miércoles, 25 de marzo de 2015

Él (V)

El viento sopla y sopla

Amar a la chica sin rostro es como amar a una sombra. El viento sopla y sopla. Escucha. Sí, el paraíso. Se pierde, se está perdiendo. Un devoto del viento, otro más. Hay muchos. Lectores obsesivos, sobre todo, también chicos insomnes; toda clase de lunáticos. Al lado del río, un enorme sauce llorón ruge como un gigante que se desperezase después de un siesta de mil años. La chica desconocida pasa al lado del silencioso devoto del viento. Apenas le roza. Él se estremece. Ella va corriendo. Él la mira, y siente que las pupilas le arden y a la vez se le llenan de lágrimas. Ella se aleja deprisa. El sol resplandece pero ella, irremediablemente, se aleja, se pierde. Pelo largo, negro, alborotado por el viento. No se le ve el rostro. De fondo, ladridos de perros que se enzarzan en una pelea. Él se despide de la chica para siempre. Nunca volverá a verla. Aunque, en realidad, nunca la ha visto. Ni siquiera se trata de un amor a primera vista, ni a última. Un amor loco y breve y absurdo. Cierra los ojos para poder sentir mejor el calor del sol. Escucha el viento pero el viento no dice nada. El viento deshace las palabras. El viento no tiene rostro. Un devoto, otro más, del viento, y también del sol y las estrellas. Nada que decir, nada que escuchar. El paraíso. Tal vez el viento, además de las palabras, deshaga el paraíso. Tal vez el único paraíso sea el que deshace el viento. Cruza el río por la pasarela. Si tuviera un cigarro, lo fumaría. Pero no tiene ninguno. El agua del río es de color marrón.


Simples preguntas

¿Seguro que el solipsismo es malo? ¿Eh, David Foster Wallace? ¿Estás seguro? ¿No crees que podrías haberte equivocado? ¿Te imaginas pasear por un hermoso mundo libre de seres humanos? ¿Acaso no podría ser cierto que el egoísmo y la ausencia de los (molestos) otros sean vías de acceso a una felicidad perfecta, ininterrumpida, a una serenidad inmarcesible y a una beatitud completa? Por otro lado, ¿con quién se iría uno de cañas en ausencia de los otros?


Como siempre

Por aquella época él no tenía trabajo, ni novia, ni esperanza. Leía sobre todo a autores cómicos, o humoristas, algunos más alegres, otros más tristes. Leía a Arno Schmidt, a Jerzy Kosinski, y de vez en cuando a Douglas Adams. También a Cervantes. Releía a Bolaño. Era un hombre frenético. Su frenesí tenía tal vez alguna razón de ser, aunque puede que no tuviera ninguna. Por aquella época daba largos paseos por su pueblo. Siempre había detestado su pueblo, pero un día, de repente, le pareció que, si bien era un lugar indudablemente feo y dejado de la mano de Dios, tenía un cierto y misterioso atractivo. Una tarde se esforzó en contemplar el mundo como si fuese la última vez que lo miraba. Aunque sabía que no era cierto, que sobreviviría. Es posible despedirse y sobrevivir, pensó. Alguien, no recordaba quién, había escrito algo muy parecido.


Diálogos imposibles

Se imagina hablando con Walter Benjamin. Le pregunta: «Querido Walter Benjamin, ¿qué te parece la idea de que las miradas de las chicas que te han querido a lo largo de tu vida son las que, en el tiempo del fin, alimentarán el fuego de la lámpara eterna? ¿Cursi tal vez?». Walter Benjamin, como es lógico, no responde. Walter Benjamin murió en 1940, en Portbou, cuando huía de los nazis.

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