sábado, 7 de septiembre de 2013

El indescifrable corazón de la verdad sagrada

Buscando información sobre la buena nueva de la literatura norteamericana, La casa de hojas, de Danielewski, descrita, según creo recordar, como una novela ante la que tanto David Foster Wallace como Perec caerían babeantes, presos de un entusiasmo desbordante, a sus pies, me topo con la siguiente cita de la mentada y ultraprometedora novela:
Digamos que aquí no hay ningún texto sagrado. La idea de autenticidad u originalidad se ve constantemente refutada. La novela en ningún momento permite al lector decir: 'Ah, ya veo: este es el texto auténtico y original, exactamente tal como parecía, esto es lo que siempre quiso decir' [...] Muy pronto te das cuenta de que en todos los niveles de la novela se está llevando a cabo algún acto de interpretación. La cuestión es ¿por qué? Bueno, por muchas razones, pero la más importante es que todas las cosas que encontramos exigen un acto de interpretación por nuestra parte. Y esto no es solo cierto por lo que se refiere a los libros sino también a la vida. Ah, vivimos muy cómodamente porque fabricamos en nuestra cabeza unos dominios sagrados donde nos permitimos creer que poseemos una historia específica, un conjunto de experiencias particular. Creemos que nuestros recuerdos nos mantienen en contacto directo con aquello que ha sucedido. Pero la memoria jamás nos pone en contacto directo con nada, es siempre interpretativa, reductora, una compleja compresión de información […] A nadie -repito, a nadie- se le presenta jamás la verdad sagrada, ni en los libros ni en la vida. Así que debemos ser valientes y aceptar que a menudo tomamos decisiones sin conocerlo todo. Por supuesto, esto plantea una difícil cuestión: ¿podemos mantener conscientemente este estado de desconocimiento y, aun así, actuar, o debemos necesariamente fingir que conocemos para poder actuar?
La cita está muy bien, no digo que no, pero a mí siempre me sorprende que se le atribuyan a los textos sagrados tanto autenticidad como originalidad. Los mismísimos textos sagrados refutan esas ideas constantemente. Empezando por el Génesis, que nada más comenzar ya da dos versiones distintas del mito de la Creación. Si además tenemos en cuenta que esas dos versiones canónicas solamente serían una pequeña parte de la multitud de tradiciones que pululaban libremente y que los relatos sobre el origen del mundo le debían mucho a otros relatos, como el poema de la Creación acadio, pues resulta muy difícil sostener que los textos sagrados sean auténticos y originales. Más bien al contrario. Y, desde luego, si algo demandan los textos sagrados -a no ser para los tarados que creen que hay que leerlos literalmente- es interpretación. Naturalmente, fanáticos hay en todas partes. Pero ¿qué es lo que revelan los textos sagrados? No es fácil saberlo.

En realidad, lo que estoy diciendo es que los textos sagrados no son sagrados. O que los textos sagrados, si entendemos por lo sagrado una esfera separada del uso, hay que profanarlos.

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