martes, 24 de marzo de 2009

Tiburones muertos o satélites oxidados

No es tan fácil escapar de esa desidia que te atrapa y avanza uniformemente en línea recta como un tiburón muerto con ojos muy abiertos que lo miran todo sin ver nada. Un día cualquiera te conviertes en un tiburón muerto flotando a la deriva con una inercia imparable y los ojos muy abiertos, sin párpados, y deseas despertar del sueño de la muerte y descubres que no es tan fácil, de hecho puede llegar a ser muy difícil, incluso puedes llegar a creer que es imposible, aunque no lo sea, porque desde luego no lo es, un poco de fuerza de voluntad, y en algunos momentos, breves y fugaces, que descartas rápidamente, como relámpagos que no estás seguro de haber visto de verdad, el deseo de despertar se invierte y sólo deseas dormir, todo lo profundamente y el mayor tiempo que sea posible, apagar el mundo, aunque sólo sea un rato, descansar, porque el cansancio de no hacer nada, o peor, la angustia de no saber qué hacer y la densidad cada vez mayor del paso del tiempo, que ahora hace esfuerzos dolorosos por pasar, agotan, más aún que la rabia o que el esfuerzo encaminado al logro de alguna meta futura y apetecible. Deseas escapar y el miedo al mundo de ahí fuera te paraliza, te deja exhausto. Más bien: deseas ser capaz de desear escapar.

No está claro, ni mucho menos, de qué deseas escapar. Una pulsión a la huida te ha acompañado desde hace mucho tiempo. Incluso en las tardes de verano en las que eras feliz imaginabas que lo abandonabas todo y viajabas durante meses hasta encontrar tu sitio, una casita en una montaña, al lado de un río, o en la playa, enfrente del mar, o un tren que no paraba nunca, en el que no viajaba nadie más, y que recorría todos los lugares y todas las estaciones, y entonces sentías la necesidad de huir también de aquel tren que trazaba un bucle infernal.

Del presente también se puede huir hacia atrás, recordando, recobrando imaginariamente el tiempo perdido, y a eso te dedicabas cuando creías que ya no podrías soportar más el hecho de ser un desidioso tiburón muerto, un exiliado de su propia vida, separado de todo, ausente, un trasto inútil, cada vez más feo, un satélite oxidado que ya no transmite ninguna señal pero que continúa orbitando, sin poder evitarlo, por pura inercia, sin sentido, esperando sin mucha esperanza una última señal que le comunique con el mundo, un mundo que se disuelve en la nada de sus cimientos, por decirlo de alguna manera.

Que algo pasara, cualquier cosa, un acontecimiento al que poder ser fiel, en eso cifrabas una esperanza escuálida y frágil, pero esperanza al fin y al cabo. Un amor, una rebelión, una vocación, algo, en fin, que pudiera ser afirmado y sostenido más allá del presente, con fervor y perseverancia y cierta serenidad sobrevolando alegremente vicisitudes y contratiempos. Pero lo que hacías era regodearte en un solipsismo tan estúpido como agotador. Nunca tuviste fuerza de voluntad.

Escuchabas música sin parar, y fumabas, y mirabas por la ventana, las flores del cerezo, tan blancas, pronto van a helarse, porque va a nevar, y las ballenas blancas son demoníacas pero al menos Ahab tenía algo que hacer*

* Según Homer Simpson la moraleja de Moby Dick es: Sé tu mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario