viernes, 25 de octubre de 2013

Fantasmas

Día lluvioso. El cielo gris proyecta un fulgor fantasmal sobre los tejados. Como algunos lectores ya habrán advertido, la gama de mis intereses es bastante limitada, una y otra vez vuelvo sobre los mismos temas, sobre los mismos autores, incansablemente aparecen y reaparecen la lluvia, los tejados, los fantasmas, el viento, los árboles, las estrellas distantes, las reverencias en el vacío, los cigarros[1], como inevitables y difusos puntos de referencia de un texto desgajado, deshilachado, que, más que avanzar, da vueltas sobre sí mismo, reescribiéndose incesantemente, buscando, en todo caso, ampliar los círculos en que se mueve, no alcanzar alguna ilusoria meta[2]. Este volver una y otra vez sobre lo mismo podría considerarse, ciertamente, una conducta repetitiva[3] y obsesiva[4]. Aunque lo cierto es que muchas de las cosas sobre las que escribo una y otra vez no me preocupan especialmente, ni pienso mucho en ellas. Son, por así decir, acontecimientos que se producen en la escritura misma, casi al margen de mi voluntad. El lenguaje es quien habla[5]. No son mis obsesiones[6].

Ahora mismo, mientras escribo esto, me estoy tomando un café con leche en un vaso de Nutella. Por un lado[7] está un dibujo de Snoopy en un monopatín, por el otro Snoopy con gafas de sol y apoyado con una mano sobre su caseta con aire indiferente y cool y, efectivamente, en la camiseta que viste está escrito Joe Cool[8].

El primer párrafo no tenía otra intención que justificar de antemano el hecho de que vamos a volver a hablar (sí, otra vez) sobre la frase de DFW[9] que da título a su biografía: Todas las historias de amor son historias de fantasmas. Cierto es que dijimos que sobre el tema de los fantasmas Kafka ya había dicho todo lo que hay que decir, pero el propio Kafka sabía perfectamente que igualmente nos vemos compelidos al comentario, al intento de captar el sentido de lo dicho, y que este no tiene fin.

Para comprender la afirmación de DFW hemos de retroceder hasta esa época de esplendor intelectual conocida como Edad Media[10]. Durante el aristotelismo medieval, la función que se le asignaba a la imaginación, lejos de ser una mera facultad subjetiva, era la de mediadora entre el mundo sensible y el mundo inteligible, de tal forma que nihil potest homo intelligere sine phantasmate[11]. Con la llegada del ego cogito cartesiano, sin embargo, se considera que entre la res cogitans y la res extensa no hace falta ningún tipo de mediación. La ciencia moderna nace con la dualidad entre sujeto y objeto. En la filosofía medieval ese sujeto moderno, enfrentado a objetos, no existía como tal. El problema del conocimiento era más bien la relación entre lo Uno y lo Múltiple[12]. Lo que sucede con el nacimiento de la modernidad es que a la imaginación, al fantasma, se le destituye de su posición como sujeto de la experiencia y queda relegado al ámbito de la alienación mental, de las visiones y fenómenos mágicos, queda, en definitiva, fuera del ámbito de la experiencia auténtica[13].

Pues bien, al excluir la fantasía del ámbito de la experiencia auténtica, la fantasía arroja una sombra sobre la experiencia. Esta sombra es el deseo, y el deseo es la idea de una inagotabilidad de la experiencia. Fantasía y deseo van de la mano. Así, dice Agamben, el descubrimiento medieval del amor es el descubrimiento de que el amor tiene por objeto no directamente la cosa sensible, sino el fantasma[14]. Es simplemente, seguimos con Agamben, el descubrimiento del carácter fantasmático del amor.

Ahora la cosa se complica. No sé si habrán notado el aire de platonismo que envuelve todo esto. No hemos parado de hablar de imágenes y apenas nos hemos topado con cuerpos[15]. Dado que el lugar del amor es la fantasía, el deseo no encuentra frente a sí objeto alguno en su corporeidad, sino una imagen[16] en la cual los límites entre lo subjetivo y lo objetivo quedan anulados. Y, al no ser el amor una oposición entre sujeto y objeto, los poetas pueden definir sus rasgos como un amor cumplido cuyo goce no tiene fin[17].

Pero la cuestión es que todo cambia al relegar la fantasía al ámbito de lo irreal y el deseo se vuelve imposible de satisfacer, mientras que anteriormente la fantasía era la mediadora y la que garantizaba la apropiabilidad del objeto de deseo[18]. Así Sade[19] no encuentra frente a sí nada más que un cuerpo, un objectum que solo puede consumir y destruir sin satisfacerse nunca, porque el fantasma huye y se esconde en él hasta el infinito.

Y hasta aquí llegó nuestro comentario sobre la fantasía y los fantasmas[20]






[1] Las reverencias en el vacío, mientras uno está cayendo, remiten a Alicia en el país de las maravillas, que es en sí mismo un motivo recurrente. Otros motivos recurrentes, abandonados pero no olvidados, podrían ser: las marionetas, los espantapájaros, los gatos solitarios que merodean, enigmáticos, sobre los tejados, la cerveza, las provisiones necesarias para enfrentarse a la nada, las noches azules, la intemperie, los gritos o la plenitud de los instantes que reclaman su derecho a la eternidad.
[2] La idea de progreso me resulta cada vez más extraña. Sobre todo cuando, como en la filosofía moderna, se hace de la Historia un Sujeto y se dicen cosas como “la Historia no permite que se burlen de ella, la Historia dirige sus mayores esfuerzos hacia…” frase de Marx que revela su conexión con Hegel y que, tras la crítica de Foucault, no podemos ya aceptar: la Historia no tiene Sujeto.
[3] Una especie de estereotipias mentales. Aunque las estereotipias mentales serían algo así como repetirse frases mentalmente, lo cual bien podría considerarse una traducción o traslación de las estereotipias motoras estándar de toda la vida (estoy especulando). Por supuesto (y debería ser totalmente evidente) la patologización de determinados rasgos no es sino una operación ideológica que no por casualidad se produce durante el ascenso del neoliberalismo (y no me estoy dejando llevar por teorías conspiranoicas).
[4] Lo cual a mí no me preocupa, por la muy prudente razón de que si lo hiciera, si me preocupara, me vería abocado ineluctablemente a una obsesión de segundo grado, es decir, a obsesionarme con la idea misma de obsesión, y esto no se detendría aquí sino que seguiría un típico proceso recursivo sin fin, abismal y vertiginoso, en medio del cual uno se sentiría como si estuviera en un barco, en alta mar, terriblemente mareado, pero estando en tierra firme. Por ejemplo, ahora mismo se me ocurre que una posible objeción a lo que acabo de decir sería que, para no estar nada obsesionado con el hecho de estar obsesionado o no, le estoy dando ya muchas vueltas (otra vez el tema de las vueltas). Y ahora la siguiente objeción sería que parezco obsesionado con el tema de estar obsesionado con el tema de estar obsesionado con el tema de estar obsesionado o no, con lo cual estaríamos ya (creo) en una obsesión de tercer grado. Y así sucesivamente.
[5] La idea es de Heidegger, claro. Más adelante tendremos ocasión (espero) de atacar al sujeto cartesiano de la modernidad. Otra forma de decirlo es que el sujeto de enunciación es colectivo (Deleuze).
[6] Nada de todo esto ha quedado muy bien explicado, me temo.
[7] Esta nota es absolutamente imprescindible para dejar constancia de que, en realidad, en un vaso no hay lados.
[8] Nada de todo esto tiene mucha relevancia; es simplemente cierto y la función que cumple en el conjunto del texto es la de introducir una nota frívola, ya que a partir de ahora se va a hablar de filosofía medieval, y eso conlleva demasiada densidad teórica, así que hablar un poco sobre un vaso en el que aparece Snoopy me ha parecido bastante apropiado, si bien, ya digo, no muy relevante.
[9] Pongo las iniciales, algo que a muchos les irrita, por una pura cuestión de comodidad. Por lo demás, los que odian a David Foster Wallace (en adelante, como hace un momento, DFW) no les considero miembros de mi misma especie (ojo, no quiero decir que sean inferiores, pueden incluso ser superiores, pero vivimos en universos diferentes, inconmensurables, sin ninguna posibilidad de relación, sin ningún punto de contacto, jugamos a dos juegos de lenguaje diferentes, etc… En realidad estoy exagerando, podría irme de cañas con gente que odia a DFW, siempre y cuando, claro, hablásemos de fútbol o de cualquier cosa no relacionada con DFW)
[10] La denominación lleva ya implícita una connotación peyorativa que aquí rechazamos resueltamente
[11] Espero que la fórmula se entienda porque yo no sé latín y no me veo con autoridad para traducirla, pero, de todas formas, estoy casi seguro de que quiere decir que sin la imaginación el hombre no puede comprender nada.
[12] No nos vamos a detener demasiado en esto. Si alguien quiere entretenerse un buen rato, puede consultar las abstrusas discusiones en torno al intelecto agente separado y único (que sería el sujeto del conocimiento) y la multiplicidad de actos particulares de intelección (que serían llevados a cabo por los sujetos empíricos)
[13] Todo esto y parte de lo que sigue se puede encontrar, mejor explicado, en un libro de Giorgio Agamben, Infancia e Historia
[14] Miles de millones de canciones pop cantan al fantasma, los ejemplos son innumerables. “Ahora tengo que aprender a desnombrarte, con los ojos más que con la boca” (Paco Bello, en una canción malísima que por alguna razón, aunque no sé por qué razón, me sé casi de memoria). La ya citada (creo) de Nacho Vegas: “quererte es intentar atrapar con las manos el aire”, o Andrés Calamaro: “mirarte en el aire es mi mayor problema”, etc. Podríamos decir que todas las historias de amor pop son historias de fantasmas.
[15] Otro día se puede hablar de Nietzsche, para quien lo sorprendente es el cuerpo.
[16] Un ángel, con el significado técnico que tiene esta palabra en la filosofía medieval, es decir, una substancia separada, incorporal.
[17] Dice Agamben, aunque no estoy muy seguro de comprender esto bien
[18] Las historias pop de amor fantasmal no son historias en las que el fantasma, en este extraño sentido medieval de los trovadores stilnovistas, cumpla el amor, es decir, se apropien del objeto de deseo en la fantasía.
[19] Siempre según Agamben, a quien estamos siguiendo/copiando todo el rato
[20] Tal vez la conclusión haya sido algo abrupta, pero en el texto de Agamben ahora vienen un montón de consideraciones sobre la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel y yo me voy quedando sin fuerzas (por culpa, tal vez, de poner demasiadas notas a pie de página, lo cual ha dejado el texto principal un poco raquítico y acaso no muy bien explicado); necesitaría insuflar mi torrente sanguíneo con decilitros de cafeína para enfrentarme a la jerga hegeliana y aun eso no garantizaría que me enterara de algo, aparte de que me alteraría y me impediría dormir.

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