martes, 12 de noviembre de 2013

Extraña sensación paramnésica antes de leer aclamada novela de culto

Noto una sensación extraña. En realidad, se trata del típico déjà vu o paramnesia. La noto justo al comenzar a leer La casa de hojas. Es un día espléndido, soleado, una falsa primavera, antesala de la llegada del invierno. Se acerca el invierno, eso está claro, aunque hoy no lo parezca. La tregua antes de la guerra, por decirlo con retórica bélica. Las expectativas generadas sobre la novela de Danielewski son tan gigantescas, tan desmesuradas, que me fuerzo deliberadamente a rebajarlas con el objetivo de no sentirme decepcionado. Trato de leer como si nadie hubiera dicho nada de la novela. El torrente de referencias y comparaciones es, no sé si azaroso, pero desde luego muy caudaloso. Añadamos a la lista (David Foster Wallace, Melville, Borges, ¿Lovecraft?, ¿Joyce?, siempre hay que mencionar a Joyce) a Jerzy Kosinki, porque sí, y a Kundera, también porque sí (qué espantoso crítico literario sería si lo fuese, que no es el caso). ¿No se refiere a Kundera ese Muss es sein? Tal vez no, tal vez sí (yo digo que sí, de momento). ¿Por qué Kosinski? Hablo de Kosinski como si hubiera leído toda su obra, pero no es cierto, solo he leído El ermitaño de la calle 69 y no estoy seguro -nunca estoy seguro- de haberlo entendido (aquí debería introducir disquisiciones infinitas y potencialmente tediosas acerca de los libros considerados como máquinas asignificantes en contraposición a las lecturas deconstructivistas estándar, Deleuze versus Derrida, y preguntarme, con ademán solemne, la mirada perdida, pose de asombro y agudeza crítica, acaso mesándome la barba: ¿qué carajo significa entender una obra literaria?). ¿Por qué añado a un escritor judío poco conocido, y cuando digo poco conocido quiero decir que hasta hace muy poco yo no lo conocía de nada, lo cual no quiere decir, bien mirado, que sea poco conocido objetivamente (DFW se refiere a un libro suyo en En cuerpo y lo otro)? Bueno, por las notas a pie de página y las citas y todo este "ludismo metalibresco de raigambre cervantina" (¡toma frase!), y porque El ermitaño de la calle 69 es la transcripción de los papeles de trabajo de Norbert Konski. También, claro, tendríamos que hablar de Borges, pero es un referente demasiado obvio. Borges, Nabokov, sí, sin duda, pero si empezamos con todo este salvaje referencialismo no vamos a acabar nunca. Puede que la literatura, como el ágape cristiano, no acabe nunca, en otro sentido que no tiene nada que ver con esta referencia bíblica totalmente arbitraria. La sensación paramnésica tarda en evaporarse. Mientras dura no puedo concentrarme en lo que leo, solo en lo que siento, que no tiene nada que ver con lo que leo, aunque haya sido de alguna forma generado por la lectura del libro (aunque solo he leído la introducción y ese Muss es sein interrogativo que yo creo que se refiere a Kundera, a La insoportable levedad del ser, que si no recuerdo mal comenzaba hablando del eterno retorno, igual, por cierto, que la Historia abreviada de la literatura portátil, de Vila-Matas, que también comenzaba hablando de Nietzsche y del peñasco en el que Nietzsche tuvo la intuición del eterno retorno, idea, por cierto, que nada o muy poco tiene que ver, en mi opinión, con los átomos ni es refutable acudiendo a Cantor, como parece  pensar Borges al principio de La doctrina de los ciclos, aunque luego reconoce que Nietzsche nunca habló de los átomos, que la clave de Nietzsche (parafraseo libremente) es el Amor fati. Escribe Borges: "alguna vez nos deja pensativos la sensación de "haber vivido ya ese momento". Los partidarios del eterno regreso nos juran que así es e indagan una corroboración de su fe en esos perplejos estados". No creo, sinceramente, que haya de verdad partidarios del eterno retorno que busquen corroborar su fe en esos momentos (que estoy convencido de que tienen una explicación neurológica y no un alcance ontológico). Retornar es el ser del devenir; el eterno retorno es la disolución de la identidad sustancial, ya sea de Dios o del hombre, pero esta jerga de rufianes (que diría Walter Benjamin), o sea, de filósofos, amenaza con convertir mi post en un galimatías incomprensible).

En fin, que me voy a leer La casa de hojas y que se la recomiendo desde ya, aun sin haberla leído (qué coño, uno se puede fiar, en el moribundo y furibundo país de las letras, de la editorial Pálido fuego), mis escasos, sufridos y queridos lectores.

PD: Lamento tener que escribir una vez más algo tan desestructurado y carente de orden y geometría, basado en algo así como asociaciones libres teñidas de subjetivismo. Avanzando un poco en la lectura (no se preocupen, no voy a contar cada mínimo detalle que se me pase por la cabeza mientras leo) he reparado en la alusión a las estrellas y al tráfico. Las estrellas y el tráfico son cosas que siempre me obsesionan llaman la atención. Esto simplemente es así (en este momento mi hermano mi interrumpe para preguntarme cosas sobre gramática; respondo pero no me hace ni puto caso y entonces yo le pregunto que para qué me pregunta si no va a hacerme ni puto caso y luego está una eternidad de tiempo divagando sobre presente simple y presente continuo mientras yo no escucho casi nada de lo que dice y me concentro en cómo continuar este post porque temo perder el hilo, porque por muy embrollado que esté siempre tiene que haber un hilo, y pienso que se le está yendo la olla porque quiere ponerlo todo en presente continuo, cosas como ¿estás necesitando ayuda? en lugar de ¿necesitas ayuda? y yo le digo algo así como que la ayuda se necesita, en mi opinión, en un instante dado, discreto, del tiempo, no en un presente continuo, y que si uno lo piensa un poco, la gramática y la ontología están imbricadas de formas complejas y fundamentales (momento en el cual es él quien deja de escuchar), aunque en inglés, creo, se usa más el presente continuo que en español, así que tal vez él tiene razón, después de todo). Escribe Danielewski (Johnny Truant):
Podréis intentar entonces, como hice yo, encontrar un cielo lo bastante lleno de estrellas como para volveros a deslumbrar. Pero ya no habrá cielo que pueda deslumbraros. Por mucha magia iridiscente que haya ahí arriba, vuestra mirada ya no podrá detenerse en la luz, ya no podrá encontrar las constelaciones. Solamente pensaréis en oscuridad y os pasaréis buscándola horas, días, tal vez incluso años, intentando en vano creer que sois una especie de centinela indispensable nombrado por el Universo, como si con el mero hecho de mirar ya pudierais mantenerlo todo a raya.
Y, un poco más adelante, en El expediente Navidson:
Por lo que dice a su padre, lo que más echa de menos es el ruido del tráfico. Al parecer, el ruido que hacían los camiones y los taxis creaba para él una especie de nana vespertina.
Ahora, un fragmento de Una guitarra de diamantes, de Truman Capote:
Le gustaban mucho las estrellas, pero aquella noche no le sirvieron de consuelo; no bastaron para recordarle que lo que nos ocurre a los que vivimos en tierra carece de importancia contemplado desde el eterno fulgor de la eternidad.
Y ahora un fragmento de Profesor miseria, también de Capote:
 El ruido de un coche que pasa por la calle puede hacer que cientos de personas dormidas caigan en lo más profundo de sí mismas. Es curioso pensar en ese coche avanzando en la oscuridad, desatando tantos sueños.
Parece que no soy el único al que le gustan el ruido de los coches por la noche y las estrellas. Afortunadamente, dicho sea esto al margen, tampoco soy el único al que las películas de Nolan sobre Batman le parecen la peor mierda jamás filmada, bodrios insoportables, una negra eternidad de tedio sin límites, una prefiguración de castigos infernales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario