jueves, 28 de noviembre de 2013

Yo fui a la EGB y luego fui a la ESO

Así que qué, ¿cuál es mi generación? ¿Soy un privilegiado educado en la EGB o un mísero tontaina intelectualmente nulo por culpa de la LOGSE? ¿Ambas cosas? ¿Un Aufheben hegeliano que sintetiza lo mejor de ambos mundos? ¿Lo peor? Pasamos de octavo de EGB a tercero de la ESO. En mi caso, la transición se saldó con un espectacular descenso de mi rendimiento académico (no me agradan excesivamente los cambios). De sacar un montón de notables y sobresalientes pasé a sacar... Vamos, que suspendí TODO menos gimnasia. Cuando digo TODO menos gimnasia es TODO menos gimnasia, de ahí las enfáticas mayúsculas (bueno, de ahí y de mi manía por imitar COSAS QUE ME MOLAN). Mi solícita tutora, a quien aún recuerdo, estaba seriamente preocupada y me preguntaba con semblante incrédulo si DE VERDAD había sacado esas notas en octavo y que qué me había pasado. Y yo respondía: A MÍ no me ha pasado nada, es EL MUNDO el que ha cambiado sin mi permiso. En realidad no respondía eso, claro. Mi solícita tutora llamaba a mi madre cada dos por tres y estaba EMPEÑADA en que yo tenía que aprobar. Tonto del todo no parece, decía, quizá algo retraído y, como los aqueos, de melenuda cabellera. No exactamente con esas palabras (si me hubiese descrito homéricamente hubiera sido raro, aunque gracioso), pero en resumen eso es lo que quería decir. Mi solícita y vigilante tutora logró de algún modo introducir en mis atolondradas mientes la idea de que debía aprobar. Iniciando lo que con el transcurrir del tiempo acabaría siendo una tradición de mi periplo estudiantil, aprobé CASI TODO en Septiembre, excepto Lengua y Matemáticas -bah, asignaturas sin importancia-, y pude pasar de curso. Mi tutora se puso muy contenta.

Cuarto de la ESO y primero de Bachillerato pasaron sin pena ni gloria, con notas mediocres, salpicadas por un ocasional diez en ÉTICA. Por extraño que parezca, Ética no era una maría. Debíamos de tener al único profesor de todo el Instituto que se tomaba la asignatura en serio. Yo estaba absolutamente fascinado con, por ejemplo, la distinción entre acciones intencionales y actos reflejos, y con cómo solo era posible atribuir responsabilidad a las primeras, de modo que la moralidad de una acción parecía residir más en algo tan intangible como la intención que en algo tan tangible como los resultados de la acción. El diez no tiene mérito alguno. Recuerdo perfectamente haber dejado de lado todas las asignaturas y concentrarme en la que menos importancia tenía después de gimnasia, que por mucho que se empeñen los profesores no tiene ninguna importancia (algo parecido hice en octavo -pero octavo de EGB, en mi colegio al menos, era una chorrada- cuando me propuse construir, para una asignatura que supongo se llamaba tecnología o algo así, una torre Eiffel de ocumen, que requería un montón de horas de trabajo e implicaba la imposibilidad de hacer deberes de Matemáticas porque uno estaba ocupado serrando). Llegaba de clases y repasaba los apuntes de Ética una y otra vez. Total, que me sabía los apuntes DE MEMORIA. No sabía ni qué era una derivada (literalmente), pero estaba convencido de que el VALOR es el fundamento del DEBER.

Respecto al tema de las derivadas, he de decir que, por culpa de mi intermitente asistencia a las clases, no sabía que los demás tenían una tabla con la que se resolvían esas intricadas cuestiones matemáticas, de manera que durante las clases yo me limitaba a permanecer quieto y callado en mi asiento, imaginando jugadas de fútbol sublimes o lo que fuera, pero sin prestar las más mínima atención a lo que me parecía el colmo de lo ininteligible y abstruso.

Segundo de bachillerato. Dejémoslo en que, por lo que fuera, TRIPITÍ dicho curso.

Infancia. Para mí, claro, la peonza o las canicas o las chapas no eran juegos retro. Eran LOS JUEGOS DEL MOMENTO. Lo cual no quita que cuando mi Padrino me regaló la NES flipara y tuviera LA MÁS FULGURANTE EPIFANÍA JAMÁS EXPERIMENTADA. Aquello era indescriptible, inefable. Mi vecino tenía la consola anterior a la NES, esa ochentera, a la que ya había jugado, pero ciertamente los juegos eran cosa como dos palitos blancos que se movían verticalmente y una bolita blanca que iba de un lado a otro, todo ello sobre un fondo negro (o sea, un TENIS MINIMALISTA), pero con el MEJOR mando de la historia, un joystick alucinante, amigos. Mi comunión y el inestimable, nunca suficientemente agradecido don de la NES fueron acontecimientos que sucedieron ya en los noventa (a principios). Uno, la comunión, supuestamente trascendente, el otro, la consola, verdaderamente trascendental (la diferencia entre trascendente y trascendental es algo que los comentaristas deportivos jamás comprenderán, pero trascendente, en resumen, es algo que está más allá, trascendental, al menos después de Kant, significa condiciones de posibilidad de algo, lo que sea. Hay partidos de fútbol trascendentales, pero no trascendentes. Fin del paréntesis filosófico).

EL MUNDO ha seguido cambiando sin mi permiso y yo he seguido siendo un CONSERVADOR irredento. No me hace gracia que ya no haya casettes ni discos y todo sea etéreo e inmaterial (bueno, no es exactamente inmaterial). A mí me gustan las COSAS. Que los libros ocupen espacio. No huelo celulosa en descomposición porque huele mal, pero leer en el Kindle es mucho peor. Digan lo que digan es peor. Y punto. Me dirán: Señor S. es usted un conservador. Y yo: pues claro, acabo de reconocerlo en MAYÚSCULAS. Hay partidarios de la revolución permanente y de la obsolescencia programada y de que todo cambie todo el rato porque sí, y me parece bien, pero no es mi caso. Por ejemplo, ahora los programas de televisión no paran de informarte de lo que pasa en twitter. No tengo más remedio que gritarle a la tele, cual basilisco enfurecido o cual Ignatus Reilly en sus mejores momento de exacerbada misantropía: ¿¡qué narices importa lo que opine el gentío!?

-Dijo el tío que no para de opinar en su blog
-Touché.

El caso es que -seamos apocalípticos- las tecnologías han acelerado las comunicaciones de forma histérica. Queda poco tiempo para que nuestros cerebros se aburran con películas que duren más de tres minutos. Y puede que tengamos que hacer varias pausas en esos tres minutos para consultar el correo, picar algo, descargar un disco, hacernos fotos, responder a un wasap (no pienso molestarme en saber cómo se escribe bien), etc. Reacción kafkiana: NO TENGO NADA QUE COMUNICAR, déjenme en paz, me quedaré aquí hasta que el mundo se prosterne extático a mis pies (ya, esto no ha venido muy a cuento). Otra opinión: después del Mario Bros. 3 ya no hay nada que valga la pena. Esto ya es directamente ser un reaccionario. Pero -seamos también derrotistas- la retromanía es inútil porque no restituye el pasado, lo cual es imposible, obviamente. Lo que no puede recuperarse -seamos ahora un pelín líricos- es la infancia. Si ahora tuviera una peonza en las manos, tal vez sentiría una punzada nostálgica en el estómago, pero no saldría a la calle a jugar a la peonza con mis amigos de entonces.

Y mi NES, ¿dónde está mi NES? Ay.

Los tardíos años ochenta se infiltraban en los incipientes noventa, supongo (aquí podríamos intercalar un paréntesis súper teórico sobre lógica difusa, pero nos lo vamos a ahorrar, porque apenas tengo idea de lógica, no digamos ya de lógica difusa, y porque basta con decir que los límites son siempre difusos, ya se trate de los límites que dividen décadas o del espectro de los colores). No solo veía EL COCHE FANTÁSTICO, era el mayor fanático que ha habido nunca. Mis vecinos me llamaban Michael Knight, no digo más. No sé si esto era a finales de los ochenta o principios de los noventa, ya digo. TODO EL DÍA estaba con una especie de volante de plástico. O sea, no era un volante de verdad. Aunque, bien pensado, lo usaba como un volante, y el significado es el uso -seamos pragmatistas, como debe ser-. Ergo era un volante.

Excursus ontológico: ser es SER ENTRE. Entre décadas, entre sistemas educativos. Por ejemplo.

Los VHS. Los VHS también han desaparecido. Yo tengo muchos. ¿Qué pasa con las tecnologías obsoletas? Los radicales de la revolución permanente no se interesarán ni se compadecerán por el destino de los VHS. Yo derramo lágrimas amargas. Lloro tanto como Alicia. Luego nado y luego me seco corriendo, porque no queda otra.

Excursus mesiánico-político (siempre hay que citar a Benjamin con cualquier excusa): Hay que tirar del freno de emergencia de la Historia. Que se pare. La única revolución permanente que existe se llama capitalismo, pero no prosigamos por estos derroteros. Baste decir que si yo fuera profesor y preguntase a mis alumnos qué sistema revoluciona histéricamente las condiciones de producción y puede concebirse como la religión más absurda de la historia, una que no conoce tregua ni redención, quien no respondiera que el capitalismo tendría que abandonar mi clase. No, es broma, no les obligaría a pensar como yo. Les diría, por ejemplo: amigos, solo a través de la BELLEZA se llega a la LIBERTAD, lo dijo Schiller y aunque no entiendan nada, ¿no es una hermosa frase? No sean nunca demasiado irónicos ni demasiado cínicos ni demasiado críticos, no hagan demasiado caso de lo que pone en sus libros de Filosofía, en los que se ensalza demasiado el poder de la crítica. La crítica constante entristece la vida. La Filosofía no se reduce a la crítica, aunque no la excluya, no sé si me explico...

En conclusión (por decir algo), la EGB era mucho mejor que la LOGSE. En la LOGSE las asignaturas tienen nombres omniabarcantes como CONOCIMIENTO DEL MEDIO. Pero, ¿qué medio? ¿El medio? Debe de haber ochocientas acepciones de esa palabra. O más. El medio. Ni puta idea. En la EGB las asignaturas se llamaban, por ejemplo, Ciencias naturales que, quieras que no, acota más el terreno y es una categoría lógica y de sentido común. No como Conocimiento del medio, que carece de sentido. O sea, no éramos extravagantes ni posmodernos. Hubo un tiempo en que no todo era líquido, ni había académicos forrándose gracias a una metáfora y sacando un montonazo de libros que se resumen en: eso ahora es líquido. Ya, Bauman, para ya, lo hemos pillado. Por lo demás, una cosa es la EGB y otra la EGB en mi colegio. En mi colegio quien fuese capaz de responder a dos preguntas seguidas bien levantaba sospechas de ser superdotado. Tenía compañeros que, durante las clases, se dedicaban a escribirse nombres de chicas en los brazos con la parte que pincha del compás. O sea, con sangre. Igual era muy romántico aquello, pero a mí me parecía propio de zumbados totales. Lo de Nietzsche, lo de escribir con sangre, era metafórico. Eran involuntariamente kafkianos, ahora que lo pienso, literalizando metáforas. Pero no todos estaba zumbados, solo la mayoría.

La LOGSE tampoco estaba mal. Quiero decir que había parques y futbolines cerca del Instituto. Los salones recreativos no existen ya y eso es también una DESGRACIA. Si el mejor juego de la historia es el Mario Bros. 3, cosa que no admite discusión, el segundo mejor es el Pang, y al Pang había que jugar en las máquinas. El Pang, amigos, provoca un estremecimiento proustiano en cada poro de mi piel.

PD: Acabo de jugar ahora al Pang y me ha costado pasar el primer nivel. Lamentable. Todo va de mal en peor, efectivamente.

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