La sala infantil, sobre la que teorizo largo y tendido, y de la cual me quejo amargamente, ya que la considero un círculo infernal y un inmerecido castigo —tal vez esté pagando pecados de vidas anteriores y mi alma aún no ha sido purificada, de ahí que sufra en este horrible lugar, alejada del puro e inmaterial mundo de las ideas—, puede ser considerada un lugar endocrónico, es decir, un lugar con su propia temporalidad, ajena a la temporalidad del espacio circundante.
(La teoría de los lugares endocrónicos de polarización negativa puede leerse en la página web de Víctor Balcells, TecnoChamán y guía de psiconautas y el mejor escritor español de su generación; aquí la versiono libremente).
Esta temporalidad particular se experimenta como un enlentecimiento atroz. El tiempo deja de discurrir, se convierte en algo negro y viscoso. El auxiliar de biblioteca siente que cada segundo que pasa en la sala todos y cada uno de los átomos que componen su cuerpo gritan con sorda desesperación. El intento de mantenerse zen ha sido un calamitoso fracaso.
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