jueves, 8 de agosto de 2013

Entrevistas breves con hombres que rechazan la cursilería y al final siempre acaban hablando del alma, de la muerte y de cierto escritor norteamericano

-Hay que expulsar a los cursis de la literatura. Sin piedad. Aunque eso pueda incluirme a mí. Hay que prohibir expresiones como seducir a una mujer es que te quiera desnudar el alma. No, el alma no se desnuda. Los cuerpos se desnudan. Punto. Tenemos que ser un poco más literales. Las metáforas son sagradas. No se pueden usar así, a la ligera. No se pueden usar tópicos de mierda ni gilipolleces tan manidas como esa de desnudar el alma. Mi alma, además, es una fortaleza infranqueable. No, perdón, eso también es un tópico. Lo de la fortaleza infranqueable. Hay que tener cuidado con los adjetivos. Los verbos son orgullosos y fuertes, están hechos de otra pasta. Los adjetivos son tan delicados como peligrosos, los muy cabrones. Y tampoco es verdad. Que mi alma sea una fortaleza, digo.
Mi alma se resquebraja como un vidrio golpeado por una piedra, y los pedazos refulgen a la luz de la luna, y grita y se desboca y se despliega anhelante y oscura, buscando con ferocidad algo que no existe. Puede que haya una buena ración de tópicos en lo que acabo de decir. Sigo, de todos modos. Mi alma revolotea en el cielo gris, como un copo de nieve que se demora unos segundos en el aire y luego cae y se deshace de inmediato en la capa de nieve sucia que cubre el suelo. Mi alma es esa quietud amenazada de ahí afuera, la luz arañando tiernamente las copas de los árboles y filtrándose por la persiana medio bajada, y esta inquietud que navega por mis venas.
Bien, será mejor que vayamos acabando con esto del alma.
El alma es una flor extraña, escupida por un montón de reacciones químicas que suceden en el cerebro. Una flor que, a saber por qué, de repente cobra conciencia de que el tiempo la va a marchitar, de que se va a morir. La conciencia consiste básicamente en saber que la vas a diñar.
La conciencia es la pesadilla de la naturaleza, decía cierto escritor norteamericano. Cierto escritor cuya muerte lloré amargamente, porque su muerte me arrancó, de una dentellada dolorosa, un pedazo del alma. Porque era el mejor de todos. Porque ni su portentosa (he aquí otro adjetivo manido) inteligencia ni su sensibilidad (exquisita, cabría decir) pudieron salvarle. Así que leí la noticia, bajé la escalera con la cara desencajada, incapaz de creerme que fuera verdad (otro tópico aquí) y le dije a mi madre: se ha muerto, se ha suicidado. Y mi madre, asustada: ¿quién? Y yo: un escritor. Se ha ahorcado.

5 comentarios:

  1. Dr. Livingstone... Digo, David Foster Wallace, supongo... ;-)

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  2. Anónimo8:46 p. m.

    Es evidente que no eres un desalmado. Un abrazo.

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  3. Anónimo9:52 p. m.

    Es más, tan evidente es que ni los reflejos deformados te han asustado tanto para dejar de creer entre todas esas palabras que guardas y enseñas y que elasesorfilosofico aplaude y aclama (un saludo asesor filosófico).
    Tan evidente es, que te mando el último abrazo fuerte virtual a sabiendas que por supuesto nada va ni mal ni bien. Un abrazo. ;).

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  4. Desalmado... no del todo, jeje

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