lunes, 16 de abril de 2012

Libros en papel

Hoy que me hago más viejo de lo que era -aunque uno siempre se está haciendo más viejo de lo que era y menos de lo que va a ser- creo que tengo derecho a exhibir mis ideas reaccionarias respecto a la lectura y a los libros. Dice Agustín Fernández Mallo que la obsesión con las bondades del libro en papel es de carácter netamente erótico y nada tiene que ver con la lectura. Quizá tenga razón, pero yo no estoy de acuerdo. Me autoengañé hace algún tiempo y me dije que el Kindle probablemente era un gran invento y entonces empecé a desear ser el orgullosos propietario del aparatito y como fruto de mi autoengaño y de mi deseo mi hermana me regaló el codiciado y supuestamente maravilloso instrumento para que mis ojos pudieran deleitarse con las bien publicitadas bondades de la tinta electrónica. Lo primero que hice fue descargarme clásicos gratuitos. Libros de Platón, alfa y omega de la filosofía. En lugar de números de página, descubrí con indisimulado terror que el aparato me indicaba un porcentaje. Digo indisimulado terror porque me puse a gritar como un loco que dónde demonios estaban los números de las páginas. Más descubrimientos que me sumían en profundas depresiones existenciales y en un incipiente acceso de culpabilidad por el hecho de que mi hermana se hubiese gastado dinero en el caro aparato que comenzaba a ser objeto de mi odio y aversión se sumaron a esa atrocidad que consiste en no saber en qué página te encuentras: guiones absurdos en medio de las palabras, letras que se juntaban dificultando la lectura, faltas de ortografía, concordancias gramaticales marcianas, demenciales. Supongo que estos errores tienen algún tipo de solución, pero el caso es que las ediciones gratuitas para el Kindle de las obras de Platón son un desastre, si se las compara con las ediciones de Gredos. Cierto, estas últimas son muy caras, pero cualquiera mínimamente interesado en Platón preferirá acudir a estas últimas. Si no puedes o no quieres comprarlas, ahí están las bibliotecas públicas. Otro aspecto que me disgusta profundamente del Kindle es que se puede subrayar, sí, pero hacerlo da muchísima pereza, y que, evidentemente, no se puede hojear un libro electrónico. Con un libro de papel yo paso las páginas a toda hostia y encuentro pasajes subrayados sin que la tarea me haga pensar en Sísifo levantando rocas todo el rato. Los subrayados el Kindle te los almacena en una carpeta aparte titulada Mis recortes. Bueno, eso no está mal

Lo que peor llevo del dichoso artefacto -que apenas uso, por otra parte, dada la paupérrima oferta de libros electrónicos, que consiste novedades que no me interesan, y poco más, o al menos eso es lo que yo he encontrado, yo, iluso de mí, que me imaginaba un maravilloso e inagotable mundo de libros baratos que por razones económicas estuviesen descatalogados y fuera inviable su edición tradicional en papel, pero que, de alguna manera, compensara su circulación electrónica por la red, que es vasta e infinita- es que me impide recordar ideas, escenas, diálogos o imágenes tal como lo hacía -el verbo en pasado no está realmente justificado: sigo haciendo las cosas al viejo estilo, porque soy de la vieja escuela, amigos- con los libros de papel, que era -ídem- de la siguiente manera: más o menos hacia la mitad del libro abajo en la página de la izquierda, o hacia el final, arriba a la derecha, hay algo interesante. Por ejemplo, yo tenía la vaga intuición de que más o menos hacia la mitad de Ruido de fondo, de Don DeLillo, se encontraba un diálogo brillante, así que, pasando las páginas a toda hostia, efectué mi búsqueda, hasta dar con lo que buscaba, momento en el que lo subrayé, método efectivo para recuperar esa información en cualquier momento posterior. La primera vez que lo leí no lo había subrayado, tal vez porque en esa primera lectura no me llamó suficientemente la atención. Si hubiese sido un libro electrónico, creo que esa información no habría podido recuperarla nunca. Esto puede ser una idiosincrasia mía, no pretendo que sea un argumento universalizable ni nada por el estilo, solo aportar mis razones para preferir los libros en papel a los libros electrónicos.

Otra cuestión, colindante con la anterior, en cierto modo, ya que también tiene que ver con disposiciones espaciales y mnemotecnia, es que los libros electrónicos, evidentemente, no se sitúan en estanterías. Esto es una ventaja, pero también una desventaja. Hay gente que se queja de que los libros ocupan mucho espacio. Como si los libros no tuvieran derecho a ocupar espacio, por cierto. Bueno, hay que admitir que cuando el número de libros sobrepasa el espacio existente que con más o menos cordura se destina a ellos puede suponer un problema, pero, en cualquier caso, uno siempre puede deshacerse de muchos libros prescindibles que por razones misteriosas se han ido acumulando por ahí, o tirar muebles antiguos de esos que pesan una barbaridad y no sirven para nada más que para ocupar espacio y en su lugar poner estanterías. Volviendo a lo de la distribución espacial y la mnemotecnia. Se pueden ordenar los libros en el Kindle, seguramente, pero no es lo mismo. Por ejemplo, ordenar según criterio demenciales libros de filosofía para recordar mejor ciertas ideas es algo que se hace de forma mucho más sencilla con los libros de papel. O, también, ordenarlos de forma que su distribución espacial externa refleje las luchas de ideas que se llevan a cabo en su interior: poner la Biblia al lado de Así habló Zaratustra, o también de forma que reflejen afinidades: Spinoza, Nietzsche y Deleuze, bien juntos, tridente supremo, máquina de guerra. Los libros que ocupan espacio y se apilan en las estanterías te permiten tener una visión de conjunto. El Kindle no.

La cuestión es que tener un montón de libros a la vista no se basa simplemente un prejuicio burgués de vana ostentación para impresionar a las visitas, entre otras cosas porque eso es una soberana ridiculez. Están a la vista, pero destinados a la vista del lector, no de las visitas. En  mi casa debe haber mil y pico libros, pero muy pocos están en el salón. La cuestión es -para mí, repito que esto bien puede ser una idiosincrasia- que tanto el hecho de ir pasando páginas -físicamente, no apretando un botoncito- como el hecho de que los libros esté ordenados -o desordenados- en el espacio, son cuestiones que sí tienen que ver con la lectura, mucho más que con el erotismo. Con la lectura, con la relectura, con la consulta y con la memoria. No me gusta cómo huelen los libros viejos. Los nuevos sí, o al menos no me disgusta su olor, pero tampoco es una cosa que tenga mayor relevancia.

A veces se dice que la preferencia por la lectura en papel denota un cierto idealismo o romanticismo. Puede ser, no lo niego. Quiero decir: me es indiferente. Mucho más idealista, en todo caso, es la postura de aquellos que niegan la importancia de los soportes materiales en aras del contenido abstraído del soporte. Como los científicos visionarios estos que nos cuentan que pueden hacer robots con mentes exactamente iguales a las humanas con materiales distintos de los que constituyen la mente humana. No tengo ni idea de si pueden hacerlo o no, pero esa postura no es, precisamente, materialista. Lo del romanticismo no lo comento porque la inmensa mayoría de las veces no entiendo en qué sentido se usa ese término -de nuevo, puede que estemos ante una idiosincrasia mía-. A veces se refieren a lo de oler libros viejos, y entonces diríase que romántico es un individuo que gusta de los vapores químicos de la celulosa en avanzado proceso de descomposición, individuo con el que no me identifico en absoluto. Otras veces el romanticismo consiste en regalar rosas, y entonces diríase que el romántico es un tipo con dinero suficiente para andar comprando rosas cada dos por tres.

Resumiendo, o aclarando, o mejor, aclarándome. Lo que me jode del libro electrónico es que -para mí, posible nuevo caso de idiosincrasia, y ya va terminando el post, así que no se irriten en exceso, que ya no vuelvo a repetir lo de la idiosincrasia, aunque he de aclarar que si bien no es plenamente universalizable, en sentido fuerte, no sería extraño que mi experiencia fuera un poco universalizable, en sentido más débil, es decir, en el sentido de que mis ideas y sensaciones pudieran ser compartidas por más de un sujeto, por algunos, digamos, no por todos, obviamente, que sería el sentido, no ya fuerte, sino fortísimo, de experiencia universalizable- le falta el contexto que tenían los libros en papel, el contexto de compartir espacio con otro textos e incluso el contexto de su desgaste temporal -no por el maldito olor de las narices, que me importa una mierda-, de las marcas del tiempo, cuestión que de nuevo tiendo a ver ligada con la memoria y con el recuerdo de la lectura y de toda la situación que envuelve a la lectura.

Me gusta ver los libros, qué quieren que les diga. Me gusta mirar libros, quiero ver los libros, ocupando espacio, encuadernados, antes de comprarlos o de sacarlos de la biblioteca o de ponerme a leerlos.

Ahora estoy pensando que, aunque todo se reduzca a una cuestión de erotismo, no de lectura ni de mayor eficiencia tecnológica, ¿cuál es el problema?, ¿por qué despreciar como irrelevante este factor erótico de la lectura? No sé muy bien qué quiere decir esto, por cierto, no sé si alguien llega al extremo de lamer los libros, por ejemplo, o acaricia las páginas de forma extraña, o qué. Yo no lo hago. Lamer papel no es algo que entre dentro de mis objetivos vitales. Pero, en fin, consista en lo que consista la conducta erótica de un lector para con el objeto libro, ¿acaso podemos desligarla de la lectura?, ¿no forma parte de la lectura en sí?, ¿no es esta separación abstracta?

PD: Tengo que investigar qué es esto de el erotismo de la lectura, porque me tiene bastante perplejo.

PD2: También me fastidia que el Kindle no se doble como sí lo hacen los libros de papel. Posible explicación: la belleza reside en las curvas, como dice Joyce en Ulises, libro que tengo a) en papel y b) con la portada de color azul. Que la portada sea azul me parece importante porque evoca el azul del mar y del cielo y a los griegos y Thalatta! Thalatta! La mar es nuestra gran dulce madre. Así que la cuestión de la materialidad del libro con la portada azul se une a la significación simbólica del azul que está inserta en el contenido del libro, demostrando mi tesis de la indisolubilidad de materia y significado, por no volver a insistir en que he podido extraer esa cita del Ulises gracias a la organización espacial de la memoria, recordando que se hallaba al principio del libro, abajo a la derecha. Thalatta significa mar, en griego. Lo digo porque yo no tenía ni de antes de leer el Ulises. Bueno, aún no lo he terminado. Lleva su tiempo.

4 comentarios:

  1. Si no fuera porque no tengo Kindle y hace una semana que sé de su existencia,y a un día de haberte enviado con toda mi mejor intención un "libro electrónico" que no te has descargado pero que supongo sí has visto que te ha llegado, me sentiría incluso ofendida.

    Y sí, lo de acariciar los libros es muy común. Incluso besarlos. Y además de poseer un olor físico, también tienen otro olor intrínseco. ¿Cómo puedo saberlo si nací sin el sentido del olfato? pues porque tengo el firme convencimiento de que si alguien lee la Regenta y no le huele a humedad, tabaco y ranciedad, por poner un ejemplo, es que no sabe vivir la literatura.

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  2. Ah, no lo he visto, lo del libro electrónico. Na, los libros electrónicos están bien, siempre es mejor un libro electrónico que un no-libro, lo que pasa es que si no exagero al escribir me aburro; pero prefiero el papel, eso sí XD

    Voy a descargarla, gracias :)

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  3. Bueno, antes de nada, ¡¡Felicidades!!, que si mal no dejas caer, cumples años. Aunque no sé yo si eres de los que se alegran o se entristecen o permanecen simplemente indiferentes. Una vez que me dio la neurosis de no querer celebrar mi aniversario, me dijeron algo contra lo que mi romanticismo (ya que la palabrita designa tantas cosas...) no supo responder: No celebras hacerte más vieja, sino seguir viva un día (un año, un mes, una semana, etc) más.

    En cuanto a los libros y su erotismo. Yo no sé en qué sentido lo diría Mallo, pero lo que ese concepto me sugiere no es, en fin, un fetichismo, follar con los libros, sino más bien dejar que ellos te follen a ti. Con sus historias y en su contexto (aura) de papel al que puedes tocar, subrayar con un lápiz (qué mayor placer que dejar nuestra huella, añadir nuestra historia al libro), e incluso arrancar (aunque esto último me parezca un sacrilegio).
    Hay que follarse a las mentes... dijo Martín Hache. Pues algo así.

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  4. Gracias! No me alegra ni me entristece especialmente, así que creo que solo me queda la opción de la indiferencia.

    Bueno, los regalos siempre están bien Xd

    Hay que follarse a las mentes, ¡pero no hay que arrancar los libros! A no ser que se descuajaringuen solos...

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