jueves, 8 de noviembre de 2012

Entrevistas breves con hombres bastante serios y convencionales que adoran incondicionalmente a DFW

-Soy un tipo bastante serio y convencional. Cuando estaba en el instituto, llené mi libro de historia del arte de comentarios pretendidamente irónicos y chistosos. Al verlo, años después, me he estremecido de horror ante mi estupidez y los he borrado todos. La ironía pueril es un cáncer en estos tiempos. Demuestra nuestra mezquina recepción de las obras del pasado, nada más. Es una actitud narcisista, en el fondo. Nosotros, los modernos, somos más listos. Y es triste. Somos los últimos hombres, desencantados, indiferentes, siempre con un comentario irónico guardado en la manga. Y es cobarde. Es como si necesitáramos una coraza protectora, o un filtro que diluya cualquier emoción. Es, por decirlo de un modo pedante, la deconstrucción devenida ideología dominante.

-Puedes reírte de las obras de arte comentando cosas como "Señora en bolas mandando a un ángel a por tabaco", y no digo que me parezca mal, solo que termina por ser cansino y que la parodia no deja de ser parasitaria de lo parodiado. Vale, lo hemos desmitificado todo, somos fríos, distanciados, superautoconscientes e inteligentísimos, ¿y ahora qué?

-Creo que los lectores de DFW lo tenemos muy mal. Imitarle, pero en versión subnormal, me parece catastrófico. ¿Puede ser una influencia nefasta? Puede, claro que sí. Los que dan vueltas a la manivela pueden echarlo todo a perder. Yo qué sé.

-Bien, adoro incondicionalmente a DFW, pero pienso que tal vez ahora mismo el reto no sea hacer explícita la mediación de la conciencia en el texto, sino todo lo contrario: eliminarla. Esta entrevista sería un ejemplo de lo que no hay que hacer: imitar en modo subnormal a DFW y no parar de plantearse el tema de la autoconciencia.

-Que el ombliguismo narcisista en la literatura escrita por jóvenes, esos entes que solo saben hablar de sí mismos, es un cáncer, lo sabe todo el mundo, creo yo. Supongo que debe de haber una explicación sociológica de todo este asunto, pero no sé cuál es.

-Soy consciente de que soy consciente y etcétera.

-Estoy convencido de que la emoción que siente, digamos, una adolescente semianalfabeta ante un grupo de cantantes al que claramente habría que encerrar en una mazmorra y encadenarles y negarles el pan y el agua no es inferior a la que siente un erudito melómano ante una excelsa pieza tocada por la filarmónica de no sé dónde. Estoy inmerso en un proceso de deconstrucción de mis opiniones pueriles de antaño. Ahora mismo no creo que la copla sea un género inferior al grunge, por ejemplo. Está claro que esa opinión no era nada más que el fruto de la necesidad de diferenciarse de la tradición y señalar la diferencia generacional entre nuestros abuelos carcas y nosotros, los nihilistas gritones y melenudos de vaqueros rotos. Tampoco estoy seguro de que esta dinámica de, digamos, parricidios hermenéuticos sucesivos siga una lógica eterna o ajena a la historia y que se repita siempre. Esta lógica reactiva no creo que se diera en la edad media, por ejemplo.  La lógica misma es un producto de la modernidad. No sé si me estoy explicando. Pero lo que quería decir es que cuando nos metemos con chavales a los que les gustan cosas que a nosotros nos parecen horripilantes no estamos, en primer lugar, empatizando con ellos y, en segundo lugar, hay un odioso trasfondo narcisista según el cual consideramos que nuestro gusto es superior, que sabemos más y somos más listos. Por otra parte, porque siempre hay otra parte, si solo dejamos en pie la emoción como criterio, el desastre no podía ser mayor. ¿Qué podríamos responder a alguien que dijera que Cuéntame es mejor serie que Breaking Bad porque a él le emociona más la historia de los Alcántara que la de Walter White? ¿La diferencia solo reside en que un grupo de esnobs queremos diferenciarnos de una masa ignorante? No sé.

-Movidas como superar el ego y tal suenan a rollo new age hipiesco, lo sé, y no se me ocurre nada más odioso que el rollo hipiesco, pero, claro, ahora soy consciente de mi falta de empatía con una colgada descalza que no se lava y pretende acabar con el capitalismo fundiéndose en un abrazo cósmico con la madre naturaleza y también soy consciente de que esta descripción paródica abunda en esa falta de empatía y de que las parodias son casi un signo que refleja el cinismo actual de la conciencia ilustrada que ya no cree en nada y ridiculiza cualquier creencia, aunque algunas creencias merecen, efectivamente, ser ridiculizadas.

-En mi defensa, he de decir que antes de leer a DFW ya escribía diálogos autoconscientes y potencialmente inaguantables, digresivos y pedantes.

-Odio que me pregunten cosas como: ¿vas a tomar otro café ahora, antes de comer? ¿Acaso no es evidente? ¿Crees que voy a tirar el café por la ventana? Esta clase de preguntas retóricas son odiosas en muchos niveles. No son preguntas, sino mandatos morales encubiertos, intentos de regular la conducta. Este tipo de detalles intrascendentes tal vez estén jodiendo esta entrevista.

-Una opinión no es interesante por el hecho de ser tuya.

-El lector no sabe lo que hay en tu cabeza. Esto es obvio, pero es importante tenerlo en cuenta, asumir lo que implica. En términos de DFW, implica pasar de una escritura expresiva a una escritura comunicativa y que echar la culpa al lector de no entenderte es pueril. Creo que la mayoría de lo que he escrito, desgraciadamente, es pueril en este sentido.

-No sé qué escritora empezó a escribir con cuarenta años. Me doy once años de plazo para aprender a escribir bien. Quiero decir escribir algo auténtico y, desde luego, sé que esta palabra es ambigua, pero ahora pienso así: escribir algo auténtico, que comunique algo.

-Santo Tomás de Aquino, al final de su vida, se refirió a todo lo que había escrito como a algo carente de importancia, por no decir pueril, palabra que he repetido no sé cuántas veces. Pienso que había visto algo, había sentido algo, había comprendido algo, y que ese algo era lo verdaderamente importante. Tal vez los libros, la lectura, funcionen como la escalera de Wittgenstein. Sirven para subir, para llegar a algún sitio, pero la escalera en sí no es lo importante. ¿Se entiende lo que digo? Virginia Woolf también expresó una idea semejante. Los libros, ¿a quién le importan? Al escritor no, el escritor busca otra cosa. No quiero que esto suene demasiado esotérico o paradójico.

-Marcho a comer. Soy consciente de que digo marcho, en lugar de me voy, porque soy de León, por cierto.

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