viernes, 13 de febrero de 2009

A los desiertos

Escurrirse entre los matorrales, devenir imperceptible, huir de las corrientes histéricas de la información, flujos de movimiento perpetuo, sin sentido, desorientados. El triunfo de la información se erige como un monumento líquido sobre la sangre fresca de la comprensión. Se informa de todo, no se comprende nada.

Salgo a la calle, el sol me golpea en los ojos, varias casas están en obras, están pintando las fachadas. Ya no hay árboles, antes sí, sus raíces levantaban las aceras, sus hojas configuraban la distribución de luz con eficiencia y belleza, ahora te golpea en los ojos.

Los pensamientos irrumpen sin motivo, interrumpen tu ciega adherencia al mundo, éste queda recubierto por una fina película de extrañeza. Ahora, por ejemplo, pienso en lo difícil que debe de ser trazar caminos en la arena del desierto. Pienso en los caminos, en líneas que unen putos distantes, en geometrías retorcidas, en el universo como un trapo arrugado que alberga triángulos de más y de menos de 180º, dependiendo de curvaturas variables. Pienso que hay topologías poéticas, en las formas ausentes de los árboles que antes veía por la ventana y que ahora tan sólo sobreviven unos breves instantes en mi memoria. Luego vuelven a desaparecer y yo vuelvo a los desiertos.

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