jueves, 19 de marzo de 2009

Ser-en-el-fútbol-sala: estilo, riesgo, ritmo e imaginación

Más importante que marcar goles es jugar con estilo, lo cual requiere asumir riesgos y despreciar la eficacia en favor del virtuosismo. En lugar de asegurar un pase previsible al cierre, arriesgar un regate inverosímil por la banda, sobre la línea de fuera. Tomar decisiones absurdas con determinación, como tirar desde el medio del campo o intentar regatear a todos los jugadores, confiando en el éxito de la hazaña, porque sin riesgo no hay gloria, es una cualidad que suscita amores y odios, pero constitutiva de un estilo de juego que aspire a la excelencia y a la belleza, tanto a la belleza lírica de un regate realizado en la zona del corner, cercado por dos jugadores, como a la belleza épica de un disparo de volea desde tu propio campo.

Carácter es destino, también en un partido de fútbol-sala.
La sintaxis es una cualidad del alma, también en un partido de fútbol-sala.

Pero no se trata únicamente de correr riesgos. Arriesgarse cuando sabes que la acción que vas a realizar no tiene ninguna posibilidad de éxito es sin duda una estupidez. Hay que saber correr riesgos. La inspiración sobreviene en el momento en que ves con claridad la forma de llevar a cabo una posibilidad que aun así permanecerá hasta su realización en un estado parecido al del gato de Schrödinger. En ese momento, que dura unas milésimas de segundos, es cuando hay que correr el riesgo. Si el gato está vivo, el balón entrará en la portería. En el ser-en-el-fútbol-sala el sentido es transparente e incuestionable y algo que hay que producir, tal como enseñaba Deleuze en La Lógica del Sentido.

La gracia de los movimientos y el ritmo son, además del riesgo, elementos imprescindibles en la constitución del estilo. La apariencia de libertad de los movimientos, simultáneamente relajados y tensos, no se consigue sin haberlos previamente automatizado mediante su repetición incansable. Por eso jugar a fútbol-sala y hacer los deberes son actividades incompatibles. No hay tiempo para todo, así que es preciso priorizar actividades.

Para lograr un buen ritmo también es fundamental automatizar movimientos. En este caso hay que hacerlo sobre todo como grupo. Si no sabeis rotar o jugar al primer toque sencillamente no sabeis jugar a fútbol-sala y os van a golear porque vuestro ritmo como conjunto será demasiado lento e inofensivo. Saber rotar y saber jugar al primer toque son los cimientos sobre los que se edifica un equipo de infantiles poderoso y temible. Pero los cimientos no lo son todo. También hay que saber deconstruirlos, porque si no el ritmo se vuelve previsible, lo cual implica que la fotaleza que debe ser un equipo deja de ser inexpugnable: el rival puede adivinar la dirección de un pase y anticiparse (la fe en el portero es el último recurso que nos deja la desesperación). Es preciso, por lo tanto, cambiar de ritmo para sorprender al rival. Un ritmo desestructurado, con aceleraciones endemoniadas, cambios repentinos de dirección y paradas estratégicas que te permitan observar la posición de los jugadores es indispensable. Los cambios de ritmo son a la vez individuales y grupales: si subes a toda velocidad por la banda alguien debe ir a toda velocidad al segundo palo, si haces una pared con un compañero la fuerza del pase y la velocidad deben coordinar (también hay que prever los movimientos de la defensa y juzgar la viabilidad del pase, puediendo elegir otra opción, si fuera necesario). El ritmo debe ser armónico e imprevisible (para el rival).

Pero quizá lo más importante de todo sea tener visión de juego. La visión de juego es el arte de crear espacios, y de hacerlo rápido, porque si no te roban el balón. Aquí hay que combinar riesgo, movimientos gráciles y ritmo. Pero sobre todo hay que tener imaginación. También conocimiento mutuo entre los jugadores: saber indicar con signos apenas perceptibles tu intención y que el otro la reconozca de inmediato, sin que lo haga el rival (en el fondo un partido es un complejo diálogo entre dos rivales, cada uno de los cuales es un sujeto colectivo que a su vez dialoga entre sí para ejecutar una acción colectiva existosa, el ser-ahí-con y la dialéctica amigo-enemigo en su máximo esplendor). Quien está en posesión del balón es el punto a partir del cual se abren y dibujan espacios en potencia, mientras el rival, lógicamente, trata de cerrarlos e imposibilitar que se conviertan en espacios en acto (que serían potencialmente peligrosos por cuanto habría que confiar en el portero para que evitara que el gol pasar al acto). El poseedor del balón no es el principal encargado de crear espacios, es más bien el principal encargado de reconocer los espacios que tratan de abrir su compañeros. En última instancia, si no ves ningún hueco, siempre puedes tirar directamente a puerta (la portería es un espacio ontológicamente diferenciado, en el sentido en que describe el espacio de lo sagrado Mircea Eliade) o lanzar un balón perdido, sin dirección, dejando las consecuencias al azar (el espacio al que aquí se apunta es cualquiera, y cualquiera puede aprovecharlo). Esto es lo que hacen los malos jugadores.

También, obviamente, hay que saber rematar. No hay que tener piedad por los porteros (parece que estoy tratando muy mal a los porteros, pero en realidad son los guardianes del espacio ontológicamente diferenciado, y son tan importantes como Frodo, ellos llevan el anillo, son los más importantes y por eso los de su equipo deben protegerles; los rivales (que lo son relativamente unos a otros) sin embargo son como Sauron, más o menos, la analogía no h quedado muy lograda, lo sé). Disparos rasos y ajusados al palo. Entrenamiento diario. Si suspendes todas las asignaturas menos lengua y literatura no te preocupes, porque vais a ganar la liga y es improbable que exista algo más importante en el mundo. Los demás Colegios son unos pringados.

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