viernes, 14 de diciembre de 2012

Reflexiones mañaneras y deslavazadas sobre arte y reconocimiento y otras cosas

Leo, en gallego -no me entero muy bien; no sé por qué narices estoy leyendo en gallego, ni para qué, ni cómo he llegado a esa página- a alguien que se alegra de que ese año en la escuela se lea poesía punk -no sé muy bien qué es la poesía punk- en vez de cantigas medievais. Hace muy mal en alegrarse, eso significa que el tiempo de esa poesía ya ha pasado, que ya se ha convertido en material de archivo, de estudio, que le ha llegado la hora de la disección erudita, que el cadáver ya está bien frío y que los alumnos van a leer por obligación lo que tendrían que haber descubierto y leído como quien comete un delito contra la moral pública. Les obligarán a contar sílabas, me temo. Benditos tiempos aquellos -parafraseando a  Zizek- en que las instituciones oficiales eran conservadoras; y el arte, transgresor. Pero a los ayuntamientos y demás les dio por acoger en su seno las obras escandalosas, con el resultado inevitable que el escándalo dejó de ser tal -como mucho un simulacro mediático cuyos efectos se diluían a los dos días- y un ejército de hermeneutas explicaba que aquellas obras grotescas y feas pretendían, por ejemplo, acercarse sin mediaciones retóricas a lo real. Mentira cochina, evidentemente. Era otro tipo de retórica, no su ausencia.

El caso es que si una obra se plantea al margen del reconocimiento oficial, e incluso en contra, su aceptación equivale a su fracaso, o al menos al fracaso de su intención originaria. Si las vanguardias están hoy archivadas y museificadas es porque fracasaron -en el sentido de que no unieron el arte y la vida, deshaciendo su distinción-, no hay vuelta de hoja.

Se pueden apreciar sus cualidades estéticas, artísticas o lo que sea, de acuerdo, pero de punk le quedará poco a una poesía que se estudia en los colegios, con el beneplácito de los profesores, de las figuras de autoridad. Aunque las cosas seguramente sean más complicadas. Una obra de arte, cualquiera, y para ser una obra de arte, necesita algún tipo de reconocimiento, por escaso o marginal que sea. Una obra que no lee/escucha/ve nadie no es una obra. Dicho en heideggeriano -llevo ya un rato reprimiendo mi impulso de decir esto en plan terrorista verbal- la estructura de una obra de arte es ser-para como fenómeno unitario y constitutivo de la misma.

Sigo leyendo, en gallego, entendiendo más o menos, que ahora en vez de leer alguna puta mierda los alumnos van a leer buena poesía. Esto a mí directamente me deprime -bueno, exagero un poco; recuerden: siempre hay mediación retórica, no hace falta ni decirlo- porque significa que la buena poesía ya no puede defenderse sola y que, de hecho, está muerta, nadie la lee y por eso necesita protección institucional. Si no está muerta del todo, desde luego es obvio que está moribunda. Es una especie en extinción, y desde hace muchos años.

Pongamos por caso que a Nacho Vegas se le estudiase en los colegios. No habría ningún motivo para alegrarse. Que se le estudie en los colegios, vale, pero dentro de doscientos años. Como a Nacho Vegas yo solo le deseo el bien, espero que no se vea nunca en la situación de ser estudiado por alumnos soñolientos y distraídos que se pongan, qué sé yo, a contar las referencias y el uso de figuras bíblicas en clave poética que hay en sus canciones, si hay rima o no, qué métrica y bla bla bla, en lugar de dejar que las canciones les digan algo, de dejar que las canciones les hagan experimentar algo. Es difícil emocionarse mientras cuentas sílabas. No digo que no se deba estudiar, con todo el aparato crítico y la jerga infame que se precise, la literatura, ni que la emoción deba ser el único criterio, lo cual nos arrojaría en manos del irracionalismo y la estupidez, pero me parece obvio que enseñar a un alumno a contar las malditas sílabas de una poesía de San Juan de la Cruz no es enseñarle a leer poesía; es empezar la casa por el tejado.

Otra mala manera de leer literatura es esa promulgada por algún que otro seguidor del materialismo filosófico para quien en la literatura lo que hay son sistemas de ideas objetivados. Llega así a la conclusión -deprimente; y ahora no exagero nada, me deprime profundamente- de que los niños son idiotas y no pueden leer obras literarias, porque sus pequeñitos cerebros no están acostumbrados a extraer inferencias de premisas, a captar la complejidad del entrelazamiento sistémicos de las ideas, a lo que él llama usar la razón. Este régimen del terror parece tener por objetivo anular el placer de la experiencia de leer. Lo que tendría que hacer un lector, siempre, es ser examinado ante un tribunal y, si se detecta que no ha captado el significado de una obra, ser castigado. No me extraña que un sujeto tan terrorífico odie a Deleuze, a quien, por lo demás, seguro que no ha comprendido. Ahora voy a permitirme decir una cursilada: a Deleuze hay que leerle con amor -¡toma ya, racionalistas dogmáticos de mierdra!-. Si prefiere se lo digo en plan terrorismo verbal -me encanta la expresión terrorismo verbal, que Safranski aplica al, por lo demás, grandísimo filósofo Kant- académico: querido inquisidor, estás haciendo de la razón un sujeto hipostasiado propio de la metafísica dogmática precrítica -mira qué de esdrújulas juntas: música celestial-.

Disculpen que me ponga pesado, pero es que no me entra en la cabeza que la literatura consista únicamente en sistemas de ideas. Decir que están objetivados es redundante, si fueran subjetivos estarían en la cabeza de alguien y nunca los leeríamos. ¿Qué idea hay en ese verso de Bob Dylan tan extraño y fascinante, el fantasma de la electricidad grita en los huesos de su cara? Ante todo, es una imagen, cuyo sentido no está claro. Dylan podría haber dicho su cara era bonita, o su cara era chispeante, pero no sería lo mismo, no expresaría lo mismo. ¿Se puede reducir la poesía a un sistema de ideas? No lo sé, pero si se hiciera, lo que perderíamos sería la propia poesía, creo yo. Nos quedaríamos con los huesos, pero ningún fantasma de la electricidad gritaría en ellos.

En fin, para acabar, tengo que decir que también es verdad que el hecho de que una obra alcance reconocimiento es bueno, en el sentido de que simplemente logra mayor difusión, y si la obra lo merece, bienvenida sea. De todas formas, no tengo ni idea de crítica ni de teoría literaria, así que tomen estas reflexiones como lo que son: opiniones sin fundamento, fruto de la pereza, la inmediatez -culpa del formato blog- y la grafomanía.

1 comentario:

  1. Anónimo12:56 p. m.

    La vida sin poesía no existe. Sin rima y métrica vivimos, sin poesía nunca.

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