viernes, 27 de febrero de 2009

El diagnóstico del viejo doctor Hans

El diagnóstico del viejo doctor Hans fue tajante, cortante, nada reconfortante, dicho con una voluntad rabiosa y un estilo combativo, y sin embargo su contenido era muy vago y general: todo está enfermo. Y añadía, introduciendo un pequeño e inquietante toque de terror en el tono entusiasmado de su voz: y la enfermedad no tiene cura, hay que comenzar de nuevo. Esbozaba una amplia sonrisa, las pupilas de sus ojos se dilataban y brillaban como si una fiebre sobrenatural le hubiese poseído y hablara en nombre de alguien o algo que superaba con creces su pequeño y viejo cuerpo. Sin embargo, a los pocos segundos el entusiasmo dejaba paso a una expresión de resignación, y volvía a repetir: hay que comenzar de nuevo. Como si de repente se sintiera sin fuerzas para realizar una tarea tan desmesurada. La resignación dejaba paso, a su vez, a una confusión que retorcía sus gestos faciales dando la impresión de que libraba una ardua batalla, se rascaba la cabeza y fruncía el ceño y finalmente decía: quizá todo es necesario, inevitable quiero decir, como si fuésemos apenas juguetes en manos de fuerzas que nos sobrepasan, y lo mejor sea simplemente aceptarlo y tratar de ser feliz, si a un viejo como yo le es permitido hablar con sencillez. Pero lo que fuera que le atormentara por dentro no desaparecía con vagas promesas de felicidad, por eso su rostro seguía contraído y sus movimientos eran pesados y densos, como si nadara en aceite.

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