sábado, 28 de enero de 2017

Dije que el brillo de sus ojos sonrientes

Dije que el brillo de sus ojos sonrientes
era el reflejo de la shejiná.
Una voz me dijo: rebaja el tono,
piensas como un romántico misógino,
como un cabalista enloquecido,
pero ninguna Beatriz te está esperando
y ningún hombre se casará con la shejiná.

La luz de sol reflejada en los tejados
es solo luz, no una presencia divina, dijo.

Hay una luz que nunca se apagará, dije yo,
no sé cómo puedes ignorar algo tan fundamental,
tan evidente, la única certeza posible.

Vuelves a fabricar quimeras 
en tu frenética y atolondrada cabecita.
¿La lámpara perpetua ilumina 
tu cabaña mágica?
¿O estás a la intemperie, solo 
y asustado?

No es asunto mío pensar en mí, dije.
Estalló en sonoras y crueles carcajadas
y dijo: ¡pero si no haces otra cosa!

Mi mala poesía no cambiará el mundo, lo sé.
Está descabalgada, rota, deshilachada.

Te veo venir, no se te ocurra volver a decir
que está deshilachada igual que tú
o alguna otra barrabasada del estilo. 

Miré por la ventana y no dije nada, y no vi a nadie:
había nubes surcando el infinito cielo azul
y otros tópicos poéticos: casas abandonadas, 
hojas arrastradas por el viento
(en realidad no había hojas arrastradas por el viento,
solo aceras tristes, silencio y angustia).

Quiero dormir y no despertar,
me bastará soñar de vez en cuando 
con sus manos tocando las mías.

Debes de ser el tipo más cursi y perezoso del planeta, dijo.

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