El cielo se cubrió de nubes, y las nubes de sangre, rojo palpitante y sereno, chillón e ilusoriamente estático, y eso era la belleza desgarrada, acorazada y desnuda, del atardecer, flotando impertérrita e insinuándose a la vez que manteniéndose secreta, territorio fronterizo, huidizo, clamor mudo de los colores y las formas instantáneas. El cielo acuchillado: la brecha misma de la realidad.
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