jueves, 1 de noviembre de 2012

Estrellas que caen

Hay una amenaza indefinida y una promesa de luz y transparencia, algo incomprensible que se insinúa tímidamente, que se muestra sin mostrarse del todo, un rostro velado, acaso un grito en la noche que recorre los milenios y encuentra eco en las letras impresas. Paseas, con las manos en los bolsillos, contemplando las viejas farolas, de regreso a casa, levantas unos segundos la vista hacia la oscuridad del cielo y un espasmo eléctrico te atraviesa. ¿Qué estrella cae sin que nadie la mire? No sabes por qué, pero la pregunta de Faulkner de repente te parece triste y desgarradora y, sin embargo, también, y con más fuerza aún, te une con ese cielo estrellado, por medio de hilos invisibles. Ahora eres el guardián del cielo, aunque sabes que un montón de estrellas caerán, solitarias, sin que nadie las mire. Eres, como todos, un guardián imperfecto. Podrías hablar de revelación, pero, en cualquier caso, se trataría de una peculiar revelación, puesto que no revela nada, no da ninguna respuesta. Una loca energía a punto de estallar. El orgasmo del arte. El fantasma de la electricidad. La estrellas caerán, no podrás evitarlo, y seguirán cayendo cuando ya no quede nadie para mirarlas, pero habrás percibido esa luz capaz de sortear las tinieblas, esa luz que brilla como un don gratuito, rodeada de oscuridad.

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