sábado, 12 de octubre de 2013

Un hombre en una habitación

La claridad matinal, el frescor nítido cayendo del mismo cielo de siempre como una bendición, un cielo muy azul, pero detrás del azul, lejos de aquí, la negrura y el misterio, el misterio que es una puerta, una puerta que no se abre. Un hombre en una habitación. Tose y enloquece. Una bendición o una maldición. Tu conocimiento intuitivo y tus epifanías no son más que espasmos cerebrales, dice una voz. Pero el viento es cierto, responde el hombre, la calle solitaria es cierta, aunque todo camine hacia el derrumbe, hacia las bellas ruinas cubiertas de nieve. Tu manía de expresarte no es más que individualismo narcisista, no eres más que un monigote blandengue, un simio parlante neorromántico incapaz de asumir deberes y tareas, dice la voz, una voz severa que clama en el desierto. Pero no es culpa mía, responde el hombre, no fui yo quien liquidó el futuro, no fui yo quien desencantó el mundo, nada más llegar aquí ya estaban todos parloteando sobre el nihilismo moral y las éticas débiles, lo juro, en los ochenta había un montón de imbéciles integrados, hedonistas y conservadores. Tu manera de echar balones fuera, mientras te quedas fumando y mirando por la ventana, revela que tú eres otro imbécil integrado, por mucho que sueñes con ser la voz agorera de los apocalípticos. El hombre se queda en silencio. Sueña que camina durante días, agotado, al límite de sus fuerzas, resistiendo las inclemencias del tiempo, resistiendo el hambre y la sed. En su sueño, camina en busca de un desierto. Naturalmente, el desierto es también un laberinto. Los primeros monjes se mudaron a un elemento hostil al hombre. El éxodo fue el más radical acto poético al que jamás determinaron elevarse los hombres. En su sueño recuerda estas frases, leídas hace tiempo. Acuden a su mente como reverberaciones fugaces, promesas imposibles. Frases salvajemente antipolíticas y seductoras. Los paseos solitarios del más solitarios de los escritores. Otra frase: el autismo es el límite mismo de la política. Camina y camina. Luego, sometido a la lógica desconcertante de los sueños, se encuentra en una plaza, en Madrid, en la que nunca ha estado. La plaza está abarrotada de gente. Una joven escritora, a la que nunca ha leído y solo ha visto en fotografías, se cruza con él. Sus cuerpos chocan. La joven escritora se aleja. Poco a poco, toda la gente se va marchando. Más allá de la plaza, llanuras infinitas de arena blanca, refulgente. La plaza, sin embargo, se ve sumida en una sombra ominosa. La joven escritora regresa. Ahora están solos y se miran a los ojos. El hombre quiere decirle algo, pero tiene miedo de quedar como un imbécil, y no dice nada. Ella tampoco dice nada. Al regresar de su sueño o de su ensueño la voz vuelve a amonestarle. Deja de evadirte, dice la voz, cuyo tono ahora es terrible. Tus fantasías jamás abolirán el principio de realidad. El hombre siente ganas de replicar que tal vez la vida sea una evasión, pero sabe que la voz le diría que no le venga con frases de escritores.

1 comentario:

  1. Anónimo9:30 a. m.

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