martes, 24 de marzo de 2009

Interpretaciones probablemente muy cuestionables

Kavafis tiene razón: no hay que temer a los Lestrigones. Y hay que procurar que el viaje a Itaca sea largo. Ezra Pound también tiene razón: escuchad al viento, ese es el paraíso. Y, finalmente (última cita, lo prometo) Panero también tiene razón: qué lejos sigue el mar de nosotros, qué lejos el ser.

Frente a la intuición de la insuficiencia de lo real, incompletud o falla ontológica, presencia de una ausencia, o como quiera que se le denomine, Kavafis nos anima a buscar la plenitud, advirtiéndonos de los peligros pero sin amedrentarnos, a que afirmemos, en fin, nuestra voluntad de poder.

Ezra Pound nos ofrece una particular concepción del paraíso: el lugar supremo que no puede tener insuficiencia ontológica alguna no es un lugar, sino el permanecer a la escucha. El objeto escuchado, el viento, es casi la negación de un objeto: no es una canción, ni una palabra, no tiene un significado identificable. Es una escucha en intensidad. ¿Qué escuchamos cuando escuchamos el viento para que pueda ser considerado el paraíso? Nada distinto de sí mismo, ningún mensaje identificable. El mensaje está ausente. Si nos pusiéramos heideggerianos podríamos decir que escuchamos el ser que se sustrae, diferente de los entes, que no puede presentarse en su positividad, porque no la tiene. El viento es lo que huye, lo que no tiene más identidad que un soplido en la noche y deshace identidades, desterritorializador poético por antonomasia; morar en el viento es morar en la errancia, de forma que no hay más un yo en el lugar del viento, o el yo como lugar de lo imaginario (y de lo "sónico"... no sé cómo decir esto pero hay que decirlo) se ha vuelto poroso y ha sido atravesado por líneas de fuga.

Afuera los árboles se agitan. Y adentro.

Escuchar como verbo intransitivo. No escuchar algo, que el viento vendría a traernos, sino dejarnos llevar* por el sonido del viento en una inmersión que deshace nuestra individualidad, ese es el paraíso.

[Alternativa kafkiana: estamos frente a la puerta, esperando, y cuando por fin se abre descubrimos que lo hace hacia afuera, que hemos estado dentro todo el rato: el viento no nos va a llevar al paraíso, escucharlo es el paraíso]

[Duda: ¿es demasiado absurdo pensar que el verso de Pound nos sitúa en el límite entre el ser y el ente, en el límite que somos nosotros mismos, sin la cáscara de la metafísica de la subjetividad? Quizá esto ya tiene poco que ver con el verso y nos estamos precipitando en las temibles garras de la hermeneútica más desbocada que olvida la obra por completo para dedicarse a sus cosas. De todas formas, el dejad indica un impedimento u ocultamiento del hablar del viento y una invitación a dejar que se muestre por sí mismo, lo que un pensar objetivante no entiende porque no calla un momento e impone formas y reducciones por doquier. Novalis sí entendía bien esto de dejar que se manifieste lo que es y escucharlo y tenía un verbo para nombrar esta acción: romantizar]

Ítaca, el ser, el mar, siguen lejos porque no son un espacio positivo, al que se pudiera llegar. La casa buscada por los románticos no está en ninguna parte. Somos sujetos escindidos, autoconscientes, exiliados de una patria imaginaria (el mito del paraíso). El mar como imagen originaria alude tal vez a un estado de unión, al ser, sin distinción de sujeto y objeto, como un espacio de inmersión total al que abandonarse.

En cualquier caso, escuchad el viento.


*El valor para marcharse,
el miedo a llegar.

Llueve en el canal, la corriente enseña
el camino hacia el mar.
Todos duermen ya

Dejarse llevar suena demasiado bien.
Jugar al azar,
nunca saber dónde puedes terminar...
o empezar

Vetusta Morla, Copenhage

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