viernes, 27 de febrero de 2015

Él

Otra historia sobre el fracaso de la voluntad

Lo que en su mente se anunciaba como un combate épico en el cual su férrea voluntad habría de doblegar a su desequilibrado sistema nervioso acabó siendo —reconozcamos que era bastante previsible, pues a ello apuntaban diversos artículos científicos sobre el tema— un completo fiasco. No había manera de librarse de ciertas estereotipias motoras que le venían acompañando desde la más tierna infancia, desde que tenía tres o cuatro años. No era algo tan sencillo como dejar el tabaco. Prevalecieron, por tanto, los reclamos de su sistema nervioso: su voluntad abandonó el combate, se escabulló con el rabo entre las piernas, cabizbaja y melancólica, pues no podía hacer otra cosa ante la humillación inflingida por el poder omnímodo de su fisiología. Así que se resignó y siguió ensimismado en su mundo autista de objetos giratorios y movimientos rítmicos aparentemente disfuncionales (él hacía girar objetos todo el tiempo). Porque la alternativa era ser vapuleado por sucesivas oleadas de angustia en un confuso y desagradable mundo anómico. La alternativa era carecer de centro, de un punto de referencia estable; dejar de estar anclado a su propio cuerpo y vagar a la deriva por el mar, un mar azul oscuro y frío, sin tierra a la vista. Necesitaba algo a lo que agarrarse. Si no, se ahogaría.




Una de las (muchas) razones por las que venera a David Foster Wallace y le considera algo así como su amigo imaginario


David Foster Wallace luchó toda su vida contra el solipsismo, contra su tendencia a encerrarse dentro de su propio cráneo. Sabía que no podía pasarse la vida atendiendo exclusivamente a su incesante monólogo interior, que tenía que abrirse al mundo y a los demás. También luchó contra la depresión. Y la depresión es el más temible y feroz de los monstruos. Es cierto que al final no pudo más, pero también es cierto que luchó admirablemente y que escribió páginas gloriosas, páginas infinitamente divertidas y páginas infinitamente tristes.


Manías

Él es extremadamente maniático, lo que supone un fastidio, tanto para él como para los demás. Por ejemplo, por las mañanas siente la compulsiva necesidad de decir «buenos días», no por educación, sino porque todo debe regirse por un determinado orden: primero decir «buenos días», luego hablar de lo que sea. Que alguien le hable antes de decirle «buenos días» le fastidia muchísimo. También le fastidia que le digan «duerme bien» en lugar de «buenas noches», que es lo que debe decirse siempre. Y así con todo. Un sinvivir.


Rutinas

Cuando la rutina es una necesidad imperiosa, no tiene ningún sentido discutir si es buena o mala, si hay que seguirla o romperla, etc. Se trata de un debate que a él no le concierne en absoluto.


Inmunda rata de biblioteca

La vida ya se me va haciendo larga, dice él, citando a Fleur Jaeggy. El mundo es un lugar bastante aburrido, prosigue, y el libro es la ausencia del mundo. Lector mudo, silencioso. Páginas rumorosas aletean en el aire. Destellos ilusorios, fantasías, misterios trémulos. Imágenes, fantasmas traslúcidos surgidos de entre las páginas. Le soplan en la nuca. Un viento frío. Impulso invisible. La piel estremecida, quién sabe por qué. Afuera nada. Tedio. Si las palabras no me salvan, dice, entonces nada lo hará. Y Dios es solo una palabra, aunque lo busque con los ojos y escuche el eco de su ausencia. Mis ojos se vuelven del color de lo que miran, dice él. Y nadie sabría decir de qué color era el cielo aquella tarde.


Sobre la lectura (contra Derrida)

¿No sería mejor que fuese afuera donde se consumara y cumpliera la lectura, y no ya en el texto? Porque no todo es texto; y así los dientes del lenguaje morderían los labios del ser; y la extraña secta de los lectores danzaría y reiría, con los rostros radiantes de alegría.


Entonces ¿en qué quedamos?

-¿Hay que huir del mundo o hacerle frente?
-No lo sé. Yo sueño con fundar una secta de eremitas en la arena de Qumrán, con negar el mundo de la manera más radical posible; deshacerse de las obligaciones y los compromisos. Solo viento, arena, luz...
-Mira que te gusta usar la palabra «secta»...
-Pero también me gusta reírme con la gente, a veces incluso hacer reír a la gente...

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