martes, 4 de septiembre de 2018

El tercero espectral indialectizable

Así titularía —si lo escribiese— un libro sobre Derrida. El subtítulo sería un poco punk, enfático y ofensivo: ¡Viva Derrida, hijos de puta!

PD: De todas formas, no soy ningún experto en Derrida, ni en ninguna otra cosa. Como autor, no sería ninguna autoridad. Sería apenas un ojeador marginal que, sumido en la oscuridad, observa de vez en cuando algunas luces brillantes y trata de dar testimonio de lo visto, o de lo entrevisto (esta imagen no está muy lograda pero la voy a dejar porque no se me ocurre nada más). No sería capaz, sobra decirlo, de ofrecer el sentido, por lo demás inapropiable, de la obra de Derrida.

PD2: De todas formas (me veo obligado a empezar esta posdata igual que la anterior), el libro no existe. No obstante, su falta de densidad ontológica, por así decirlo, le dota de cierto carácter espectral, por lo que esta falta no es puramente negativa (estoy desbarrando, así que clausuro aquí el post, abruptamente)



EPÍLOGO

Continuaré hablando un poco más, pese a que el post esté ya oficialmente clausurado. 

Se suele decir —algunos maledicentes, iracundos, vigilantes y castigadores lectores— que la obra de Derrida no es más que una paja mental. Esta (des)calificación parece sugerir que la palabra de Derrida no ha sido fértil, que no ha tenido una recepción fecunda, que Derrida y solo Derrida se lo ha pasado bien escribiendo. Esto, evidentemente, es falso (no que Derrida se lo haya pasado bien escribiendo, incluso puede haber tenido orgasmos mentales al hacerlo, quién sabe, sino que su obra no haya tenido una recepción fecunda). Derrida ha sido uno de los filósofos más influyentes del último tercio del siglo XX, si no el que más. Los cocineros deconstructores, por poner un ejemplo manido, pueden saber o no que uno de los sentidos del término deconstrucción remite a un famoso pasaje de Ser y Tiempo, pero no dejan por ello de estar influidos por Derrida.

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