miércoles, 28 de septiembre de 2011

El Rey solipsista

Se sumergió en una espiral de introspección poblada por imágenes temblorosas que giraba alrededor de su cabeza avanzando uniforme e hipnóticamente y meciendo sus pensamientos hasta que todo lo humano le fue ajeno y después todas las calles de la ciudad quedaron vacías. Al atardecer, el eco de sus pasos sonaba estremecedor. De algún modo, el mundo era hermoso, la proyección de sus ideas, el reflejo de su voluntad caprichosa. Se había convertido en una especie de Rey sin súbditos. Sus dominios eran ilimitados. La única amenaza posible era, evidentemente, él mismo. ¿Quién si no le cortaría la cabeza al Rey?

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