sábado, 13 de agosto de 2011

Incluso el sol se apagará

Sus ojos emitían destellos de rabia. Entrecerrados por culpa del sol. Nunca nadie, sin embargo, fue tan vulnerable. O lo fueron todos. Pero él lo sabía. Lo sabía y el conocimiento de estas cosas siempre viene acompañado de dolor, de rabia, de una angustia difusa, de una nube que te rodea por todos lados, empapándote con esa humedad terca que no se secará, no en esta vida. Es decir, nunca. Incluso el sol se apagará, decía. El astro inmensamente rico asistirá a su final, pero nadie lo verá. Estos pensamientos desmedidos le convencían de la vulnerabilidad esencial de todas las cosas, porque todo está colgando de un hilo muy fino que se romperá, más tarde o más temprano. Contemplaba sus pies hundidos en la arena. El horizonte. Sólo las ilusiones son verdad, se dijo, más que nada por decirse algo, por sentir crepitar palabras dentro de su cráneo. El horizonte, las palabras, ilusiones. Crepitar de ilusiones dentro del cráneo. El fuego, el sol, la tarde. Si esta noche fuera al fin la última, ¿qué harías? Nada, sólo mirar la noche, dejarme engullir por la noche, vaciarme, vomitarlo todo. Eso haría: gritar hasta romperme, y después dormir en brazos de la serenidad, mecido por su suavidad, quizá con una sonrisa en los labios. Mis deseos encriptados florecerían orgullosos, sin un ápice de vergüenza ni culpa, flotarían sobre estas olas como chispas luminosas cuando el sol se hubiera apagado ya.

-Pero, ¿qué es lo que deseas?
-No tengo ni idea.

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