miércoles, 16 de octubre de 2013

Alinear palabras

Un día gris, nublado, fantasmal, perezoso, quieto, callado, ensimismado, retraído. Sin música, sin apenas salir de casa, sin llamadas, sin mensajes. Sobrevivir al insomnio y al mediodía a base de café y cigarrillos. Las nubes, afuera, pasan lentas, parsimoniosas, abúlicas, reptan por el cielo mórbido.

Un escritor alinea palabras, dijo Perec, el acróbata lingüístico por excelencia, posiblemente la reencarnación de Cristo, al decir de Arcimboldi. Y esa es la mejor definición posible del escritor. Podríamos añadir: el escritor no piensa, escribe. Podríamos decir que eso lo dijo Barthes. Si no lo dijo, da igual, diremos que eso es lo que quiso decir o lo que debió decir.

Aunque no es cierto que haya sido un día sin música y sin apenas salir de casa y sin llamadas y sin mensajes; eso ha sido dicho únicamente por razones de sintaxis y ritmo. El escritor alinea palabras, pero estas no tienen por qué corresponder con la realidad, con las cosas, pueden ser un balbuceo desgarrado que flota en el vacío o un murmullo subterráneo que atraviesa el mundo.

La literatura traiciona a su destinatario, dijo el vilmente vilipendiado Derrida. O sea, que no está dirigida a nadie en particular y, por eso mismo, está dirigida a cualquiera. Algunos libros maravillosos simulan estar dirigidos directamente a ti. Naturalmente, quien no sostiene la fantasía, quien se carga el simulacro, quien no aplaude porque no cree en las hadas, mata a un hada*.

Un libro para todos y para nadie, subtitulaba Nietzsche su Así habló Zaratustra. Como todos los libros.

Y ahora que ya hemos citado a unos cuantos franceses, a un escritor ficticio, a un alemán bigotudo y hecho una referencia a Peter Pan, el niño trágico, ahora que ya hemos alineado unas cuantas palabras, ya podemos ir dando por concluido el post de hoy.

*Evidentemente, Fantasia está amenazada por la Nada (La historia interminable, Michael Ende).

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