lunes, 15 de agosto de 2011

Fe en el caos

Desubicado y feliz, perdido y feliz, solo y feliz, desolado y feliz: Sísifo debe aprender a ser feliz.

Todos vivimos sumergidos en el azar. El azar es, lo sabemos, un niño cruel e inocente. No hay ninguna meta fijada de antemano que cumplir, sólo senderos curvos, y el viento. Encomiéndate al viento. Escucha atentamente. Espera, aprende a esperar, ejercítate en el arte de la espera.

En el principio fue el caos, y depués siguió siendo el caos, y al final será el caos, dices. O, mejor aún, nunca hubo un principio, nunca habrá un final, sólo caos, destellos fugaces, fragmentos incomprensibles, carreteras que no llevan a ninguna parte. En cierto momento del tiempo, en un rincón insignificante del universo, en el planeta Tierra, aconteció lo más extraño e inexplicable que ha ocurrido nunca: la carne se hizo verbo. Y las palabras nos descubrieron el mundo, mudo hasta entonces, y a la vez nos alejaron de ese mismo mundo. Un murmullo de sombras y luz entretejidas estremeció la piel del universo. Desde entonces, animales capaces de hablar miran por la ventana, algunas noches de verano, y dicen: hacia el oeste, bajo la mirada atenta de las estrellas, se extienden carreteras interminables que no llevan a ninguna parte, pero el paisaje es hermoso.

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