martes, 4 de junio de 2019

04/06/2109

No puedo pensar sobre los Grandes Temas Trascendentales de la Vida, sean estos los que fueren, porque solo pienso en cómo exterminar cucarachas. He limpiado a conciencia, desinfectado con lejía suelos y baños, además he fregado el suelo con agua con vinagre —aunque supongo que este remedio casero seguramente no sea tan eficaz como la buena y vieja lejía de siempre— y he puesto trampas y rociado generosamente con insecticida todos los rincones de mi humilde morada. Luego me he vuelto paranoico pensando en que igual me estaba intoxicando con tanto insecticida. Pero las cucarachas siguen apareciendo.

Es asqueroso. 

Entre mi extenso catálogo de fobias a animales, las cucarachas no ocupan el primer puesto, pero no andan muy lejos, de manera que llevo varios días limpiando de manera obsesivo-compulsiva y viviendo en un estado de ansiedad moderado pero constante. Hoy casi no como porque vi una cucaracha en el fregadero y salí corriendo de la cocina. La idea de volver a la cocina a preparar la comida me parecía aterradora. Mis amigos y hermanos creen que exagero porque yo cuento mi combate contra las cucarachas con ironía y distanciamiento, pero no exagero nada.

Mi primer impulso, como es lógico, ha sido decir: «¡Se acabó, me mudo de casa otra vez!». Pero es un engorro. No quiero mudarme. Apenas hay pisos cerca de la Biblioteca, y yo no quiero vivir lejos de la Biblioteca porque tengo que ir todos los días por la mañana y por la tarde. Y tengo Internet contratado por un año, y el contrato del piso hasta septiembre. 

Etcétera. 

De todas formas, si veo un par de cucarachas más —contando con que no muera intoxicado yo en vez de ellas— es probable que finalmente acabe cambiándome de piso.

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