sábado, 3 de diciembre de 2011

Entrevistas breves con hombres que al final siempre terminan hablando de metafísica

-¿Acaso es mucho pedir que cuando alguien entre en mi habitación para decirme cualquier cosa o para lo que sea al salir deje la puerta exactamente en la misma posición en la que estaba, ni más cerrada ni más abierta? ¿Eh? ¿Sí? ¿No? Lo más normal es que la dejen más abierta, obligándome a tener que levantarme para cerrarla un poco más y dejarla como estaba. Es agotador y repetitivo. Aunque terriblemente insignificante. Eso está claro y yo soy consciente de ello. No me quejo, solo pregunto si acaso sería mucho pedir. Quiero decir, no me parece una exigencia inviable ni creo que tenga nada que ver con ese tipo de exigencias pueriles y caprichosas de los niños mimados cuya ansia de satisfacer inmediatamente sus deseos les dota de cierto carácter dictatorial o tiránico. Más bien tiene que ver con la regularidad y el orden y con no aumentar innecesariamente el buen número de fenómenos aleatorios y caóticos que ya de por sí contiene el universo, como los sistemas estocásticos, por ejemplo. Tiene que ver con el deseo moderado de cierta invarianza ambiental que contribuya al equilibrio y a la estabilidad. Quiero decir, no se trata de un anhelo feroz, no me va la vida en ello, claro que no, pero, en fin, ¿sería o no deseable? Entran en tu habitación, luego se van, la puerta queda significativamente más abierta, y entonces te tienes que levantar de tu asiento para volver a ponerla como estaba. Los detalles nimio no son verdaderamente importantes tomados de forma aislada, pero vistos en conjunto conforman una vida. Hay que prestarles atención. No se trata de que la metafísica sea general y abstracta y se ocupe de las grandes categorías del pensamiento desatendiendo los aspectos concretos de la realidad. Esto solo lo piensan los idiotas. Es la distinción misma entre categorías generales y cosas particulares la que es metafísica. Quiero decir, preste atención: la distinción en sí. No veo de qué modo podríamos librarnos de ella. Piénselo bien. Imagine, por ejemplo, que yo niego que existan cosas generales como el mundo, dios, etc., que digo que eso son categorías abstractas que no existen en la realidad, y que solo hay cosas particulares y que, por tanto, la metafísica es una patraña. Bien, en ese caso, usted, forzosamente, tendrá que señalarme que he usado ya esa metafísica que había creído abolir, he usado la categoría de existencia, que es bien general, por ejemplo. He usado la metafísica para negarla. Obviamente, esta paradoja es difícilmente salvable, así que yo tendría que reflexionar un poco más, y acabaría diciendo que quizá lo que pasa es que existen muchas metafísicas distintas. Igual que existen muchas lógicas distintas. Lógica de predicados y lógica difusa, por ejemplo. Cualquier afirmación que se refiera a la realidad como un todo es inevitablemente metafísica, si voy y digo que la realidad es materia, o que consiste en materia, o que no hay nada más que materia, antes de saber si es falso o no lo que digo, ya me estoy moviendo dentro de un determinado paradigma metafísico. Así, digamos que la metafísica parece no tener que ver tanto con afirmaciones verdaderas o falsas, sino con marcos previos o con algo parecido a marcos previos, por ejemplo, categorías del pensamiento. Todo esto se puede volver muy complejo. No sé por qué hemos empezado a hablar sobre metafísica. Quizá también se use el término metafísica significando otras cosas. Por ejemplo, un significado excesivo y nebuloso que uno no puede o no quiere concretar. Cuando alguien dice: no es solo una cuestión política, es una cuestión metafísica, lo que pretende es ampliar el campo de significación de esa cosa, y ese campo es tan amplio que sus límites no están claros y entonces dice que es una cuestión metafísica. Es una cuestión que alberga en sí una tensión entre lo que sabemos y lo que no. Lo que no podemos saber. O quizá no se trata de saber. Es una especie de límite, de línea divisoria. Esta línea articula el más allá y el más acá. Más allá y más acá de la línea, pero, preste atención a esto, porque es jodidamente importante, sin darle un contenido positivo a lo que trasciende el límite. ¿Por qué no? Porque entonces ya no estaríamos en la metafísica sino, directamente, en la religión. Si le damos un contenido positivo a lo trascendente no estamos siendo intelectualmente honestos. Estamos haciendo trampa. Estamos tomando un atajo. Estamos optando por lo fácil. Lo que quiero decir, es que sí, por supuesto, prestemos atención a los detalles, pero no caigamos  en el error de pensar que así nos libramos de las ilusiones metafísicas. Usted, por ejemplo, cree salir de una ilusión metafísica, digamos del alma. Ya no cree en el alma. Ha leído un montón de libros de divulgación más bien simplistas que le hacen creer que entiende la hostia de neurociencia y se ríe por lo bajo de las discusiones filosóficas que para usted carecen totalmente de sentido tras haber sido iluminado por charlatanes que perpetran libritos comerciales tontorrones que agasajan su inteligencia y dicen supuestamente las cosas claras y eluden los problemas metafísicos e incluso los problemas semánticos, así que usted ha recibido como una epifanía una cosmovisión cientifista aproblemática y dice que la palabra alma carece de sentido porque se trata en realidad de una vieja ilusión metafísica. Creáme o no, usted lo que ha hecho es entrar en otra ilusión, también de carácter metafísico. Eso por no hablar del anacronismo que supone interpretar la palabra alma de un texto de hace más de dos mil años como si significara lo mismo que ahora. Ha creído sin saber que lo estaba creyendo que los significados no varían. Esa es su creencia metafísica implícita. Pues bien, si alma significaba en uno de esos textos antiguos, pero esto es solo un ejemplo, llevar en sí el principio del movimiento, está claro que decir que las plantas tienen alma no es una frase absurda, puesto que significa que las plantas crecen, que no son piedras. Si en ese texto del ejemplo alma no significaba ninguna clase de sustancia extraña fantasmagórica que reside en la interioridad de las personas y que ha sido puesta ahí por otra sustancia aún, si cabe, más extraña, que usted niegue que el alma sea ese ente fantasmagórico es lo que carece de sentido. Piénselo, estaría negando algo que el texto no dice. Aquí el problema es simplemente que usted está leyendo mal. Pero sigamos con la metafísica. No existe el alma, de acuerdo, lo que hay son reacciones químicas en su cerebro. Queda por explicar, aún admitiendo que el alma no exista y sea una mera ilusión, por qué se produce esa ilusión. Supongamos que yo estoy de acuerdo en que el alma no existe. La cuestión es: ¿qué quiero decir yo cuando uso la palabra alma? Quizá sé perfectamente que no puede ser un punto extenso, que es imposible que sea una cosa entre las cosas, que para nada forma parte de la res extensa. ¿A qué necesidad, sin embargo, respondía el surgimiento de la palabra? Quizá respondía a una necesidad bien real de referirse a las vivencias de las personas, por ejemplo. ¿Es lo mismo el hecho de experimentar emociones que la explicación neuroquímica de las emociones? Me refiero, no a que haya dos planos de realidad, el normal, digamos, y otro super secreto e inaccesible que fuera el lugar propio del alma, sino a dos niveles de significación que convivan en el mismo plano de realidad. Yo soy un monista convencido, aunque pudiera estar equivocado, pero, de nuevo, insisto en que el error o el acierto respecto a nuestros juicios sobre la realidad están enmarcados en una visión metafísica previa sobre la realidad que normalmente permanece implícita y de la cual no somos conscientes y quizá la tarea necesaria e imposible de la metafísica no sea otra que la del ojo que intenta verse a sí mismo cuando nada en el campo de visión permite inferir la presencia de un ojo. El sujeto no pertenece al mundo, es el límite del mundo. El límite somos nosotros. Piense en eso. Lo del ojo tiene que ver con Wittgenstein y con Kant, lo digo para que no parezca que me apropio de ideas y las hago pasar por mías. Usted no puede decirme que mi experiencia emocional es una ilusión y que en realidad las emociones son reacciones químicas en mi cerebro. No estoy seguro, sin embargo, de cuál es el error de este reduccionismo tan grato a cierta mentalidades científicas. No a todas, ojo. Yo puedo afirmar, a la vez, que mis emociones son reacciones químicas en mi cerebro y que no son una ilusión. O que en tanto que ilusiones son reales. Piense en el dolor, en lo absurdo que resultaría decir que el dolor no existe, que es una ilusión, lo que existe son impulsos nerviosos y cosas mensurables. Podríamos hablar de ilusiones reales, en este caso. No sé si me estoy explicando o no. Quiero decir que fenómenos como el dolor o la conciencia tienen una ontología de primera persona. Por supuesto, sin la base material que la hace posible, la conciencia no existiría, pero, por definición, la conciencia se experimenta en primera persona y no es lo mismo responder a cómo es posible la conciencia que el hecho mismo de ser consciente. No estoy diciendo, repito, que haya dos realidades, no estoy diciendo que haya dos cosas, la materia y la conciencia, sino una única cosa vista desde dos puntos de vista y, atención porque esto sí que es jodidamente importante, el punto de vista cambia el significado de la cosa sin ser simplemente un subjetivismo que habría que deshechar o superar sino que, de algún modo, pertenece a la cosa misma. Sé que esto resulta vago y confuso, yo también estoy confuso. Quiero decir, no existe la verdadera realidad de una cosa independientemente de sus apreciaciones, percepciones, intuiciones, intelecciones, etc. La cosa en sí. ¿Acaso no es metafísica de la mala, de la que ni sabe que lo es, esa idea según la cual la ciencia nos ofrece el único camino de acceso a la realidad tal cual es, sin velos ni disfraces? En mi opinión, la realidad tal cual es todo el complejo de las distintas formas de acceder a ella sin que sea posible establecer una jerarquía que privilegie una de ellas por encima del resto. Pero hay que ser muy consciente de que conviven porque se mueven en distintos planos de significación. Aunque no estoy muy seguro. Estoy cansado de hablar con usted. Por cierto, nuestros estados de ánimo condicionan nuestro pensamiento y, ahí va una tesis que tampoco es mía, no podemos eliminar sin más la supuesta distorsión de la verdad que supuestamente acarrea el hecho de que tiñamos nuestro acceso a la realidad con determinados estados de ánimo, porque siempre estamos en algún estado de ánimo y en algún grado de intensidad dentro de ese mismo estado de ánimo. Así que no hay lugar neutral. Al menos para nosotros los mortales.

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