miércoles, 28 de marzo de 2012

Borradores

Tenía un montón de borradores por ahí en ese estado límbico o potencial, a medio camino entre el no-ser y el ser, y quizá lo mejor hubiera sido borrarlos todos, o borrar algunos y mejorar otros, o pulirlos más, o lo que fuere menester, pero bueno, los dejo aquí, en forma de megapost caótico y fragmentario y sanseacabó. Hay textos en los que se repiten algunas cosas porque son versiones abortadas y hay textos llenos de odio furibundo que no están escritos del todo en serio. Lo digo porque tengo miedo de que se me tome en serio. Es más, me gustaría que se me leyese como si no escribiera yo, porque yo escribo como si no escribiera yo, aunque me temo que explicar esto me llevaría muchísimo tiempo. Aunque a veces también escribo siendo más yo que yo mismo, eso es cierto. Sé lo que quiero decir, no se crean, pero no sé decirlo bien. También hay bastante chorradas, como rimar zagal y mundanal, o cerveza y pereza, y textos que imitan de forma descarada y torpe un tono de querencia y cadencia fosterwallaciana. No sé por qué estoy escribiendo esta especie de prólogo.


Había algo deliciosamente aterrador en el aire, un nubarrón oscuro, desgajado del cielo, al que si mirabas con toda tu atención, concentrándote intensamente en la contemplación del nubarrón como si fuera la única cosa existente en el mundo, poniendo entre paréntesis todo lo demás, podías sentir que el nubarrón sonreía, que, en realidad, estaba a punto de soltar una gran carcajada, una carcajada ambigua y, de momento, contenida, tensamente contenida, quién sabe si maligna, y que por eso, por esa promesa, por esa amenaza, que se insinuaban apenas en el aire, era deliciosamente aterrador aquel nubarrón, que aquel nubarrón parecía no solo cobrar conciencia de sí mismo, sino dispuesto a aniquilar el mundo, y aniquilar el mundo era una idea tan aterradora como atractiva viendo aquel nubarrón oscuro, aquel espíritu burlón, de inescrutables designios, que avanzaba majestuoso por el cielo, creciendo como un latido, a punto de bombear una lluvia oscura y definitiva, feroz y feliz, una lluvia que lo empaparía todo, fresca y apocalíptica, esperada y temida, la revelación final, el fin de los tiempos, de vuelta a las tinieblas. Era extraño, pero había alegría en el corazón del nubarrón, una alegría demencial quizá, la alegría de la paz que seguiría a la destrucción. Contemplándolo, era imposible no desear que estallara, que liberase toda su violencia, la música estrepitosa que anidaba en su interior. La música estrepitosa de su alma, dije, pensando en algo que leí, quizás, o que creía recordar que leí, o algo. El corazón del hombre es la herida abierta de Dios, creo que eso lo leí, también, en alguna parte. Aquel nubarrón no era un castigo divino. Era inocente y cruel, poderoso, como la naturaleza, como todo.

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Oculto en su buhardilla, apartado del ruido mundanal, un zagal con cara de ardilla (de biblioteca), desmejorado y con delirios de grandeza, lee y bebe cerveza, y a veces, venciendo su proverbial pereza, escribe textos plagados de solecismos solipsistas. Todo su ser es referencialidad infinita porque la literatura, dice, es una casa de citas. Se recrea en la ambigüedad semántica de su definición de la literatura, aunque en realidad no es suya; es también una cita. Relee a Joyce, su nuevo dios, el que ocupa el lugar central del olimpo literario. Joyce hijo está sentado a la derecha del padre, que es el mismo Joyce, en la consustancialidad del Padre y del Hijo, siendo Joyce Padre e Hijo de la literatura moderna, y Shakespeare es el Espíritu Santo, probablemente, el Fantasma que recorre el Ulises y que recorre La Broma Infinita y que recorre La Guerra de las Galaxias. Darth Vader le dice a Luke: yo soy tu padre, pero es el espectro del padre, porque habla desde el lado oscuro, y el lado oscuro representa la muerte, las tinieblas primigenias. Darth Vader es un usurpador. El usurpador de sí mismo, en realidad, porque es el padre de Luke y, al mismo tiempo, quien usurpa al padre de Luke. Digamos que está separado de su esencia verdadera, o de su deber ser como padre, ya que ha abandonado a Luke, igual que Dios abandona a Jesús. Luego viene la famosa escena en que Darth Vader se quita la máscara, con todo el simbolismo que ello implica: el desvelamiento de la verdad. En Spiderman también el Duende Verde, en forma de espectro, le habla a su hijo, y le pide que vengue su muerte, por lo que se convertirá en enemigo de Spiderman, cuando antes habían sido amigos. Spiderman es una clase de ética kantiana en la que se nos enseña que el deber está por encima del deseo, aunque al final Mary Jane se entera de que Peter Parker es Spiderman y el conflicto de Peter queda bastante diluido, pero bueno. La esencia del cristianismo, reflexiona, no es sino la muerte de Dios. Todo el significado del cristianismo es reducible a ese tema: Dios ha muerto. Ese es el mensaje del cristianismo. Zaratustra se limita a señalar lo obvio, que Dios ha muerto. La resurrección, por supuesto, es una cantinela pueril fruto del miedo de los hombres ante la verdadera verdad revelada: que estamos solos y somos responsables, que no existe el Gran Otro. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, como sabía el tío de Peter Parker.

El zagal, irónicamente distanciado de sus propias teorías, dice no creer en ellas. El Padre quizá sea Homero, en todo caso. Educador de los griegos, por tanto el Padre de todos, de sus hijos que son nuestros padres. Así como Bloom es todos nosotros y todos nosotros somos Bloom. Y no hay vision sub specie aeternitatis del laberinto, ni hay que beber vino tinto, solo vino blanco y espumoso como el mar griego. Thalatta! Thalatta! Solemne, bajando las escaleras para dirigirse a una cafetería en la que desayunará, dice: leer es tejer. Y también: los bardos deben beber. Y también: leer es abrir la puerta a una horda de rebeldes. La señora del tercero le escucha mientras baja (el zagal, no la señora) ruidosamente por las escalera y declama sus verdades. Con expresión de preocupación en su anciano rostro, cuajado de arrugas, y mirada inquisitiva, casi inquisitorial, en tono poco o nada cordial, la señora pregunta, asomando apenas la cabeza por la abertura de la puerta, cuya cadena, por precaución, mantiene puesta: ¿qué dice usted, joven? Palabras, evidentemente, responde el zagal, en tono cómicamente indignado, que en ese momento cree ser nada menos que Humpty Dumpty, el Amo y Señor de las Palabras. Muy bien, vaya con Dios, hijo, dice la señora. Al recaudador de prepucios espero verle dentro de muchos años, si no le importa, responde el zagal, feliz de poder hacer una referencia a Joyce en un diálogo matutino. A punto está de añadir: y mi madre es el mar, señora, la gran dulce madre. Cree que antes de cerrar la puerta la anciana señora ha dicho: el mundo está fuera de quicio, pero quizá son solo imaginaciones suyas. Que la señora se haya despedido citando al príncipe de Dinamarca no parece algo muy probable. De todas formas, por si acaso, desde el segundo piso el zagal grita: ¡que haya nacido yo para ponerlo en orden! No está nada mal representar escenas de Hamlet antes de desayunar, piensa. Debe ser saludable. ¿Está loco Hamlet? ¿Fingir ser algo y serlo no es lo mismo? Yo no sé parecer, dice Hamlet. Le gustaría llamar a la puerta de la señora y preguntar: ¿usted cree que Hamlet está loco? Quizá la señora lo sepa. Quizá la señora dio clases de literatura, hace años, y vivió entre estanterías de libros, leyendo y releyendo y buscando respuestas a preguntas que, bien lo sentimos, no la tienen, pero ella buscó infatigablemente, admirablemente, sola en su empeño demencial, con el cerebro secándosele cada vez más, luchando contra los elementos, contra los Lestrigones, dispuesta a cazar Snarks. Quizá ahora mismo, aprovechando la luz solar, apoyada en la ventana, esté releyendo Hamlet. Quizá ella me pueda explicar qué hostias dice Joyce sobre Shakespeare en el Ulises, porque la verdad es que es un lío tremendo.

Frente a su taza de café con leche, el zagal sujeta un churro en lo alto y piensa solemnemente: mojar el churro o no mojarlo, esa es la cuestión.

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Es obvio que ni a Haneke le gusta el cine de Haneke, que a ningún ser humano le ha gustado nunca una película de Haneke y que, de hecho, si a alguien le gustase una película de Haneke, Haneke mismo, en persona, iría a su casa a darle una paliza por ser tan estúpido y no haber entendido nada. A Haneke le parecería triste que a alguien le gustara una película de Haneke; Haneke se pondría a llorar y hablaría en sueños con Adorno preguntándole qué ha hecho mal, cómo es posible que él, todo un Haneke, haya hecho una obra de arte afirmativa y esteticista. Y su siguiente película sería un plano de catorce horas de pura angustia, porque solo la angustia es un emoción verdadera, y entonces Haneke diría ¿¿a ver quién es el listo al que le ha gustado?? con aire desafiante y un brillo triunfal en la mirada. Haneke es todo negatividad, porque si te gusta asientes, y Haneke no ha venido a la tierra a consolar a nadie, sino todo lo contrario. Haneke tiene la obligación moral, como artista, de arremeter contra la estética. Haneke es el adorniano supremo, el adorniano inflexible, el adorniano invencible.

Pero entonces, ¿cómo se toma uno que Haneke haya hecho un remake de Funny Games para el público yanqui? Yo me lo tomo a risa porque no soporto la superioridad moral del señor Haneke (Haneke es el representante del juicio de Dios en la tierra, o eso cree él), pero creo que Haneke, para recuperar un poco la coherencia perdida, debería fustigarse mientras grita ¡¡Adorno, he pecado mucho, te he traicionado por el dios de la industria cultural!! 

PD: Curiosamente (¿contradictoriamente?), a Lars Von Trier no solo lo soporto, sino que me parece imprescindible, y probablemente Las Von Trier se cree más Dios que Haneke.

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Hoy voy a hacer mi gran aporte teórico a la cabal comprensión de la lógica económica de la cultura. Me he levantado así de magnánimo esta mañana. En realidad, ya que pensar cansa, y ya lo han hecho otros por mí, todo lo que diga va a estar basado, más o menos, en lo que dice Boris Groys en Sobre lo nuevo: ensayo de una economía cultural. También en otra cosa que leí... Bueno, den por hecho que siempre estoy haciendo referencias y que soy muy perezoso para poner notas a pie de página y esas cosas que se hacen porque te obligan los profesores; además creo, sinceramente, que la idea de tener ideas propias es un ridiculez, un mito solipsista y romántico, en el mejor de los casos, un eslogan comercial, en el peor; sé tu mismo, el eslogan romántico del consumo (esta idea, por ejemplo, es de Eloy Fernández Porta, gran ensayista, frecuentemente criticado por necios que tienen la inteligencia justa para pasar el día).

Empecemos. Del mismo modo que deshacerse de la Filosofía es la operación filosófica por excelencia, y que de tanto en tanto un pintor debe destruir la pintura, cargarse la literatura es un gesto literario en sí mismo. Como diría cualquier hegeliano pasado de roscas, la identidad lo es de la identidad y de la no identidad. Las antinovelas son, en realidad, novelas. Son lo otro de sí de la novela... Voy a empezar de nuevo en el siguiente párrafo a ver si logro explicarme medianamente.

Mejor dejemos en paz a Hegel. La idea de Groys es que la producción de lo nuevo en el ámbito cultural no es una expresión de libertad, que romper con lo antiguo no es una decisión libre que tenga como condición previa la autonomía del hombre, sino que es, exclusivamente, la adaptación a las reglas que determinan el funcionamiento de la cultura. Esto es tan cierto, tan evidente, que no hace falta más que echar un vistazo a las generaciones literarias que crecen como setas en España, todas novedosas, y cada día más efímeras. A mí no me parece mal, ni bien, y digo esto para advertir que un filósofo moralista es la cosa más ridícula que existe; en cuanto un filósofo moraliza habría que perseguirle por la calle y llamarle traidor. Total, que lo nuevo no es la revelación de la esencia, ni de la verdad, ni del ser, ni de la naturaleza, ni de la belleza, como realidades que hubiesen estado ocultas por convenciones caducas. Por ejemplo, la novedad de Joyce no reside en que descubra la verdadera esencia del fluir de la conciencia, ni la de Proust en descubrir la verdadera esencia del tiempo. Chorradas esencialistas propias de filosofastros desastrosos. Llamo filosofastro desastroso e indigno de consideración a todo quel que aún no se haya dado cuenta de que todas las chorradas esencialistas se basan en la idea (falsa) de que el arte representa la realidad y, en consecuencia, el criterio para juzgar el arte es examinar la concordancia con la realidad. Esta idea no solo es antigua, es también irritante, al menos para mí, quizá debido a mi dogmatismo deleuziano, pero incluso el acérrimo enemigo de Deleuze, Wittgenstein, reconoció que su teoría representacionalista estaba mal... Wittgenstein, por cierto, fue otro que quiso cargarse la filosofía, pero que, como cargarse la Filosofía es algo que solo les interesa a los filósofos, al final ha quedado en la historia de la Filosofía. Bien, lo que presupone la equivocadísima (no estoy siendo tendencioso, es solo una ilusión) teoría representacionalista del arte es que existe un acceso directo, no mediado simbólicamente, a la realidad. Esto es una bobada, así que no perdamos el tiempo. Sencillamente no existe tal acceso, vaya. El orden simbólico estructura la realidad.

(Acabo de perder gran parte del texto, una parte muy importante, de hecho. Incluso puede que fuera lo mejor del texto, una parte repleta de chistes geniales sobre muertos vivientes y filosofía post-hegeliana entreverada con detalladas explicaciones de la lógica económica de la innovación entendida como trasmutación de los valores, pero, desgraciadamente, el explorador se cerró de sopetón y guardó el texto a la mitad, justo hasta la frase el orden simbólico estructura la realidad. También aludía a la encantadora definición de la Filosofía que nos proporcionó Newton, acaso su máxima proeza intelectual y por lo que será recordado en el futuro, ya que, como todo el mundo sabe, los filósofos escriben textos cuya vigencia puede superar los dos mil años, cosa que no está al alcance de los científicos, porque los filósofos hacen bien las cosas, para que duren, que la filosofía es una dama impertinentemente litigiosa, dijo Newton. Es una dama, es impertinente, y es litigiosa. Genial, en mi opinión, y un gran halago. Deleuze dijo que la Filosofía sirve para entristecer. Lo que quería decir es que la Filosofía es una empresa radical de desmitificación. A Spinoza no le tembló el pulso al demostrar que la mayoría de las veces los hombres creían ser libres por ilusiones de la conciencia como las causas finales y la ignorancia de lo que les motiva a actuar, ni al demostrar que la idea de un Dios personal carece de sentido o que la naturaleza no tiene ningún fin.)

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La semioscuridad grisácea de la tarde envolvía la ciudad en un halo de irrealidad y hastío. Las calles dormitaban, respirando al denso son de un nubarrón oscuro e informe, que gravitaba por encima de las cabezas de los transeúntes como un inmenso párpado a punto de cerrarse. Los bares y las tiendas permanecían cerrados. Algunos chicos cruzaban la carretera desierta, en dirección al conservatorio de música, con grandes instrumentos a la espalda, y también algunas chicas. Cerca del conservatorio, al lado del edificio de Correos, vagabundos andrajosos reían con voces cazalleras, daban tragos a sus cartones de vino barato y orinaban contra los alargados cipreses del parque. La ciudad entera parecía un animal afiebrado, postrado, inane, expectante. Cuando no pasa nada, absolutamente nada, el deseo de que algo pase es como un chillido sordo y desesperado de angustia anegado en la garganta. Porque cuando no pasa nada, absolutamente nada, sucumbes al cortejo de las sombras y te transformas en un espectro, en un ser impalpable, en una ausencia errante. La nostalgia por la realidad te puede volver loco. Y una vez te has vuelto loco, lo más seguro es que te de por cometer locuras. No llovía, sin embargo. Soplaba el viento, muy frío. Caminaba con las manos en los bolsillos de la cazadora, en dirección a la biblioteca. Le pareció ver a Esther, pero no era ella. Se parecía, pero no era ella. Antes de entrar en la biblioteca, se sentó en las escaleras de la entrada, prendió un cigarro, protegiendo la llama del viento con la ayuda de su cazadora y fumó en silencio su cigarro, absorto en sus pensamientos vacíos, mirando sin ver, calles desiertas, punteadas por el ruido de algún coche solitario y el sonido de tacones que se alejaban rumbo a no importa dónde, interrumpiendo apenas el silencio. Le gustaba el sonido de los tacones de las mujeres, su cadencia triste y elegante, erótica y melancólica, un sonido que siempre se aleja dejando ecos trémulos en el aire, hasta que al fin se extinguía, como finalmente se extinguen todas las cosas. Tiró la colilla al suelo y la aplastó con el pie, concienzudamente, espachurrando el filtro amarillento y revelando su interior de tripas blancuzcas y sintéticas. Le pareció ver a Carolina, pero no era Carolina. Se palpó la herida del rostro con el dedo índice y entró en la biblioteca.

Rostros viejos, decrépitos, inclinados sobre los periódicos, pasan hojas susurrantes, carraspean, se suenan, cruzan la sala, renqueantes, con bastones, rostros con gruesas gafas, mirar inquisitivo, exploran la actualidad, se mojan los dedos con saliva, pasan páginas y páginas, lenta y aplicadamente. Otros duermen, o miran por la ventana, o pasean sin rumbo. Ceños fruncidos sobre noticias políticas, deportivas, sociales, económicas, sobre la parrilla de la televisión, diarios locales, nacionales, internacionales, caos de datos, de opiniones, de tinta fresca, caos de viejos carraspeantes y encorvados, inmóviles; ya solo los viejos leen los periódicos. Aquí, en esta ciudad, ya solo quedan viejos. Después nos tocará a nosotros, hacernos viejos y morirnos. Un viejo atraviesa la sala murmurando para sí frases ininteligibles. Todo el mundo le observa. El no observa a nadie.

En el espejo del baño, se mira la herida, que atraviesa su rostro oblicuamente, entre la nariz y el pómulo derecho. Esta es la sangre de mi cuerpo, sangre seca de la alianza nueva y fugaz, que no será derramada por nadie. Se lava las manos, se las seca restregándolas contra su pantalón vaquero y sale del baño, a la claridad artificial de la sala de préstamos. Pasea indolente mirando títulos y títulos y ordena algunos libros mal colocados. Va de la A a la Z y vuelve de la Z a la A. Miles de novelas, de nombres, de hombres medio locos, suicidas, depresivos. Aunque algunos tal vez fueron felices.

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Entrevistas breves con hombres más o menos reaccionarios

-Tal como yo lo veo, la contracultura, los antipoemas, las antinovelas, los asaltos a la cultura, etcétera, buscan romper con lo antiguo, con la tradición, ser lo otro de sí de la tradición, algo radical, una novedad tan radical... Pero, seamos serios, no es una expresión de libertad, de un artista se exige que produzca algo nuevo, igual que en el pasado se le exigía ser fiel a la tradición, y si innovaba, era por error, una consecuencia inintencional de sus acciones, hoy se le exige que produzca algo nuevo, sencillamente porque así son las reglas del juego económico en la modernidad, en la temprana y en la tardía, romper con lo antiguo no presupone la autonomía del artista, al contrario, está determinado a hacerlo, o a intentarlo, si quiere ser relevante. El juego es el juego.

-La ilusión consiste en entender lo nuevo como la revelación de una esencia extracultural oculta por la convenciones culturales. Pero lo nuevo solo adquiere el estatus de nuevo en relación con la tradición, cuando la tradición está archivada y libre de amenazas, bien conservada institucionalmente, es cuando se impone la exigencia de innovar. Si hay contracultura, es gracias a la conservación institucional de la cultura, gracias al archivo. Esa es la condición de posibilidad de la contracultura, no la libertad.

-Le voy a dar un ejemplo de organización al margen del Estado para que se haga una idea de cómo funcionaría el anarcocapitalismo: la mafia.

-Librarse de la Filosofía es un gesto filosófico, destruir la pintura, una innovación que pertenece a la historia de la pintura y que, pasado el tiempo, se archivará en la historia de la pintura, si ha sido suficientemente significativa la destrucción para figurar en ella y, desde luego, la muerte de la novela, un tema inagotable sobre el que escribir novelas.

-Comprender el sistema como un todo exigiría estar fuera del sistema. Una descripción completa del sistema es una ilusión. No se puede comprender la totalidad de un campo con la ayuda de uno de los conceptos que forman parte de ese campo. Es lógico. Sencillamente nadie puede comprender en su totalidad el sistema económico en el que estamos inmersos. Las propias descripciones del sistema son productos culturales que están insertos en la lógica económica que describen. Un producto cultural que arremete contra la cultura es parte de esa cultura contra la que arremete. No lo digo en plan moralista, lo digo en plan lógico.

-Dudo, de todas formas, que Marx se hiciera ilusiones al respecto. Sus libros, evidentemente, según su pensamiento, forman parte de la superestructura. Existe la posibilidad de influir en lo verdaderamente real, la infraestructura, desde la superestructura. De hecho, solo accedemos a la infraestructura desde la superestructura. El partido se juega en el espacio simbólico, por decirlo así. Lo simbólico es real, dado que tiene consecuencias. Es una virtualidad real.

-Digo que soy reaccionario porque no creo en el progreso. El progreso es la ilusión de la modernidad y presupone la esencia, el ser, la verdad, etcétera, como objeto inalcanzable al que continuamente nos aproximamos. En una especie de futuro ideal, lo alcanzaremos. Nosotros no, la humanidad, en su esplendorosa abstracción. Detesto la idea de utopía. En ese sentido el marxismo fue plenamente moderno, es decir, falso. Ya lo había advertido Spinoza, la teleología es mentira. No existen causas finales.

-La utopía no sirve para caminar. No sirve para nada. A los opresores no hay que oponerles bellas ideas falsas. Hay que organizarse y luchar. Hay que diseñar estrategias que realmente nos doten de la capacidad de pararles los pies. No precisamos ninguna idea moral de justicia, precisamos tener la potencia necesaria para que no nos opriman. Jamás va a existir una sociedad sin antagonismos, lo cual no quiere decir que no haya que luchar, que haya que resignarse. Cuando el sistema económico amenaza la supervivencia de un grupo, resistir y luchar no es un imperativo moral, es un imperativo vital. Hay que perseverar en el ser, eso no es una ley moral, es una ley ontológica. No hay opción.

-Usted se imagina que siempre se puede elegir entre la violencia y la paz. Es conmovedor, pero falso. La violencia sistémica ya está ahí. Ahora tiene una elección mucho más difícil, elegir entre tipos de violencia. La paz de la explotación es la guerra contra nosotros.

-No se asuste, hombre, no creo que la violencia vaya a solucionar nada, pero no por razones morales sino, digamos, técnicas. Imagine que yo formo un grupo revolucionario violento y tomo el poder y, claro, cuando estoy en el poder, no me queda más remedio, puesto que yo soy la verdad, que detener la historia y ser profundamente conservador y dictatorial. Fundaría un régimen horrible. La URSS es la mayor catástrofe del siglo XX, evidentemente. En ese sentido no soy reaccionario. Otra cosa es que decir que eso fue el comunismo me parezca absurdo; fue capitalismo de Estado. Hay que reiventar el comunismo.

-Ayn Rand es probablemente la filósofa más tonta de la historia.

-El anarcocapitalismo me produce náuseas.

-Prefiero tener dolor de estómago a tener que pensar en el anarcocapitalismo, porque si pienso en el anarcocapitalismo pienso que si tuviera un dolor de estómago mortal me moriría sin más, a no ser que tuviera dinero para ir al hospital.

-Los anarcocapitalistas son malos.

-El anarcocapitalismo es una modalidad del mal.

-Si me cruzo con un anarcocapitalista, cambio de acera.

-Respirar cerca de un anarcocapitalista me revuelve el estómago.

-Los anarquistas son peor que los curas, pero los anarcocapitalistas son peor que Satanás.

-¿No íbamos a habla de contracultura?

-Muchos imaginan la Academia, el Establishment, etcétera, como un fantasma autoritario, por el placer de atacarle. Por supuesto, esta imagen abstracta es estratégica. Del mismo modo que la posmodernidad imaginó la modernidad como algo unitario para poder atacarla mejor.

-La ofensiva neoliberal ha declarado la guerra a lo público. Estamos en guerra. Y tenemos todas las de perder.

-Supongo que en una comuna anarquista, cuando no haya Estado y alguien necesite ser operado de cáncer, habrá algún gurú loco capaz de adquirir conocimientos de medicina por ciencia infusa mientras baila un diabolo. O quizá la paz y la armonía y la comunión con la naturaleza hayan erradicado por arte de birlibirloque las molestias que ocasiona la realidad, y ya no existan las enfermedades. Quizá la salvación del mundo reside en el veganismo.

-Soy un ente de ficción, digo lo que quiero.

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Cuando aparece un genio, los necios se conjuran contra él, pero también produce una legión de jóvenes insomnes. Los necios se dedicarán a escribir insulsas sátiras en las que se trasluce el veneno del remordimiento, los jóvenes insomnes lo admirarán incondicionalmente. Mi profesor de Estética se extrañaba de que la legión de odiadores profesionales de Lynch fuera a ver sus películas, si de antemano ya sabían que no les iba a gustar. En realidad no es tan extraño, porque a los odiadores profesionales les encanta despotricar. Que si las películas de Lynch son fantasías esquizofrénicas para mentes obsesivas y perturbadas, que si no tienen ningún sentido, que si son una estafa, que si Lynch se ríe de nosotros, que si el rey está desnudo. A un necio se le descubre enseguida por esa pasión incontenible con que se refiere al cuento de Andersen como prueba de su infinito ingenio y como argumento de autoridad supremo. No se refieren, sin embargo, a la fábula de la zorra y las uvas, que explica perfectamente su comportamiento.

Desde luego, hay múltiples lecturas e interpretaciones de las películas de Lynch. Para mí, por ejemplo, está clarísimo que Carretera perdida no es, en su totalidad, un delirio, una fantasía o un sueño. La primera parte es  realidad, la segunda es la elaboración de la fantasía de Fred, hasta que la fantasía se vuelve insoportable y Fred tiene que huir de vuelta a la realidad. El Hombres Misterioso es un fantasma de Fred. Se conocieron en la casa de Fred, y el Hombre Misterioso no tiene por costumbre ir donde no se le invita. Pero, como casi siempre sucede con Lynch, entre el plano de la realidad y el plano de la fantasía hay una especie de pasadizos ontológicos que interconectan transversalmente ambos planos. En Inland Empire la habitación de los conejos viene a ser, creo yo, la otra escena, en sentido freudiano, una suerte de inconsciente donde la lógica de la causalidad ha sido abortada y hay risas enlatadas que suenan de manera totalmente ridícula e incongruente respecto de los diálogos y donde alguien tiene un secreto que no puede revelarse.

Supongo que suena muy pedante, pero creo que la mejor forma de ver la estructura de Carretera perdida es concebir el plano de la realidad y el plano de la fantasía como una cinta de Moebius, es decir, que una vez recorridos te das cuenta de que pasa de un plano a otro sin darte cuenta porque todo este tiempo ha habido un solo plano. Fred acaba la película en el mismo punto en que empezó, pero del otro lado. En el mismo punto en el que recibió la noticia de Dick Laurent está muerto, pero ahora es él el que da la noticia. Está en el mismo punto, después de haber recorrido la cinta de Moebius. Si recorres con el dedo o con un bolígrafo la cinta de Moebius llegas al aparente otro lado sin haber cambiado de lado. Quizá no me estoy explicando bien, lo mejor será que construyáis una cinta de Moebius con un folio. Yo tengo una. Bien, con vuestras cintas de Moebius en la mano... No, no hace falta que construyáis una.

Fred está traumatizado por haber hecho lo que ha hecho (no digo qué ha hecho, por si alguien no ha visto la película), aunque no lo recuerda. Le gusta recordar las cosas a su manera, no necesariamente como han pasado. Lo que ha hecho lo ha hecho movido por los celos. En su fantasía, todo está invertido, como en Alicia a través del espejo. Bueno, todo no. Sigue teniendo un oído excelente, por ejemplo, y el Hombre Misterioso reaparece, porque puede estar en dos sitios a la vez, como queda claro en su primera aparición.

El Hombre Misterioso es una especie de mediador evanescente entre ambos mundos. Una incógnita.

El cine de Lynch, en general, no puede ser comprendido en su totalidad, por la misma razón que no comprendemos la realidad en su totalidad. La realidad no mediada simbólicamente es una x siniestra, irrepresentable, la noche del mundo. Lynch no para de sugerir esta dimensión siniestra en sus películas, especialmente en Cabeza borradora, con todos esos sonidos industriales que acompañan al protagonista, las imágenes abyectas y repugnantes y, claro, la cabeza desmembrada del protagonista, órgano sin cuerpo, la imagen misma de lo siniestro. La realidad preontológica, previa a su organización simbólica, está descompuesta, como en los fragmentos (nótese el doble sentido) que han llegado hasta nosotros de Empédocles, en los que habla de una época anterior en la que aún no se había formado el mundo y en la tierra brotaron muchas cabezas sin cuellos, erraban brazos desprovistos de hombros. Miembros suelos... erraban. O, como diría Hegel, aquí una cabeza ensangrentada, allí una horrible aparición blanca. Esta noche del mundo es previa a la formación del sujeto, previa a la constitución del logos. El sujeto se forma accediendo al universo simbólico. También sugiere esta dimensión al comienzo de Terciopelo azul, cuando la cámara se sumerge en la hierba y muestra primerísimos planos de insectos.

Otro aspecto importante del cine de Lynch es su particular uso de la ironía, donde lo macabro y lo más mundano se combinan de tal manera que se revela que lo macabro está contenido siempre en lo más mundano. Como dice David Foster Wallace, algo típicamente lyncheano es una expresión facial grotesca que se mantiene varios minutos más de lo que las circunstancias justifican, hasta que comienza a significar diecisiete cosas diferentes a la vez. El propio DFW, en La filosofía y el espejo de la naturaleza, lleva esta ironía hasta un punto extremo. La madre del protagonista es operada por un cirujano que la cagó y su madre se queda con aspecto de estar desquiciadamente asustada todo el tiempo. El título del relato es idéntico al de un libro de filosofía de Rorty y es, desde luego, irónico.

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-En aquella época yo estaba narcisísticamente obsesionado con la imagen que proyectaba de mí mismo en los demás, aunque no quería proyectar ninguna imagen específica y hubiera preferido, directamente, no proyectar ninguna imagen, pero hacer esto no es posible, hagas lo que hagas, proyectarás una imagen y esa imagen servirá como base de lo que los demás pensarán de ti, porque las apariencias son cruciales, son lo que verdaderamente importa, digan lo que digan, nadie está escindido entre lo que parece y lo que es, la apariencia forma parte del ser, el ser, lo que eres, es la unidad de la apariencia y el ser, por decirlo así, de modo que salvar las apariencias no es una actitud superficial, o mejor dicho, lo es, solo que lo superficial es también crucial y lo más crucial, porque las profundidades ignotas de la psique que no se revelan sencillamente permanecen incognoscibles, así que lo más profundo es la piel, lo que aparece, las apariencias, los fenómenos y no los noúmenos. Trataba de ocultar mi rostro con el pelo, que lo llevaba muy largo, aunque no lo hacía conscientemente, lo de ocultar el rostro, quiero decir. Así que supongo que mi imagen estaba asociada involuntariamente con todo tipo de connotaciones relacionadas con el engreimiento y la soberbia y el mutismo altanero y esnob del típico raro medio autista que se cree un artista y secretamente se siente orgulloso de sus nulas habilidades sociales y se entrega a la compleja elaboración introspectiva de pensamientos inútiles, pero la verdad es que esa no era, de ningún modo, la imagen que yo quería proyectar de mí mismo ni era lo que quería que los demás pensaran de mí y, de hecho, no quería que los demás pensaran nada de mí y mucho menos que me dijeran lo que pensaban de mí.

-Este miedo al potencial destructivo del prójimo era un ingrediente fundamental de la imagen que los demás veían de mí, claro. Nunca entendí bien las conversaciones de mis compañeros de instituto. Mis reacciones y mis respuestas solían provocar una hilaridad que estaba muy lejos de mis intenciones. Eran consecuencias inintencionales, por decirlo así, de mis actos de habla. Estoy pensando algún ejemplo, para que pueda hacerse una idea. Una noche, en un bar, todos mis amigos estaban jugando a uno de esos juegos odiosos en los que hay que hacer confesiones y beber si los demás también han hecho algo que tú has hecho, o algo así. No entendí el juego. Literalmente. Creo que invertí por completo el sentido del juego. Es decir, yo estaba jugando al revés, o algo así. Me di cuenta después. Así que ahí estaba yo, completamente borracho, diciendo sandeces hilarantes sin querer, y todo el mundo se estaba riendo y algunos decían que estaba como una puta cabra y había una chica que coreaba mi nombre y que luego me invitaba a cerveza y que luego brindó conmigo con tanto entusiasmo que me rompió la botella de cerveza y me hizo un corte en el pulgar de mi mano derecha y luego me llevó al baño a limpiarme la herida y lo que quiero decir es que en todo momento yo estuve muy confuso porque aquello era una situación caótica o una situación regida por normas que se escapaban a mi comprensión y a mi control y que cuando aquella chica me estaba diciendo que no me podía ir a casa porque si me iba se acababa la fiesta yo no podía estar seguro de si se estaba riendo de mí o estaba siendo simpática de un modo sincero y cuando, en algún momento de la noche, ella me preguntó por Kafka, porque por alguna razón había sacado a colación el tema de qué libros me gustaban, me hubiera gustado decir que estaba inmerso en una situación kafkiana, aunque odio el abuso del adjetivo kafkiano, así que no dije eso, no recuerdo qué dije, y entonces tuvo lugar la típica escena de bailar mal deliberadamente y dar vueltas a la chica, teatralmente, y a la inversa, deconstruyendo roles de género, con todos los grados de conciencia e ironía que implica la escena y el subtexto ambiguo que contiene en forma de señales equívocas de significado ambivalente.

-Esto no es del todo cierto, estoy hablando como si estuviera en un relato de DFW. Toda mi vida he sido un fraude.

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-Por ejemplo, la expresión darle a la tecla. Es horrible, una atrocidad, un crimen; solo pensar en ella hace que  mi frente se empape de sudor frío y mi estómago se revuelva. Imagine un diálogo entre un escritor que usa esta expresión y un amigo que le llama por teléfono para preguntarle qué tal le va. Qué andas haciendo, diría el amigo. Dándole a la tecla, respondería el escritor. Si yo fuera el amigo del escritor, dejaría de hablarle. En serio, no le hablaría nunca más. Y si un hijo mío usara esa expresión, no podría quererle. También odio, lógicamente, expresiones concomitantes, tipo dominar la tecla. Por no hablar de trajinar con la tecla. También odio a la gente que escribe yo creo, que. ¿A cuento de qué viene esa coma? Insoportable. También a la gente que escribe ojalá, todos escribieran, aunque fuera un poco. De nuevo no sé a cuento de qué viene esa coma. Me refiero a la primera. Ojalá todos escribieran, aunque. ¿Ves? Así sí. Yo, además, no solo no deseo que todo el mundo escriba, sino que deseo que lo haga muy poca gente. Hay demasiada gente que escribe. La inmensa mayoría lo hace mal. Me incluyo, por supuesto. Creo que todos deberíamos escribir menos y leer más. Lo creo sinceramente. Odio a la gente que dice sobre gustos no hay nada escrito. No entiendo por qué dicen algo que es, evidentemente, falso. Sobre gustos hay miles de libros escritos. Casi no se escribe sobre otra cosa, de hecho. El adagio latino es de gustibus non est disputandum. Sobre gustos no se disputa, de acuerdo. Quizá en la expresión no hay nada escrito, escrito signifique no literalmente, sino lo escrito entendido como forma de autoridad última. Aún así, me disgusta la expresión. Creo que ya le he comentado en alguna ocasión que hay gente que dice cosas como las faltas de ortografía son imperdonables, hasta el punto que ni siquiera, etcétera. Irónico. El severo profesor queísta, podríamos llamarle. También hay gente que escribe me parece aberrante que alguien no sea capaz de escribir a la primera sin faltas de ortografía. Esto lo escribe alguien que en un comentario anterior había escrito tambien, así, sin tilde. A mí no me parece aberrante. Quizá le suene extraño, porque no hago más que quejarme y odiar, pero odio aún más a los que odian a alguien por cometer faltas de ortografía, o les parece aberrante.

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Era el tipo más loco que haya conocido nunca, un tipo que escribía relatos extrañísimos en los que mezclaba su obsesión con la lógica y ciertos aspectos de de la filosofía idealista y los escribía con un tono ácido y descreído que rozaba lo macabro y un humor que usaba como coraza protectora y nadie los leía excepto dos o tres compañeros de clase, entre los que estaba yo. Recuerdo un relato en el que hablaba de la soledad abstracta de los conjuntos vacíos y de cómo estos cobraban conciencia de su soledad y sufrían por ello y echaban de menos ser habitados por elementos, aunque fuera por un solo elemento, y se referían a su deseo de abandonar su estado de vacío como una imposibilidad lógica y un anhelo carente de esperanza y sin embargo ineluctable y la conciencia de los conjuntos vacíos era un trasunto de la conciencia del hombre en su simplicidad capaz de contenerlo todo sin ser ella propiamente nada y de la angustia como la única emoción verdaderamente humana. El conjunto vacío bromeaba sobre lo difícil que le resultaría aniquilarse, pero nadie le escuchaba. Aquellos relatos infringían todas las normas de los manuales acerca de cómo se debe escribir un relato, porque Arturo no concretaba nada y todo era desesperadamente abstracto y hermético y muchas veces un puro sinsentido, como el relato de la línea que se levanta convertida en un círculo y da vueltas en la cama sin poder salir ni ver la luz del día y que para Arturo era una fábula geométrico-existencial y sociopolítica sobre el colapso de la modernidad. Recuerdo su obsesión con la película Carretera perdida y sus teorías descabelladas sobre el cine de David Lynch y recuerdo que algunos días, en medio de clase, me susurraba al oído Dick Laurent está muerto, o el Hombre Misterioso está ahora en clase y también está en nuestra casa, grabando el salón, o nunca te fíes de una mujer teñida de rubio, mejor aún, nunca te fíes de una mujer, y al acabar la clase decía que la estructura de la película era sin duda una cinta de Moebius en la que se revelaba que el plano de la realidad y el plano de la fantasía eran el mismo plano. Él estaba permanentemente inquieto y excitado por todo tipo de ideas extravagantes que le acosaban las largas noches de insomnio, que en gran parte eran culpa del exceso de cafeína, y siempre daba la sensación de estar inmerso en algún tipo de complejo combate introspectivo contra sus propios demonios y las desmesuradas cantidades de café iban acompañadas de cigarros que fumaban compulsivamente y parecía tener un miedo atroz a que algo se le estuviera escapando, a que algo, no se sabía bien qué, se le estuviera pasando por alto. Un día me dijo algo sobre analizar la realidad hasta el punto de la locura. Otro día dijo algo sobre que para realizar algo verdaderamente grande había que afrontar el peligro y bordear la locura. Era uno de esos tipos que sabes que no pueden acabar bien, desde el principio hay un brillo en su mirada de tristeza o de ansiedad, o un anhelo desmesurado y vago que se trasluce en sus ojos. Un brillo de cristales fragmentados o estrellas tristes. Realmente estaba obsesionado con los círculos y las líneas y con su identidad, desde que leyó un libro de Nicolás de Cusa, y con la cinta de Moebius, que había construido con un folio. A veces se ponía muy pesado y solo hablaba de cosas que le interesaban a él, y ni siquiera prestaba atención a si les estabas escuchando o a si te estaba aburriendo hasta  el llanto y parecía dar por hecho que tú habías asistido al curso de sus pensamientos porque se ponía a hablar como si estuviera en medio de una conversación cuya primera parte, en realidad, solo había tenido lugar dentro de su cabeza. Eso lo hacía mucho, casi siempre sin darse cuenta. No creo que asumiera nunca que los otros no tenían acceso a sus estados mentales y daba por supuesto que los demás deberían ser conscientes de sus estados de ánimo aunque no los manifestara. Claro que sabía que esto era imposible. Lo sabía, decía, pero no lo sentía.

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-Yo diría que fue un día de abril, hace ya unos veinte años, no sé exactamente qué día fue, pero sí que sufrió lo que él describió, con su exagerado gusto por las exageraciones, como una epifanía demoledora que produjo un cambio sustancial en todas sus conexiones sinápticas y alteró su estructura cerebral de modo que su anterior identidad quedó superada por completo. También, en otras ocasiones, describió aquel suceso como un acontecimiento de conversión radical que rediseñó su psique y todo su ser de modo que proyectó su vida hacia la consecución de un único objetivo y que a partir de se momento todas sus energía y toda su atención estaban concentradas o focalizadas en un único punto y que así era como había conseguido mantener un grado máximo de eficiencia en todos y cada uno de sus pensamientos. Tal vez se volvió loco, pero déjeme decirle una cosa, se le veía feliz, por primera vez en su vida era feliz, creo yo, y no estaba dispuesto a cambiar su felicidad por nada, y si le mirabas a los ojos podías ver un brillo en ellos que nunca había tenido anteriormente y comprendías que iba a afrontar todos los riesgos que se encontrara en su camino con una determinación suicida. Lo que le sucedió no está claro, sin embargo. Estaba obsesionado con la idea de que su cerebro tenía un déficit de serotonina y con la idea de que era capaz de subsanar este déficit por medio de una atención despiadadamente intensa a todo lo que ocurría a su alrededor. No era fácil comunicarse con él. Tenía periodos de mutismo introspectivo infranqueable y periodos logorreicos en los que hablaba sin cesar y sin preocuparse mucho de que los demás siguieran el hilo de su discurso. Estructuralmente estoy compuesto de tal forma que las digresiones y divagaciones son inherentes a mi naturaleza y son un rasgo que pienso llevar hasta el extremo. Eso lo dijo el días antes de desaparecer. Deseaba tener todos los datos en su cerebro de forma simultánea y organizada de tal modo que pudiera acceder a ellos siempre que lo necesitara, sin gastar energía, sin tener que esforzarse. No sé muy bien con qué propósito. Hablaba del Bibliotecario Supremo y decía que el mapa de su cerebro era como una red de metadatos y referencias cruzadas capaz de recuperar toda la información relevante en cualquier momento. Soñaba con un orden perfecto. Todo el ruido tóxico de lo inesencial será abolido y en su lugar se instaurará una armonía perfecta. Algo así decía. La música más maravillosa y lógica jamás escuchada por el hombre. Estaba convencido de que las matemáticas eran un lenguaje esencial, pero que aún más esencial era el hermoso y frío mundo de la lógica, un prodigio de abstracción y seguridad. Las relaciones son lo primero, la materia secundaria. Antes de largarse, sostenía una peculiar versión de platonismo en la que lo fundamental eran las relaciones eternas y exteriores a los términos que las efectúan. Estaba completamente obsesionado con esa idea. Los cuerpos mueren, las relaciones no. Era algo hermoso, según él.

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Me daba mucha pena pensar en la soledad abstracta de los conjuntos vacíos y me los imaginaba como gigantescos círculos flotando eternamente en el espacio oscuro y gélido, círculos gigantescos e inmóviles sin nadie que los habitara, me imagina que, de algún modo, los conjuntos vacíos cobraban conciencia de sí mismos y eso les deprimía porque, al fin y al cabo, no eran nada, solo la conciencia de esa nada, y también me imaginaba que sospechaban que existían otros conjuntos poblados de elementos, incluso de infinitos elementos, mientras que ellos, por ninguna voluntad divina, solo por azar, tenían que sobrellevar una existencia vacía, para siempre, y que soñaban con la posibilidad de que algún día, algún elemento, les habitara y les aliviara y dotara a sus vidas de significado.

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Dice la inefable Lourdes que la derecha son los nuevos rojos. O algo así de estúpido. No voy a decir nada, porque mi odio visceral hacia Russian Red me nubla el cerebro y el juicio. De todas formas, que conste que yo odiaba a Russian Red antes de que declarase ser de derechas y que cuando vi que los de Rockdelux incluían una insulsa y cursi canción suya (como todas; creo que ya estoy diciendo algo, cosa que dije no iba a hacer) en un recopilatorio, procedí a proferir alaridos salvajes hacia el cielo con los brazos extendidos en actitud suplicante y después, de rodillas, pregunté al Dios de los indies por qué nos había abandonado y permitía a aquella pija que maullaba atrozmente aparecer en Rockdelux. ¿Por qué, Señor? ¿Acaso hemos estado adorando becerros de oro por ahí? ¿Qué grave pecado hemos cometido?

Y entonces los cielos se abrieron y el dedo ardiente de dios grabó en piedra con fulgente caligrafía que no adorásemos falsos ídolos y dijo que aquello había sido una prueba para seleccionar a los verdaderos creyentes y que algunos pecadores habían sucumbido a los encantos demasiado obvios y prefabricados de una cantante efectista de nulo valor artístico que pone ojitos y se viste bien y nada más y que se avergonzaba de esos pecadores y que ya no eran hijos suyos. ¿Irán al infierno los oyentes de Russian Red?, pregunté. Sí, respondió Dios, con la atronadora voz de la justicia. ¿Se salvarán los oyentes de Nacho Vegas? Sí, volvió a afirmar Dios.

2 comentarios:

  1. Señor, aunque tengo por costumbre no comentar blogs ajenos y no dejo que comenten en el mío por no enquistarme en diálogos que no llevan a ninguna parte, hoy me salto mis normas para manisfestar que sigo leyendo con gran placer el suyo y admirando el potentísimo biceps de su inteligencia.
    Abrazos

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  2. Muchas gracias, Astur, yo también le sigo leyendo. Creo que pronto va a publicar un poemario, ¿no? Estoy a la espera...

    Un abrazo

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