martes, 5 de noviembre de 2013

Fragmentos (hojas desgajadas de ningún árbol, flotantes y fortuitas)

De la incomodidad de las fobias. Te dispones a bajar las escaleras cuando eres asaltado por una espantosa visión y todo tu cuerpo se estremece sacudido por violentas oleadas de pánico irracional en estado puro. He ahí una araña gigantesca, monstruosa, horripilante. El único curso posible de acción es retroceder de inmediato, parapetarse tras la puerta de la habitación y gritar en busca de auxilio. En ese momento, tu hermano procede a aplastar a ese bicho atroz. No obstante, una posibilidad proyecta una sombra ominosa sobre tu mente fóbica, la posibilidad de haber estado solo en casa. En ese caso, imaginas posibles cursos de acción alternativos, algunos de ellos tan delirantes como abrir la ventana y descender por la pared en plan Spiderman. Una vez en la calle, podrías entrar en casa sin haber tenido que bajar por las escaleras, custodiadas por el siniestro bicho. El problema es que tus llaves están en la entrada, no en tu habitación. Es decir, que para coger las llaves tendrías que bajar por las escaleras.

La lámpara eterna. En algún lugar, Walter Benjamin hablaba de esta lámpara. Es la llama que se enciende el último día y se nutre de todo aquello que no ha ocurrido entre los hombres. No sé muy bien qué quiere decir Benjamin con esto, pero yo lo interpreto más o menos así: todas aquellas posibilidades que no se cumplieron, todo aquello que se quedó flotando en el limbo de lo que pudo haber sido y no fue, todo eso que hoy no puede ser más que un anhelo imposible, se realizará en el último día y para siempre. Esta especie de esperanza mesiánica puede ser totalmente inverosímil y, sin embargo, de alguna forma, es una verdad poética. Redención del pasado y felicidad. Luz perpetua.

Ángeles caídos. En mi sueño, en algún lugar del cielo nocturno, la figura de un rostro desconocido se dibujaba con trazos tan tenues que el soplo más leve podría haberlo borrado del firmamento. Desde donde estaba no podía verlo bien y lo único que deseaba era poder verlo, aunque solo fuera una vez. Perseguía aquella imagen inasible y serena que proyectaba su resplandor sobre mi sueño agitado. Creía estar caminando por un terreno pedregoso sumido en la penumbra, guiado por la mirada de ese rostro evanescente. Varias veces estuve a punto de despertar, pero mi mente se negaba a ingresar en el mundo común de la vigilia y se empeñaba en permanecer bajo el influjo de aquella mirada única. Comprendí, dentro de la lógica de mi sueño, que aquel rostro, aquella imagen, aquella mirada, pertenecían a un ángel que caía lentamente, a través del universo, como un copo de nieve. Pero, antes de que cayera, desperté. Mi sueño se vio interrumpido sin que se produjese el desenlace. El ángel caería sobre la oscura tierra y los ojos y la boca se le llenarían de tierra y no podría ni gritar ni llorar y entonces yo me acercaría despacio y le quitaría con suavidad la tierra de los ojos y de la boca para que los ojos se le llenaran de lágrimas y la boca lanzara un grito triunfante. Pero el desenlace, ya digo, no tuvo lugar, así que la única esperanza es que sirva de alimento a la lámpara eterna que se encenderá el último día.

Lecturas que tal vez podrían explicar los desvaríos precedentes. Básicamente, Giorgio Agamben, concretamente los libros de los años setenta sobre estética, que siempre hablan de lenguaje, teología, ángeles, ninfas, etc. Mucha teología y poca cerveza hacen que el Señor S. pierda la cabeza.

De las ilusiones fugaces sobre la propia capacidad de autodominio provocadas por un catarro. Tres días acatarrado, fumando solamente dos cigarros diarios, le hacen concebir a uno grandes esperanzas sobre su capacidad de autodominio, de tal manera que tiende a sobrevalorar la fuerza de su voluntad, a la cual ya veía desfilando triunfalmente y recibiendo honores por haber roto las cadenas del vicio. Pero no. En cuanto se recupera la salud, se recuperan las ganas de fumar.

Huellas. Aquello que evoca un origen en el momento mismo en que testimonia acerca de su desaparición.

Variación sobre el ángel caído. ¿Y si, al mirarle a los ojos, te destruye o te paraliza?

Melodía y ritmo: consideraciones excesivamente vagas y metafóricas. Las melodías parecen sobrevolar la tierra, desplegarse y mecerse con el viento, rumbo a lo desconocido, afectando a nuestros estados de ánimo, que también se despliegan y se mecen en el viento y se adentran con deleite en lo desconocido. Y viento es, por cierto, la palabra con que se nombra al espíritu, ya sea en los filósofos presocráticos o en la Biblia. El ritmo, sin embargo, ancla, por así decir, a la melodía. El ritmo es seguro, repetitivo, penetra en las profundidades de la tierra. La melodía es horizontal, el ritmo vertical.

Shekinah. El eterno presente. Momento femenino de la divinidad. Ángel salvador.

Lecturas que explican la aparición de conceptos del misticismo judío, como el anterior, en este blog. También Giorgio Agamben.

Agradable sensación de atardecer. Mientras, suena una y otra vez Interpol. Me voy inventando las letras de las canciones con las pocas palabras sueltas que entiendo. Casi todas las letras son terriblemente tristes pero también son acogedoras. Fumando asomado al balcón, tu rostro se pierde en el humo, y yo he visto tus huellas impresas en el aire; ahora llega la noche y la locura, dulces sueños. Por ejemplo. Supongo que poco o nada tienen que ver con las verdaderas letras de Interpol.

Locura poética. Cierto que Platón despojaba a los poetas de la capacidad de razonar. Nada malo, sin embargo, se infiere de ello, pues les atribuía una divina locura, la inspiración, que les poseía. La teoría platónica era maravillosa, ya que no obligaba al poeta a tener que explicarse, a hacerse cargo de sus palabras, lo cual es fastidioso e inútil. Hörderlin sabía perfectamente que el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona.

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