viernes, 13 de marzo de 2009

La nada que es canto

Puedes contemplar el sol como quien busca la Verdad, y se quema. Puedes también tumbarte en el patio como un lagarto con los ojos cerrados y casi sin respirar, con una pequeña sonrisa etiquetada como MUY FRÁGIL que el viento se llevará temblando sobre el abismo, temblor mudo que quiere ser canto, abismo sin fondo que no quiere nada, nada que es música y canto.


¡Las flores del ártico no existen!, gritó alguien, aterrado, en la oscuridad. Pero ella las busca con tesón y sin esperanza. El mal de la esperanza sigue encerrado en la Caja de Pandora, que por una retorcida astucia llevaba el nombre de Caja de la Felicidad. Por eso la abrieron y salieron los males. Quedó la esperanza. Luego la esperanza es un mal, según dice el mito. Ella lo sabe. Busca en silencio. Es una búsqueda solitaria. Por las noches a veces juega a que no hay luz eléctrica y enciende una vela y se imagina tiempos remotos. En la llama vacilante perviven espíritus de antepasados. Eso le dijo alguien, no importa quién, cuando era pequeña y asustadiza. Al soplar el espíritu se transforma en la materia sutil del humo e inicia su ascenso. Una noche soñó que ella vivía atrapada en la llama de una vela y alguien, no importa quién, soplaba la llama. Se deshacía su cuerpo, pura ligereza, puro flotar a la deriva a la espera de un encuentro casual con alguna galaxia en la que encallar y dormir profundamente. No era ni triste ni alegre el sueño. No era una pesadilla como esas pesadillas horribles en las que se sentía perseguida por Conan el Bárbaro. Se está muy bien buscando flores del ártico, que no existen, así, sin esperanza. Parece triste pero no lo es, o igual un poco sí, quién sabe. Cómo me gustaría saltar y encallar en alguna Galaxia, y que alguien me hiciera reír por el camino, con una risa franca, lejos de las muecas deprimentes que exhiben las máscaras que ríen por compromisos de sociedad.

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