jueves, 22 de diciembre de 2011

Intento de agotar una fotografía de Marilyn Monroe

Marilyn tiene la pierna derecha cruzada sobre su pierna izquierda. El vestido le llega hasta la rodilla derecha y proyecta una sombra minúscula. Le cubre la rodilla, pero no del todo. Hay una especie de zona difusa, indefinida, en la que el vestido se detiene. La piel blanca y desnuda de su pierna se interrumpe mucho antes de llegar a los tobillos, que quedan fuera del alcance de la fotografía. En esa zona ahora para siempre imposible. Su muñeca izquierda reposa sobre su rodilla derecha y su mano pende con indiferencia y elegancia, distendida, aunque el dedo índice, contraído, desaparece en las sombras, y el pulgar, seguramente apretado contra la palma, también permanece ajeno a la luz, invisible. Dos pliegues de su vestido, causados por la posición de sus piernas, parecen dos cordilleras diminutas de cimas increíblemente lisas y regulares proyectadas desde su rodilla y que forman un valle o una pista que desembocara en el abismo (seguramente esta imagen no ha quedado muy clara). Un conjunto de pliegues más caótico se forma en la zona de su cadera. Los pliegues parten de un punto y se abren hacia el exterior en forma de abanico. El codo derecho se apoya sobre su pierna derecha. Marilyn posa ligeramente inclinada hacia adelante. La fotografía es en blanco y negro. Tiene la barbilla apoyada sobre su mano derecha. La uña del dedo índice roza sus dientes. Su boca esta entreabierta. Los dientes apretados, pero no del todo. Parece que ejerce una presión muy débil, pero no se sabe bien el grado de intensidad con que aprieta los dientes. La expresión de su rostro, tomada en conjunto, es compleja y equidistante respecto a un montón de expresiones posibles que no definen bien la singularidad de la expresión de Marilyn. No sonríe, pero tampoco está seria. No está tensa, pero tampoco francamente relajada. No está alegre, pero tampoco triste. Su mirada se dirige hacia su derecha, hacia algo que está fuera de la fotografía y que nosotros no podemos ver. No te mira directamente. Te esquiva. Huye. Nadie podrá atraparla nunca. Tampoco está exactamente melancólica. Hay un brillo en sus ojos cuyo significado es indescifrable. Como si se hiciera evidente, solo durante un momento, un fulgor trágico. La madre loca, su destino inminente, todo confluye alrededor de su figura, flota circularmente sobre su rostro. El tiempo por detrás, el tiempo por delante. Y, en medio, ella. Ahí, en ese momento preciso. Entre los dedos índice y corazón de su mano derecha sostiene un bolígrafo. Marilyn mira hacia algo con curiosidad e indiferencia y tristeza y alegría. Todo a la vez. El fondo de la fotografía es completamente negro y Marilyn resalta con su quietud trémula, perfectamente consciente de su poder de fascinar y atrapar la mirada. Lleva un vestido en forma de pico y sin mangas. El tiempo no transcurre en las fotografías. Es algo evidente, pero misterioso. En esta fotografía, Marilyn no puede morir. Es un momento arrancado al tiempo, desgajado de su corriente demoledora. Un instante irreal. Un presente imposible. Aquí solo hay un juego de luces y sombras, no carne mortal. Sin embargo, la expresividad emerge de su rostro con una intensidad vibrante. Una vibración inmóvil. Un fulgor. El tiempo está detenido, porque no hay movimiento. Su brazo derecho forma una uve que trasciende la dura geometría rectilínea ideal para alcanzar curvaturas sinuosas llenas de matices sugerentes. Es su antebrazo el que proyecta la sombra que queda en el interior de esta uve. El pelo corto y ondulado recibe la luz como un girasol frente al crepúsculo. No parece haber nadie junto a ella. Ni siquiera el fotógrafo. Solo ella, con las piernas cruzadas, con un bolígrafo en la mano, con la mirada ausente. Solo las luces y las sombras y un lugar inexistente.

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