viernes, 6 de septiembre de 2013

Buscadores de fantasmas

Se acaba de publicar en español la biografía de David Foster Wallace, escrita por D.T. Max y titulada Todas las historias de amor son historias de fantasmas. El título es magnífico. Está tomado de El rey pálido, creo. Equivocadamente o no, estoy convencido de que aquí el término fantasma hay que entenderlo en su significado originario griego. Imágenes, reflejos, apariencias. Imágenes capaces de colonizar mentes. Quererte es intentar atrapar con las manos el aire, canta Nacho Vegas en Dry Martini S.A. Es intentar atrapar el fantasma, lo que resulta imposible, claro, porque la imagen no está ahí afuera y, en cualquier caso, no es un cuerpo. Entonces, la conclusión de Nacho Vegas se impone casi deductivamente: quererte es como obrar un milagro. Es decir, imposible. Desde luego, esto no significa que todos los amores sean imposibles. No todos los amores, necesariamente, son melancólicas historias de fantasmas. Pero las historias de amor que merece la pena contar lo son. Al fin y al cabo, la literatura y el arte se nutren de la desgracia. Tal vez, quién sabe, para redimirla. O, sin ir tan lejos, para seguir respirando en medio de la desolación y la muerte, como dice Jose Luis Pardo. Incluso en los relatos aparentemente felices, una sombra ominosa planea por encima de las páginas, aun cuando se remita a ella, precisamente, por no comparecer, por estar ausente.

Por poner un ejemplo de obra narrativa grandiosa: ¿no es acaso Centauros del desierto, en el fondo, una historia de amor fantasmal, o una historia fantasmal de amor? Al principio, una puerta se abre, como una promesa. La luz inunda la escena. Al final de la película, vemos a Ethan, que se queda fuera de la casa, agarrándose el codo con una mano, solo con sus fantasmas. Y la puerta se cierra, como la caída de un telón. Oscuridad. Fin de la historia.

Podríamos decir que todas las historias de amor (que merece la pena contar) son historias de fantasmas.

Otra posibilidad hermenéutica, más fiel a la frase, sería considerar que no hay, ni puede haber, un acceso al otro no mediado simbólicamente. Todas las historias de amor son historias de fantasmas porque todas construyen intersubjetivamente una fantasía que no es simplemente irreal sino algo más complejo y vacilante. Si eliminamos el tufillo lacaniano de la jerga, la mediación simbólica y demás, esta opción es seguramente la más correcta. Las máscaras, las personas, no ocultan una subjetividad sustantiva que sería la real. Al quitar todas las máscaras, lo único que hay es la nada, porque las personas son sus máscaras. Lo demás es un delirio de pensadores encerrados en sus habitaciones, calentándose las manos en viejas estufas. Descartes y el delirio partogenético de la razón. A la modernidad de Descartes hay que oponer la modernidad de don Quijote. El caballero de la triste figura declara que sabe quién es, pero a continuación enumera una lista de personajes imaginarios con los que se identifica. Frente al monolito identitario cartesiano, pues, la multiplicidad quijotesca. Todo su ser no es otra cosa que lenguaje, texto, hojas impresas, historia ya transcrita (Foucault, Las palabras y las cosas).

¿Y qué es Dulcinea sino un fantasma?

Ahora tendríamos que preguntarnos por qué D.T. Max elige esa frase como título de la biografía de DFW. Que DFW es ahora un fantasma, uno que se ha desvanecido en impalpabilidad a través de la muerte, a través de la ausencia, como diría Stephen Dedalus, lo sabemos de sobra. El hombre de carne y hueso que sostenía el lápiz se ahorcó. Por cierto, el hecho de que la frase aquí el autor siga teniendo significado una vez que ha desaparecido el autor le da la razón a Derrida, pero ese es otro tema. Supongo que será necesario leer el libro para averiguar el motivo de titular así una obra sobre la vida de DFW. Una suposición bastante razonable, teniendo en cuenta la enorme improbabilidad de aprender cosas por ciencia infusa.

Antes de leer la biografía de DFW hay que tener en cuenta la opinión del mismo DFW sobre las biografías literarias. Desconfiar de todos los biógrafos es una precaución genérica que doy por supuesta. En primer lugar, presentan una paradoja desafortunada. Cualquiera que se interesa por la vida de un escritor es porque admira a ese escritor y, sin embargo, en las biografías, suele dar la impresión de que ese tipo no podría haber escrito las obras que admiramos. Pienso ahora en el retrato malévolo que le dedicó Javier Marías a Joyce en su Vidas de escritores, libro que, aún así, me gustó bastante. Pienso también en El orden del discurso, de Foucault. Desde el siglo XVII, la función del autor, en el discurso literario, no ha hecho sino reforzarse. Al autor se le pide que revele el sentido oculto de un texto, que lo articule, con su vida personal y con sus experiencias vividas. Y aquí surge el problema, que indica un defecto de base de la empresa misma de escribir biografías literarias: constituyen, la mayoría de las veces, modalidades de crítica psicológica. Es decir, son lecturas bastante irritantes y claramente reduccionistas de las obras literarias. En su Teoría estética, Adorno señalaba que la obra de arte queda descualificada al ser presentada como tábula rasa de las proyecciones subjetivas. Y que todo artista auténtico está poseído por sus procedimientos técnicos. Es cierto, sin embargo, que la conciencia de DFW irrumpía en sus textos en muchas ocasiones, y que seguramente hay un montón de proyecciones subjetivas en su obra, pero aún así sigue siendo vergonzoso y ruin elevar la vida anímica normal a criterio, tal como dice Adorno -estoy parafraseando, más bien-, y erigir la imagen distorsionada del artista como la de un neurótico al que se tolera.

Yendo más allá que el propio DFW, para quien las narraciones de Kafka tienen sentido únicamente como proyecciones de la psique de Kafka, yo diría que no, que tampoco en el caso de Kafka. Tienen sentido como proyecciones de la psique de Kafka, de acuerdo, pero no únicamente. Un solo ejemplo: el memorial que K. cree que es preciso redactar para defenderse, en El proceso, supone indudablemente un trabajo casi infinito. Hay que rememorar, describir y examinar desde todos los puntos de vista toda la vida, hasta las acciones y los sucesos más insignificantes. ¿No hay aquí todo tipo de significaciones, no estrictamente psicológicas, sino también simbólicas, literarias o filosóficas, incluso teológicas? Por no hablar de la importancia que tienen los matices, los que aparentemente son insignificantes. Ese casi que convierte al trabajo de redactar el memorial no en una empresa imposible, como lo sería de ser infinita sin más, sino en casi imposible. Examínese la función que cumplen en la escritura de Kafka las conjunciones, los adverbios y las preposiciones. Y que le den por el culo al padre de Kafka (obviamente me estoy viniendo arriba en mi alegato a favor de una crítica formalista que deje a un lado los factores subjetivos).

Otra razón de que escudriñar la vida de un escritor no nos revele la clave hermenéutica suprema de su obra, es sencillamente que lo creado se independiza del creador. En palabras de Deleuze: la sensaciones, afectos y perceptos son seres que valen por sí mismos y exceden cualquier vivencia. No quiere decir esto que no haya ninguna relación entre vida y obra, pero dicha relación dista mucho de ser clara y unívoca.

En definitiva, que los perfiles del fantasma de Wallace seguirán siendo borrosos, ya se escriban una o diez o cien o mil biografías.

No obstante -y ahora voy a argumentar un poco en mi contra- que la vida de un escritor no sea la única clave de su escritura no quiere decir que no sea una clave posible de lectura, entre otras, ni quiere decir que las biografías literarias no puedan ser interesantes en sí mismas. DFW no consideraba su vida muy interesante. Soy alguien que básicamente pasa la mayor parte del tiempo en una biblioteca, dijo en alguna ocasión. Hay biógrafos muy buenos que son capaces de trascender el cotilleo y la mala fe y dar cuenta de las relaciones entre la vida y el pensamiento de un autor. Las biografías de Heidegger y de Schopenhauer que escribió Safranski son muy buenas las dos. De momento no tengo ni idea de cómo será la de D.T. Max.

PD: Ganas tremendas de leerla, por supuesto.

2 comentarios:

  1. ¿Sabes donde se puede adquirir el libro? Gracias.

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  2. yo lo compré en la casa del libro. Lo tuve que pedir, pero sin problemas.

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