la forma del sentido último y completo.

PD3 (potencialmente irritante y tercamente heideggeriana): Si las categorías se dicen fundamentalmente de objetos, es decir, de entes que no tienen la forma de ser del ser-ahí, ¿acaso podrían convenir al ser-ahí?

PD4 (cristalina, creo): La estrategia de recurrir a la moraleja del cuento del rey desnudo se ha usado tanto que ya resulta simplemente aburrida y, además, la mayoría de las veces sirve como coartada para la pereza intelectual o el desprecio de aquello que se ignora.

PD5 (ajena, razonable): La dificultad del lenguaje -en filosofía- no es signo de calidad ni de perversidad, y a menudo depende del problema que se aborda. (Umberto Eco, Filosofía para todos)

No hay comentarios:

Publicar un comentario