jueves, 12 de mayo de 2022

Obra teatral (V)

(Madrid. Diez y cuarto de la mañana. El Señor S. sale de la tan temida lectura del examen ante el tan temido Tribunal, hiperbólicamente caracterizado como kafkiano, siniestro y pesadillesco)

SEÑORA C: ¿Qué tal la lectura? ¿Ya acabaste?

SEÑOR S: No fue pa tanto...

SEÑORA C: Veeeeees

SEÑOR S (sonoramente entusiasmado): ¡Fonéticamente estuve prodigioso! ¡Vocalicé con absoluta claridad! ¡Esculpía cada sílaba en el aire como un orfebre de la pronunciación!

SEÑORA C: Exage...

SEÑOR S (alzando la voz, con más entusiasmo aún): ¡Ondas sonoras graves y resonantes cargadas de inteligibilidad surcaron los aires de la sala e impactaron certeras en las orejas de todos y cada uno de los miembros del Tribunal!

SEÑORA C (ríe)


(Día siguiente. Soleada y calurosa tarde de mayo en la Colonia lulia Augusta Emerita. De fondo, melodioso piar de pájaros. No tan melodioso, en realidad. Tal vez se diga trinar, no piar. Se oyen pájaros, sea como fuere. La Señora C. ha acudido rauda y veloz a la manicoblioteca. No tan rauda ni veloz, en realidad, más bien a regañadientes. Como su nombre indica, manicoblioteca es un edificio con forma de caja en el que se almacenan libros y por el que deambulan y parlotean los locos. El Señor S. se queda solo en el salón una vez más y piensa lo siguiente)

SEÑOR S: Igual que el tuero brillador estalla en chispas, cuando ella está alegre su cuerpo estalla en risas. Sonoras chispas de luz salen despedidas de su boca. La risa de la Señora C. brilla en la oscuridad, como su camiseta.

1 comentario:

  1. Anónimo7:26 p. m.

    (Cinco de la tarde. La Señora C. ha llegado a la manicoblioteca a duras penas, bajo un sol infernal que no es de mayo ni de este mundo. Ha tenido que cruzar el puente bajo su gran paraguas, ahora parasol. Mientras andaba, iba pensativa)

    Señora C: Parezco una lunática.

    (En verdad, su sentir se debatía entre la vergüenza y el orgullo decimonónico. Con su vestido de encaje y su parasol, se asemejaba a una de esas mujeres inmortalizadas por Renoir o Monet, solo que la escena emeritense, mascarilla colgada del mango del paraguas incluida, carecía de todo glamour)

    Señora C: Soy una Madame Bovary de pacotilla. Aunque mis andanzas bien merecen, como mínimo, un poema épico posmoderno. La palabra "posmoderno" siempre suena mejor cuando la dice él...

    (Seis y media de la tarde. La escena es delirante. Un usuario visiblemente trastornado pasea por la sala parloteando solo mientras escoge películas. La Señora C., ligeramente apartada de su mesa, mira fijamente, muy quieta, las ya no pocas hormigas que han emprendido la hazaña de colonizar sus dominios. Sus ojos bailan entre estos asquerosos pero respetados seres diminutos y su autoparlante usuario. La Señora C. daría un brazo en esos momentos por estar junto al Señor S. Pero solo le queda recrear el diálogo que podrían estar teniendo si aún trabajasen juntos)

    Señora C: No sé por qué tengo que venir a trabajar a estas horas, con mascarilla, sin aire acondicionado, sin apenas usuarios, con todo lleno de bichos. Oh, desdichada vida la mía, cuan torpe fui al no estudiar inform...

    Señor S: (exasperado) ¡¡Deja de ser tan exagerada!!

    Señora C: (mirándolo por encima de sus gafas, con gesto irónico) Aún se adivinan en tu piel los estragos de la cruenta batalla que ayer tuvo lugar contra aquel tribunal de lovecraftianos seres innombrables...

    (Las hormigas ya suben y bajan por la pantalla del ordenador, se meten entre las letras del teclado. La Señora C. se ve a sí misma arrastrada por todas ellas a lo largo del puente de Lusitania, asemejándose su destino al terrible final del último de la estirpe de los Buendía. Siempre supo que moriría de alguna ridícula forma literaria)

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