miércoles, 8 de agosto de 2012

Entrevistas breves con místicos chiflados


Según el autor, este post debería permanecer aún en estado de borrador, si bien esta declaración encierra una paradoja evidente.

-Tienes que comprender que soy un místico sin doctrina al que las explicaciones racionales le interesan muy poco, casi nada, porque carecen de verdadera importancia, no solucionan nada, no tocan siquiera las cuestiones cruciales, no se adentran en ellas, no las ven, ni de lejos.

-Un ansia irrefrenable de trascendencia bulle en mí como un fuego feroz; no puedo evitarlo, estoy al acecho de algo indecible, en tensión permanente; mi cerebro está empapado de intensidades y visiones que tiemblan en la noche con una dulce agresividad y una extraña serenidad, y solo quiero desplegar mi ser al máximo, fluir en una profunda eternidad.

-Lo que digo no tiene sentido, y precisamente su falta de sentido es su sentido. Mejor que callarse, sin embargo, arañar el sinsentido que fulgura en la piel del firmamento como un rostro ígneo tejido en ella con símbolos y palabras oblicuas que no signifiquen nada más que ellas mismas.

-Estoy fijado aquí por el resplandor de una mirada inagotable y mi ser se desborda en un clamor de voces asidas a la inexistencia.

-En cuanto empiezo a hablar me doy cuenta de que no es eso lo que quería decir, de que las palabras no me bastan y me rehuyen. Extraño oficio perseguir lo que huye, lo que jamás será encontrado, porque huir es su modo de ser. Es como vivir atado a la presencia de una ausencia luminosa e invisible que hace señales al ocultarse.

-Morder el viento, me gustaría que esa simple expresión albergara una densidad semántica infinita de forma inmediata y evidente para cualquiera, pero esto es imposible, su sentido está necesariamente indeterminado, incompleto, preso del azar de las lecturas. Tal vez sea mejor así. Una voluntad prendida de un objeto de deseo imposible, diría que eso es, más o menos, lo que significa para mí, pero mira qué desastre, antes teníamos una hermosa expresión, una hermosa imagen, y ahora una palidez conceptual abstracta. De la aérea ligereza de las metáforas hemos pasado a un cementerio de fósiles, del movimiento inaprensible de un gesto hemos pasado a la quietud decrépita de un significado que pretende fijar el vagabundeo de lo semántico. Una pretensión irrisoria.

-Los poetas entienden un lenguaje sin sentido, como dijo Blanchot. Se trata de entender que no es exactamente con la facultad del entendimiento como se puede entender ese juego de lenguaje que llamamos poesía. No es un uso descriptivo del lenguaje. Se puede perfectamente expresar sensaciones con determinadas imágenes que no representen las creencia del poeta. Puedo decir, por ejemplo, que un ángel ha venido a llorar a mi ventana. Aquí la pregunta de si creo en los ángeles es, evidentemente, una pregunta estúpida. Además, ni siquiera está claro qué es lo que pretendo transmitir. ¿Tristeza? Pero el caso es que ahora no estoy en modo alguno triste. Es más simple, y quizá también más complejo: la imagen no significa más que ella misma. La belleza no significa nada. Nada más que a sí misma. Ese es su poder de atracción irresistible, y de ahí emana, a la vez, la frustración que produce, porque se trata de un límite, no se puede traspasar. Parece como si tuviera que significar algo más, como si nos fuera a ofrecer una respuesta, pero permanece en sí misma, terca, enigmática, fascinante...

-Las ideas relampaguean en estallidos simultáneos y al tratar de imponerles el orden sucesivo de la sintaxis se me escapan. Es como tratar de barrer hojas en medio de un vendaval.

-Estoy a solas frente al trono vacío de Dios, escuchando su silencio.

-Verá, para mí lo místico no es ver el mundo como una totalidad limitada, como una unidad, sino lo contrario, ver la unidad sustraída, su multiplicidad destellante, sin centro, sin circunferencia, disperso como una nube, extendiéndose en direcciones aleatorias.

-Bailo al borde del precipicio, pensando en la música de las supercuerdas; no hay sonidos, solo una armonía silenciosa que el universo teje y desteje sin propósito, incansablemente.

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