martes, 19 de noviembre de 2013

A propósito de la comida

-En realidad a mí comer no me gusta.
-¿No?
-No, a Deleuze tampoco le gustaba.
-¿A qué viene lo de Deleuze?
-A Glenn Gould la sola idea de comer con gente le aterrorizaba.
-Estaba como una puta cabra.
-Al contrario. Muy cuerdo. Un gran tipo.
-¿En serio te parece cuerdo?
-Por supuesto. Muchas veces estoy comiendo y pienso: qué aburrimiento.
-¿Sí?
-Pues sí.
-No me lo creo.
.Créetelo. Me aburro.
-Raro.
-Nada de eso. Hay que comer todos los días. Es un puto coñazo.
-¿Y cocinar?
-Si tengo que cocinar, cocino. Soy un genio absoluto haciendo lentejas.
-¿En serio?
-Sí.
-Es raro, ya que no te gusta comer.
-Sencillamente tengo un don.
-¿En serio?
-Que sí. Mis lentejas son obras maestras, absolutamente perfectas.
-¿Eres, además de modesto, tradicionalista en cuanto a la comida?
-Si no te refieres a ninguna tradición concreta, no tengo ni puta idea de qué estás hablando.
-Usted perdone
-Sigo sin saber de qué hablas.
-Digamos que no eres culinariamente posmoderno.
-La cuestión es esta: a mí toda esta obsesión por la comida me parece un síntoma de la decadencia de occidente.
-Anda.
-Pues sí.
-Eres un bicho raro, no sé si lo sabías.
-La idea más idiota de todos los tiempos es esta: somos lo que comemos.
-No te pases...
-¿Te imaginas a Heidegger escribiendo "el ser del "ser ahí" es la comida"?
-No, la verdad.
-También odio el vino.
-Lo que yo digo: eres raro de cojones.
-Es un bistec licuefacto. Joyce dixit.
-¿Tienes que estar todo el día diciendo lo que no sé quién dijo?
-El vino tinto es el horror. Mezclado con coca-cola es el apocalipsis.
-Exagerado.
-Bueno, a decir verdad, lo más absolutamente odioso que hay en la naturaleza son los pepinillos.
-A mí me gustan.
-Yo creo que poner pepinillos en las hamburguesas sin especificar que llevan esa atrocidad debería ser delito. Deberían meter en la cárcel a los perpetradores de tamaña monstruosidad.
-¿En serio?
-Totalmente.
-...
-Una vez me puse malo de tanto comer berberechos. Comí una auténtica barbaridad. De pequeño.
-¿No decías que no te gusta comer?
-Perdón, excepto berberechos. Los berberechos son un don divino. Los pepinillos los creó un demiurgo maligno.
-Puede ser...
-Es totalmente obvio, ¿cómo que puede ser? Maldito amante de los pepinillos.
-Vale, vale, acepto tu extrañísima visión gnóstico-alimentaria.
-Así me gusta.
-...
-No hace falta decir que también odio las novelas en las que se habla de comida.
-¿También el Ulises?
-Excepto el Ulises. Siempre hay excepciones, carajo.
-¿Por qué odias las novelas en las que se habla de comida?
-¿Crees que el odio es racional?
-O sea, que las odias porque sí.
-Porque sí.
-Porque sí no es una respuesta.
-Eso me lo decía mi madre cuando era pequeño.
-Razona tu respuesta.
-Bueno, en realidad puede que no odie todas las novelas en las que se habla de comida, pero sí en las que se habla de comida sin venir a cuento, y el puto autor se demora una eternidad describiendo la comida.
-Vale.
-...
-...
-¿Sabes? Echo de menos la Edad Media.
-Eso ni siquiera es posible.
-¿Te imaginas a Tomás de Aquino hablando sobre la esencia de la comida, diciendo, por ejemplo, "diferente es la esencia de estos macarrones y su existencia"?
-No mucho...
-¿Lo ves? Una época de esplendor intelectual. Nadie hablaba de comida.
-Ya, pero es no...
-Tertium non datur
-¿Qué dices?
-Que no me repliques.
-Pero si tertium non datur no significa eso...
-Significa lo que yo quiera que signifique. Lo importante es quién manda.
-No eres Humpty Dumpty, maldito tarado...
-Impenetrabilidad, eso es lo que digo.
-Dios, ¿te has averiado?
-...
-Reconduzcamos este diálogo.
-¿Diálogo?
-Lo que sea.
-Por mí bien.
-¿No crees que cocinar fue un acontecimiento decisivo en la historia de la humanidad, de la civilización?
-Obvio. Y ahora hay crudiveganos. O sea, que nos estamos volviendo bárbaros. Si comer no me gusta, las sectas ya... En fin.
-Tienes que ser más tolerante.
-El tolerantismo tiene límites. Hay libros sobre eso.
-Hay libros sobre cualquier cosa.
-Touché.

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