lunes, 2 de octubre de 2006

La partida

El viento, el viento...
La tarde en que el tren se alejaba hacía frío, no sabíamos a dónde nos dirigíamos y soplaba el viento, un viento tan helado que hacía que nos dolieran las manos y que encogiéramos los hombros para resguardarnos. 

En la estación apenas había gente: una mujer con la mirada triste que miraba sin ver nada, un perro escuálido, un tipo con pinta de empresario que fumaba con cara de enfadado y un grupo de tres chicas que se reían y hablaban muy deprisa, visiblemente excitadas. 

Chispeaba, una lluvia muy fina y muy fría. Esperábamos en silencio la llegada del tren, dándole de vez en cuando largas caladas a los cigarrillos: el fulgor de las brasas -faros diminutos, luciérnagas de vida efímera- acompañaba nuestros rostros introspectivos. 

¿A dónde íbamos?, ¿para qué?

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