martes, 21 de agosto de 2012

El problema

El problema radica en que nuestro espíritu científico piensa y vive de forma concreta imágenes que habían surgido como metáforas.
Bachelard

Y así, sin diferenciar ámbitos discursivos, nos topamos continuamente con consideraciones falaces realizadas desde un orgulloso espíritu científico respecto a los mitos y relatos simbólicos, con confrontaciones mal enfocadas entre la Ciencia y el Mito, en las que siempre sale ganadora la Ciencia, considerada como discurso epistemológicamente superior. El problema es que se considera a los mitos como si fueran lenguajes descriptivos, sin preguntarse siquiera si lo son. Se da por supuesto que lo son y, desde este supuesto, se confrontan con la Ciencia, sirviéndose de los hechos como árbitro neutral que decreta la victoria de la Ciencia. Todo cambia si vemos los mitos, no como un discurso precientífico superado de una vez por todas por la verdadera Ciencia, visión, por cierto, muy ligada al mito moderno del progreso, sino como instancias discursivas en las que el lenguaje no refiere directamente a hechos, sino a valores y a valoraciones, lenguaje más connotativo que denotativo y abierto, por su carácter simbólico, a una pluralidad irreductible de significados posibles, por cuanto el símbolo, esencialmente ambiguo, disemina el significado de las figuras en las que se expresa, sin que se agote en ellas, ya que, en tanto que signo, el símbolo remite a algo distinto de sí, a un contenido que excede la figura que habría de acogerlo, siendo este desajuste lo que caracteriza a lo simbólico como tal. Este excedente, este suplemento, puede ser pensado como informe, como las sombras de la razón, lo cual no equivale a pensarlo como un mundo paralelo inasumible desde la razón. Aquello de lo que no se puede hablar con sentido puede ser dicho o aludido mediante un lenguaje analógico, indirecto, que no busca determinar hechos ni explicar cómo es el mundo reduciendo unas cosas a otras, sino expresar el asombro ante el hecho de que las cosas sean, porque lo misterioso, como diría Wittgenstein, es el ser; expresar esa dimensión de apertura que constituye al existente, ampliando el sentido de lo que es. Un lenguaje capaz de acoger lo maravilloso atacando al mundo de los hechos, como diría Jünger. La expresividad de este lenguaje, creemos, no puede situarse ni en lo subjetivo ni en lo objetivo, sino en ambos lados, entrelazados al modo de una cinta de Moebius.

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