jueves, 14 de abril de 2011

¿Marilyn Monroe o Audrey Hepburn?

Esta pregunta, que yo me hago casi todos los días, se la hacían a un escritor de verdad, de esos que publican en papel -es decir, como dios manda- por medio de esa cosa llamada formspring. Se trata, como es obvio, de una pregunta fundamental, decisiva, insoslayable. Una de esas preguntas que se sitúan en importancia a la altura de las kantianas qué puedo hacer, qué puedo saber, qué me cabe esperar y que, según el propio Kant, podían resumirse en una sola: ¿qué es el hombre? Es sabido que Kant no responde, y entonces viene Heidegger y dice eso, que no hemos interrogado todavía el ser del hombre, y que ya se pone él a la tarea porque si no se pone uno no se pone nadie.

El escritor convocado a dar respuesta sobre el decisivo interrogante, Patricio Pron, responde: ninguna de las dos, posiblemente. La respuesta, por tanto, niega la disyuntiva. Aquí también negamos la disyuntiva, pero en sentido inverso: las dos, seguramente. Siendo más precisos, tenemos que decir que la disyuntiva es, para nosotros, inclusiva. Ante la imposibilidad de decidirnos, optamos por las dos opciones a la vez, considerando que esa es la mejor opción. No obstante, esos dos tipos ideales que son Marilyn Monroe y Audrey Hepburn mantienen su diferencia irreductible, no son integrados en ningún tipo de síntesis dialéctica (aprovechamos ese paréntesis para exhibir una inútil erudicción filosófica: Hegel nunca utiliza los términos tesis, antítesis y síntesis, ese fue Fichte).

Armonía de contrarios, como el arco y la lira. Suele decirse que la dialéctica de Hegel es procesual, progresiva, temporal, no así la de Heráclito, en la que no se darían ni la superación ni la conservación. Para nosotros esto significa que la dialéctica hegeliana tiende a lograr la identidad absoluta, mientras que la de Heráclito afirma la diferencia, la tensión, como elementos constitutivos de lo que es. Si bien en ambos filósofos el devenir es una pieza clave, creemos, simplificando muchos las cosas, que en Hegel el devenir se subordina al gran desfile del Espíritu cuyo fin es el estableciemiento del ser pleno, idéntico a sí mismo, mientras que en Heráclito el ser de dice del devenir, el ser es el devenir, la diferencia. Somos y no somos. Pero no se trata de abolir la diferencia, sino de que el sí mismo difiere de sí y ese es, precisamente, su modo de ser lo que es. El sí mismo no es un dato positivo, decía Jean-Luc Nancy.

Marilyn Monroe y Audrey Hepburn, por tanto, serían dos polos que coexisten en la tensa armonía del arco y la lira. Igualmente bellas, eternamente diferentes. Si, al modo de los diálogos platónicos, viniera, por ejemplo, Glaucón, y preguntara qué es la belleza, señalaríamos a ambas actrices. Por supuesto Sócrates nos diría que eso son cuerpos bellos, o imágenes bellas, pero no la belleza en sí. De esta objeción vamos a pasar, por ahora. Glaucón podría sorprenderse y decir: pero, por Zeus, ¿cómo puede ser la belleza rubia y curvilínea y también lo contrario?, ¿es que acaso la belleza es diferente de sí?, ¿no nos conduce esto a decir que la belleza es diferente de la belleza?

Este es el problema filosofico que plantean Marilyn Monroe y Audrey Hepburn. Afirmar, por una lado, su igualdad, igualdad en la intensidad de su belleza y, por otro lado, su diferencia física evidente. Para solucionarlo, recurriremos, como siempre, a Deleuze. Según nuestro reverenciado Deleuze, nunca hubo más que una ontología, la de Duns Scoto. Nunca hubo más que una proposición ontológica: el Ser es unívoco. Quiere decir esto que el Ser se dice en un único sentido de todo lo que es, pero aquello de lo que se dice difiere, se dice de la Diferencia misma.

Lo que es difiere. Entonces, tenemos ya que Marilyn Monroe y Audrey Hepburn se dicen en un mismo sentidos bellas, aunque difieran entre sí. De hecho, como tipos ideales, ambas actrices son los dos tipos más intensos de belleza, pero no quiere decirse que existan sólo esos dos tipos. Insistimos en que lo que es difiere. Por tanto, la Idea de Belleza, lejos de la identidad platónica, remite a una multiplicidad.

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