sábado, 17 de septiembre de 2011

Luz, fuego, destrucción



Luz-verdad y fuego-destrucción. Aquí hay un rigurosa refutación del pacifismo incondicional, en favor de la paz. El pacifismo incondicional conduciría irremediablemente a la aceptación del sacrificio, que es su consecuencia, porque la humanidad no ha elegido a sus enemigos. Los superguerreros del espacio vienen a eliminar a la humanidad. La única reacción consecuente de un pacifista incondicional sería dejarse sacrificar, ya que no acepta el uso de la violencia bajo ninguna condición, por principio. Ni aunque Vegeta esté dispuesto a destruir a la humanidad. La aparente superioridad moral de los planteamientos incondicionales no es más que su negativa a asumir contextos reales en los que decisiones difíciles deben ser tomadas para evitar un mal mayor.  

Claro que en Dragon Ball Z las muertes de personajes relevantes no tiene realmente consecuencias: Piccolo muere, sacrificándose para salvar a Songoanda, pero ya irá Songoanda a Namek para buscar las bolas mágicas y resucitarlo. No obstante, el valor del gesto de Piccolo no está relativizado por esta posibilidad de resurrección, porque en el momento del sacrificio Piccolo desconocía dicha posibilidad. El gesto es de una belleza ética que arrancaría lágrimas al mismísimo Kant. A partir de ese momento, Songoanda es capaz de asumir su destino: luchar contra los invasores para que la humanidad pueda vivir en paz. Aquí se plantean cuestión ético-teológico-políticas verdaderamente complejas, que no vamos a solucionar en este post y que, probablemente, ni tengan una solución. Solo el tratar de plantearlas medianamente bien ya es algo complejísimo, en realidad, cosa que tampoco hemos hecho en este post, claro está, porque es mucho trabajo para un sábado y porque el propósito inicial del mismo era simplemente poner la canción de Dragon Ball Z.

PD: La canción, por supuesto, también habla de la solidaridad y de lo que, en términos spinozistas, denominaríamos el aumento de la potencia colectiva: juntos podremos romper un iceberg, es decir, juntos nuestra potencia aumenta; de ahí la necesaria sociabilidad del ser humano.

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