martes, 3 de febrero de 2009

Mundos que se deshielan

La nieve, blanda y espumosa, reposa en los tejados con la voluntad de permanecer todo el tiempo que pueda, quieta y callada, expuesta a todas las miradas.

Ahora comienza de nuevo a nevar.

Al fondo del paisaje enmarcado por la ventana se destacan varias grúas y edificios a medio construir. Cuevas tristes abiertas a la intemperie, traspasadas por un frío de cuchillos afilados. El humo brota de las chimeneas a borbotones. Las antenas de televisión parecen pájaros petrificados. En cualquier momento abandonarán su inmovilidad forzada. Si cierras los ojos, todas las cosas comienzan una danza frenética, se entregan con una alegría inconsciente al pulso azaroso de ventiscas y corrientes que siguen un rumbo ajeno a los caminos marcados. Todas las cosas huyen de su ser y perseveran en el viento. Si cierras los ojos. Todo huye buscando reencontrar su ser, canciones perdidas, canciones naúfragas, canciones llenas de furia, canciones que se posan unos segundos en tus manos y se deshacen como bailarinas de hielo, canciones que luchan, canciones de despedida, que se van y vuelven, que no pueden detenerse porque si se detienen se mueren.

Y ahora vuelve a nevar y el futuro te da miedo, y el pasado no sirve de consuelo, y el presente se deshiela y se escurre por las tejas rojas y gotea poco a poco y finalmente se convierte en un charco que, con suerte, se inunda de colores y formas provocadas por el aceite de algún coche averiado. Un coche sin destino, pero con calefacción y una buena selección de canciones. Con suerte.

Pianos, violines, guitarras eléctricas, baterías, horizontes despejados. Sobre todo horizontes despejados, porque son los únicos capaces de despejar al cuerpo de la prisión del alma, los únicos capaces de inyectarle potencia y alegría al cuerpo y al alma, que son lo mismo. Hay que aligerar el peso de los fardos que se adhieren a la piel y a los ojos y las manos y a las piernas. Al pasado y al futuro. Sólo que a veces te quedas petrificado como una antena de televisión en un tejado nevado, inmovilizado y asustado, recibiendo imágenes de lo que ya no existe, protagonizando las múltiples versiones de la película que únicamente narra la tragedia del dios devorador, Cronos, el tiempo, implacable. Te repliegas y te escondes, incapaz de dar vida al deseo, convertido en una marioneta de barro que voluntariamente ha cortado los hilos para permanecer inmóvil, imaginando con ojos de nieve derretida que si cierras los ojos, que si tienes suerte...

2 comentarios:

  1. Silencioso grito desesperado
    de agonía sublime
    me encontrarás , aquí en medio de la nada
    en medio de un silencio sin nombre..
    Saludos desde mi laberinto lunario...
    Amelie

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  2. Saludos, Amelie, me gusta el poema ;)

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